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Su sonrisa me sigue quitando el aliento. Después de tantos años, todavía siento electricidad recorriendo cada vena y arteria de mi cuerpo cada vez que la veo sonreír. Me llena de ternura cómo se le caen las gafas con cada pestañeo, y cómo se las coloca en automático. La forma que tiene de hablar de cualquier tema que le interesa. Se le ilumina la cara, y yo me lleno de luz. Cómo es ella la que siempre cocina – porque es un secreto a voces que me encanta comer, pero no me deja entrar en la cocina más de lo estrictamente necesario -, y yo me abrazo a ella como un koala mientras lo hace, porque sigue siendo tan pequeña y frágil, que tengo miedo de que salga volando una vez más.

Le encanta cantar. Y tocar la guitarra. Pero, sobre todo, le encanta cantar tocando la guitarra. Sin embargo, hubo un tiempo en el que no podía: su cabeza no la dejaba. En ese momento, rompí nuestra promesa de cuidarnos a ambas – ya que ella sigue siendo nefasta en escuchar sus propias necesidades -, y estuve al borde de ese pozo lleno de fantasmas en el que se había sumergido.

Fantasma rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora