Eché a correr todo lo rápido que mis piernas me permitían. Corría con los ojos cerrados, un nudo en el pecho, y una angustia en la cabeza. No sabía si llegaría a tiempo. No sabía si era tarde, si era pronto o si era justo el momento. No sabía ni si quiera qué hora era, cómo narices iba a hacer las cosas bien si ni si quiera sé en qué hora vivo. Salto las escaleras, y sigo corriendo, las piernas ya me flaquean pero no me permito parar. Ahí está, la estación. Al llegar a la puerta de la estación disminuyo el ritmo. Ando entre cientos de personas con sus maletas, que van o vienen, tal vez que esperan a alguien, o ellos son los esperados. Recibo empujones, pero no me quejo, quién sabe si ellos se sienten como yo, si sienten que por un segundo puedes quedarte viendo como un maldito tren se va con la persona que amas dentro, a una velocidad imposible de alcanzar corriendo a pesar de que tu corazón te pida que lo hagas, porque así es el corazón, te da la vida latiendo y te la quita con su maldita manía de querer imposibles.
Saco de mi bolsillo mi billete de tren, el mismo que había tirado a la basura cuando me lo tendió para emprender un viaje juntos. Me lo aprieto con fuerza al pecho, y corro entre estaciones, cruzes, malas caras, llantos de niños, miradas tristes, otras alegres, abrazos de despedidas y otros de reencuentros. Me inunda un gran sentimiento, toda esa gente tiene a quien aferrarse y tal vez yo haya perdido lo único firme que me quedaba: sus ojos, sus manos que tantas veces me dieron fuerza, su perfecta frente en la que encajaban mis besos, su pelo siempre perfecto en el que era tan seguro enredarse, su voz, y su risa, su maldita risa que tantas veces me ha hecho creer en el cielo.
Línea azul, es aquí. Recorro la línea buscando su rostro, encuentro muchas miradas pero ninguna es como la suya, veo gente parecida y me creo que está ahí, esperándome. Estoy en medio de un mar de gente, sin moverme, mirando al techo, pidiendo a quién se encargue de el destino, que me devuelva a la persona que era mía, que me la traiga de nuevo a mis brazos, porque tengo frío, siento soledad y frío. Recibo un codazo, dos, tres... Y una mano cálida roza la mía por un instante, y no me hace falta nada más. Miro a mis lados, detrás, al frente y puedo verle a lo lejos, puedo verle joder, ¡le veo! Me abro paso entre toda la gente a pequeños empujones acompañados de un perdón, aunque en el fondo no lo siento, ahora no. Un poco más, vamos... Y ahí está, agarro su mano impidiendo que siga sin mi, sin nosotros. Tocar simplemente su mano me provoca un escalofrío igual a la primera vez que le besé, fue un desastre de beso, pero el desastre más bonito de todos. Me mira con una expresión de sorpresa, me duele que no me esperase aquí ni si quiera, y una punzada se me clava en lo más profundo de mi pecho angustiado. Le muestro mi billete, y le señalo mi maleta. No dice nada, simplemente señala sus labios y sonríe. Me acerco a él, más despacio que de costumbre, mientras que mis manos suben por sus brazos, hasta quedarse en su cuello. Es tan grande la fuerza con la que choco mis labios contra los suyos que tiene que agarrarme por las mejillas para poder mantener el equilibrio. Un beso más, y otro, ninguno de los dos parece querer parar hasta que el pitido que avisa la salida del tren nos pilla desprevenidos. Me agarra de la mano y corremos a toda velocidad al tren, al que entramos por los pelos ante la mala mirada del que nos había picado los billetes.
Nos dirigimos a nuestros asientos, nuestros asientos... Y nos miramos. Sé que le debo una explicación...
-Verás, yo... He sido una egoísta. Nunca debí rechazar la oportunidad de marcharme contigo. No, déjame terminar, no me interrumpas, Sergio. He sido una cobarde por no haber sido capaz de aceptar que mi pasado ya no es mi presente, y por no darme cuenta de que que a veces hay que arriesgar si no se quiere perder. Pero... No iba a dejarte ir sin mi, no podía hacerme a la idea de levantarme por las mañanas y no verte cabreado con la cafetera y mal humorado porque no se te queda bien el pelo. No podría vestirme sin ver como me miras de reojo, no podría leer sin tus manos acariciando mi pelo. - rompo a llorar - No podría andar sin la seguridad que me aportaba tu mano, no podría estar un simple segundo sin escuchar tu risa retumbando en los pasillos, me sería imposible tener que deshacer la cama yo sola... ¿Entiendes? ¿Lo entiendes...?
- Lo entiendo pequeña, lo entiendo. Estoy deseando llegar a nuestra nuevo hogar, a nuestra nueva casa, ver si la nueva cafetera me deja preparar el café agusto. Estoy impaciente de ver nuestra nueva cama, y de deshacerla contigo en cuanto lleguemos - me agarra de la cara y me sonríe. No me hacen falta más palabras. Apoyo la cabeza en su hombro, y siento el traqueteo del tren de camino a mi nuevo hogar. Le miro, está tan guapo dormido, no puedo contenerme y le beso en la mejilla, saco una manta de mi maleta y nos tapo. Me quedo mirando por la ventana, sintiendo que las cosas han ido tan deprisa como los árboles que vamos dejando atrás.
Me pego más a él, le abrazo. Y sonrío. Nunca nadie me había dicho que el presente se podía abrazar.
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En cualquier lugar del infinito recuerdo.
PoetryLo mío es deprimirme, inspirarme y ponerme a escribir. Lo mío es representar y mostrar lo que siento. Lo mío no es el verso perfecto, es la prosa bonita. Textos cargados de noches en vela con bolígrafo en mano, y ganas de sentirme liberada. Aquí est...