Prólogo

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Bellamy.

Toda mi vida he buscado servir, esa es nuestra naturaleza como mujer, servir. Servir a mi familia, a mi comunidad, a mi credo, siempre servir. A las niñas siempre se nos inculca lo pasiva de nuestra naturaleza, la esencia gentil de nuestro ser, no fui la excepción. Fui criada para creer en el orden natural de las cosas, en que, si sigue el camino dictado por la naturaleza habría seguridad, una vida tranquila y feliz, nunca espere gloria, nunca espere grandes hazañas, solo eso, una vida tranquila, sencilla y feliz.

Esperaba ser solo una más, una de las muchas mujeres que siguieron el orden de las cosas, un nombre perdido en la infinidad de la memoria, un rostro más en el océano de la vida, nunca quise nada más que eso, que la seguridad que seguir el camino que ha sido escogido por mi desde antes de mi existencia misma, nunca fui avariciosa, nunca pensé por mi misma, solo sabía lo que se esperaba de mí y eso era suficiente para hacerme feliz. Pero entonces tuve una niña, luego otra y me di cuenta que dicha seguridad realmente no existía, que no hay camino tal dado por la naturaleza, que todo es incierto y entonces tuve miedo, mucho miedo, no por mí, sino por ellas, miraba sus rostros, dulces e inocentes y me preguntaba qué pasaría si ellas querían algo más, algo más que una vida de servicio, pensé entonces en mi vida, en el deber que he cumplido desde que nací y entonces lo vi como realmente era: una condena; año tras año e ido pagando un precio por el peor crimen que un ser humano puede cometer; nacer mujer. Y año tras año esa deuda se acumula, los intereses crecen y me ahogan, y supe que también las ahogaría a ellas.

Tuve niñas y comprendí que mis niñas también tendrían niñas, y esas niñas tendrían niñas, y luego todas esas niñas también tendrían niñas. Y todas tendrían una enorme deuda que pagar, una que ni en muchas vidas podrían saldar a no ser que algo les creciera entre las piernas.

Las vi jugar, tranquilas e ignorantes del crimen que pronto tendrían que comenzar a pagar y pensé, pensé mucho en su futuro y en lo que podría o no ser. Pensé también en mi vida, en lo que quise que fuera, en lo que fue y en lo que jamás podría ser, seguir el camino que la naturaleza me dicto, seguir el deber, el camino que escogieron para mí desde antes de nacer me dio alegría, paz, pero también dolores peores que el parto, me dejo rota, en la oscuridad, incapaz de reconocerme a mi misma o pensar, pero ellas no, no podría soportar verlas rotas más allá del reconocimiento, no podría vivir conmigo misma sabiendo que podrían terminar perdidas, desoladas y ahogadas por una deuda que nunca pidieron, una que yo, sin saberlo, las sometí al cargarlas por primera vez en mi vientre. No, no podría, ¿qué clase de madre sería yo, sin en lugar de aliviar sus cargas no hacía más que empeorarlas? No niego que nuestra naturaleza de mujer es más sensible y gentil que la brutalidad despiadada del hombre, pero también es innegable, como que el sol sale cada día que nuestra tenacidad es resoluta cuando nos proponemos algo y yo me propuse salvarlas, librarlas de esta pesada carga que me lleva asfixiando desde que puedo recordar, no pido mucho, no quiero notoriedad, no quiero gloria, poder o ser siquiera recordada, solo quiero algo, no es para mí, es para ellas: libertad; que puedan ser libres de esta dolorosa carga que ahoga mi cuerpo y despedaza mi alma, que puedan respirar sin preocupación y caminar donde les plazca sin temor a la provocación.

Eso es todo lo que quiero y por eso me aferro a esta decisión, me aferro a ella, como mi corazón se aferra a la vida cada minuto de mi existencia. Me aferro y no la dejaré ir, no hasta ver mi plan consumado y a mis hijas respirando en paz, en libertad. Espero que no sea mucho pedir.

¡Corre, Conejo, Corre!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora