La reunión con el resto de empleados duró más de lo que hubiera deseado y cuando pudo darse cuenta, Carolina le avisaba que su próxima cita llegaría en cuestión de minutos.
Había pasado dos días estudiando los pocos datos que el señor Baker le había enviado y debía admitir que no lograba comprender por qué seguían sucediendo cosas así. Por momentos, su mente viajaba tres años atrás cuando tuvo entre sus manos todas las pruebas del caso de una mujer desconocida. La misma que ahora era su esposa.
Sonrió y cerró los ojos por un segundo, tratando de conservar su cabeza despejada para centrarse en ese nuevo caso y no cometer ningún error. Aunque pronto su descanso se vio interrumpido por el teléfono que sonaba con insistencia.
—¿Sí? —habló al descolgar.
—El señor Thomas Baker acaba de llegar —informó Carolina.
—Bien. Hazlo pasar enseguida, por favor —Colocó el auricular de nuevo en su lugar y se levantó de su asiento, ajustándose la cortaba cuando la puerta se abrió y Carolina entró acompañando a su nuevo cliente.
El hombre no debía tener más de cincuenta años, su cabello ya evidenciaba su edad gracias al tono grisáceo y algo escaso. Su traje, oscuro e impoluto, le daba toda la seriedad que se podría esperar de cualquier hombre de negocios.
—Gracias, Carolina —Ella asintió y susurrando un simple <<con permiso>> salió de la oficina para dejarlos a solas—. Señor Baker, es un placer conocerlo. Alonso Dávila.
—Su fama lo precede, señor Dávila. El placer es mío —Estrechó la mano que le ofrecía y con un gesto lo invitó a tomar asiento—. Antes que nada, debo agradecerle por aceptar recibirme tan rápido.
—Es un tema delicado el que expone, señor Baker —respondió con diplomacia, acomodándose en su asiento—. ¿Desea tomar algo?
—Se lo agradezco, pero no es necesario.
—De acuerdo. Comencemos entonces —Volvió a tomar entre sus manos la carpeta con todos los documentos que le enviaron y también un cuaderno y pluma—. Necesito que me cuente cuándo comenzaron a llegarle los anónimos y los regalos.
—Verá, realmente no estoy muy seguro. De hecho, mi hija debería estar aquí —Pudo sentir su molestia al mirar el reloj que llevaba en su muñeca, pero él prefirió no opinar al respecto—. Espero que llegue. Respondiendo a su pregunta, creo que comenzaron hace varias semanas.
Asintió, anotando la información y continuando con las cuestiones que debía tener claras antes de comenzar la investigación. Escuchó con atención los pocos detalles que le estaba proporcionando y terminó por pensar que con eso nada podría hacer. ¿Desde cuándo el interesado del caso se desentendía de esa forma?
—¿Y qué hicieron con los regalos que recibió la señorita...?
—Alison —aclaró una voz femenina—. Alison Baker.
Alzó la vista de los papeles en los que buscaba la respuesta y fue entonces que se encontró con la dueña de esa voz desconocida. Acababa de irrumpir en su oficina sin anunciarse y sin llamar, avanzando con paso firme hacia su escritorio.
—Alison, ¿qué formas son esas de entrar en un lugar? —reclamó el señor Baker—. Señor Dávila, disculpe a mi hija y sus formas, por favor. Alison, discúlpate.
La jovencita rodó los ojos y bufó con fastidio a la orden que su padre acababa de darle. Con una sonrisa encantadora lo miró, permitiendo que pudiese detallarla mejor. Sus ojos azules y su cabello rubio evidenciaban sus raíces estadounidenses, aunque podría asegurar que era tan solo unos años menor que Regina. Esa mañana vestía con un vaquero corto y ajustado, junto a una blusa del mismo tejido anudada en su cintura que dejaba ver su abdomen al descubierto.
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Eterna Tentación #BilogíaTentación
RomanceLuego de cerrar el caso que los unió, Regina y Alonso deciden instalarse en Ciudad de México para iniciar una nueva etapa en sus vidas. Felices, tranquilos y llenos de trabajo, disfrutan cada momento y cada día junto a su hijo. Ese pequeño que es el...