Vivimos en una sociedad tan terriblemente perturbada donde una buena acción difícilmente es verdaderamente reconocida, pero en la que cometer un error es uno de los peores pecados que se pueden cometer. Ya sea equivocarse al conseguir una meta o asesinar a alguien, cualquiera merece el mismo rechazo, el mismo castigo y se es juzgado de la misma manera.
No importa mucho si ya uno mismo es quien se juzga y se castiga, generalmente con ello sólo llegan a llamarte de una manera: mártir. Como si el autoflajelarte no fuera suficiente, también debes vivir con el daño que te causan los demás…
Las historias detrás de todo este tipo de problemas pretenden ser tratadas por psicólogos, como si el hecho de hablarlo una y otra y otra vez, fuese una verdadera forma de sanarse; cuando menos si vives rodeado de las personas que te lastiman constantemente es complicado que alguna persona logre llevarse un poco del malestar que se tiene…
Con el tiempo eh aprendido que confiar en las personas es un arma de doble filo. Siempre creí que las únicas personas con quienes contaría toda mi vida serían aquellas que tuvieran una obligación sanguínea o moral con mi persona, como por ejemplo mi madre, mi padre, mi hermana… pero la vida tiene maneras curiosas de enseñarte que tan equivocado puedes estar. Confiar en las personas no siempre es algo bueno así sean aquellas a quienes más se quiere. La familia no se elige. Los amigos por otro lado son los seres humanos que comparten características contigo y la familia más real que se pudiera tener… Al menos desde mi punto de vista…
Hace aproximadamente 1 año y medio cometí un error, un error que me ha llevado a vivir deseando la muerte, ignorando malestares corporales que bien pudieran ser signo de alguna enfermedad que va más allá de una gripe o una gastroenteritis. Sin embargo, no es por la consecuencia de ese error por la que vivo lamentándome cada segundo, sin duda ser mamá es una de las etapas de la vida más bonitas, aunque me haya tocado experimentarla a una edad tan temprana. Sí, así es… soy una mamá de 21 años que se alivió cuando estaba a un mes de cumplir 20. Reconozco que jamás imagine eso, ingenuamente podría decir que nunca pensé que pudiera pasarme a mí, como si pensar en eso fuera una gran manera de protegerme. Pero lo cierto es que llegué a pensar que un hijo me ayudaría a dejar mi casa a mi familia y finalmente crecer como mujer y como persona al lado de las dos personas que podrían volverse mi mundo entero. Pero no fue así… La ingenuidad, la estupidez y el amor me llevaron por caminos que nunca pensé conocer.
Recién había salido de una relación medianamente buena, que tuve que dejar por abandonar mi ciudad natal para estudiar en otra universidad, cumpliendo el deseo de mi madre de aceptar hacer este último viaje con ella. Tras mil y un discusiones, y la acusación de mi hermana de que mi intención no era otra más que destruir nuestra ya mermada familia, accedí de mala gana a irme. Dejando todos mis planes y a la persona que había jurado amarme por encima de todo. Cuyo amor sólo soporto dos meses de ausencia antes de que decidiera que lo mejor era terminar con todo sin que ninguno saliera más lastimado de lo que ya de por si estaba. En un principio le odie con toda el alma, pues en mi cabeza rondaban todas aquellas promesas, los sueños y las metas que teníamos en común, todo se desmorono como un castillo de naipes golpeado por una corriente de aire. Aún recuerdo ese día, recién estaba acostumbrándome a la vida de universitaria, durmiendo poco, entregando extensos trabajos de un día para otro y respondiendo a todas la materias por igual, aunque eso disminuyera mi vida social, trate de siempre tener un espacio para él, mensajes de texto, llamadas… era todo, lo poco, que podía ofrecerle. Mientras yo me esforzaba por hacer un buen papel y poder viajar a verlo esas vacaciones, él sufría nuestra separación. Supe de buenas fuentes que pasaba mucho tiempo encerrado, a solas… y quizá fue por ello que tomo esa decisión.
Eran casi las 10 de la noche cuando le envíe un mensaje para saber si hablaríamos por teléfono esa noche, su respuesta fue que iba a bañarse y al finalizar me avisaba, accedí y seguí trabajando, había que entregar un trabajo de Biología la mañana siguiente y aun no terminaba. Su aviso tardo varias horas en llegar, aunque lo que llego realmente fue un mensaje donde confirmaba su incapacidad de tolerar esta situación, rogándome que lo comprendiera y fuera feliz sin él. Mi corazón se rompió, como comúnmente suele decirse, en realidad si fue como si algo se quebrase en mi pecho, pero la necesidad de llorar incontrolablemente fue bloqueada por el sentido de responsabilidad; ya de nada valía la pena esforzarse al máximo si mi premio había sido arrebatado tan repentinamente. Él había sido la primera persona con quien yo había deseado casarme, y ahora seríamos dos extraños con recuerdos en común, que afortunadamente quizá jamás volverían a verse. No deje de trabajar. Me concentré y termine mi trabajo, luego me fui a dormir. La noche paso demasiado rápido, pero no tuve ningún sueño que me perturbara. Al día siguiente, como el resto, me levante y salí rumbo a la universidad. Pero una vez ahí, estando sola, todos los sentimientos que había tratado de guardarme me asaltaron, haciéndome llorar por él como no lo hice en ese momento. Había dos compañeros en el salón cuando empecé a dar mi función, una de ellas se acercó y sin más me abrazo, asegurándome que todo estaría bien, que sin importar el problema que tuviera, se solucionaría. Eso, ridículamente, me reconforto. Somos criaturas curiosas, y a veces palabras simples como esas logran apaciguar nuestros demonios internos y nos ayudan a continuar.
Esa tarde cuando llegué a casa estaba decidida a acabar con todo. Rompí cartas, destruí regalos, todo fue a parar a una bolsa de basura. Y entonces con ánimos renovados, seguí con mi vida. De momento no deseaba enamorarme de nadie más, pero ¿quién si lo desea? Ese tipo de experiencias llegan cuando uno menos lo espera y se convierten en huracanes que arrasan con todo lo que encuentren a su paso. El amor es destructivo, aunque su capacidad para destruir es proporcional a la que tiene para sanar.
No lo elegí. Mi intención no era enamorarme, pero acabe haciéndolo. Cuando me di cuenta estaba metida hasta el fondo en un tanque lleno de barro del que no podía salir con sólo desearlo, requería más que eso para liberarme de todo.
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Confesiones
Non-FictionEsta es una historia real, muy íntima que sólo una persona ha leído desde que la escribí. Fue mi manera de superar un suceso muy difícil en mi vida. Espero que les guste