Capitulo 1

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Año 1970, Hospital Psiquiátrico de Rockembul. —¡Señora Mougly! —exclamó una de las enfermeras del hospital, con su voz resonando con urgencia en los pasillos lúgubres y mal iluminados. Jessica Adams corría desesperadamente, con su respiración entrecortada y su rostro reflejando el pánico creciente. Un incidente desconcertante había tenido lugar, y el caos se apoderaba de ella. Su tarea de cuidar a la interna número 163 se había convertido en una pesadilla imprevista.Helen Mougly, la enigmática encargada del centro, había llamado a Jessica a su despacho, una convocatoria rara y ominosa. A pesar de ser nueva y con menos experiencia, Jessica era vista como una joven con mucho por demostrar. Ingrid, en particular, disfrutaba humillándola, alimentando rumores y críticas.Horas antes, su nombre resonó por los altavoces del hospital, una voz impersonal y autoritaria retumbando en los pasillos desiertos. —¡Jessica Miller, venga a mi despacho de inmediato! —dijo la voz, intensificando su ansiedad. Rara vez se convocaba a las enfermeras a la oficina de Helen, y el nudo en su estómago era casi físico.Mientras corría, el sonido de sus pasos retumbaba en los pasillos vacíos, y el eco parecía prolongarse más de lo normal. La sensación de estar atrapada en un pasillo interminable la hacía temblar. El aire denso y cargado de humedad pesaba sobre sus hombros, mientras la tela de su uniforme se enredaba en sus piernas. En su prisa, tropezó y cayó al suelo, debido a la falda larga de su uniforme enredándose en sus piernas. El hospital seguía reglas estrictas: falda gris larga hasta los gemelos y camisa blanca. Este uniforme se había impuesto como una medida de protección para el personal, debido a los graves abusos sexuales previos perpetrados por algunos pacientes. Jessica sintió un dolor agudo en el codo derecho tras la caída, una herida menor que, sin embargo, amplificaba su vulnerabilidad. La piel rasgada le provocaba un ardor punzante, y las lágrimas brotaron involuntariamente. Su corazón latía con fuerza, un tambor constante que la mantenía al borde del colapso.Con un cabello negro brillante que contrastaba con el uniforme y unos ojos marrones que reflejaban la luz artificial de los pasillos, Jessica se sentía especialmente expuesta en un entorno donde su origen mexicano la hacía aún más visible. El aire denso la envolvía más a medida que se acercaba al despacho de Helen, intensificando la sensación de aislamiento y desasosiego.Andrew, uno de los internos conocidos por su amabilidad, se acercó con una sonrisa preocupada, su voz suave y cálida contrastando con el entorno sombrío. —¿Estás bien? —preguntó, su tono lleno de sincera preocupación.Jessica aceptó su mano y asintió, agradecida. La textura áspera de sus manos proporcionaba un breve alivio, un contacto humano en medio de su angustia. Andrew era el interno número 97, uno de los pocos considerados inofensivos, conocido por su comportamiento tranquilo y su simpatía hacia ella. Sin embargo, su afecto por Jessica era un secreto bien guardado.—Tengo que irme —dijo Andrew con nerviosismo, mirando hacia los pasillos—, nos vemos luego.Jessica lo observó alejarse rápidamente, su figura desdibujándose en la penumbra del pasillo. Tras respirar hondo, sintiendo el aire pesado y cargado de un aroma a desinfectante, se dirigió finalmente al despacho de Helen. Los pasillos parecían interminables, y el parpadeo de las luces fluorescentes y el eco de sus pasos amplificaban la sensación de inquietud.Al llegar a la puerta del despacho, Jessica sintió un temblor en sus manos mientras intentaba girar el pomo. Desde el interior, la voz áspera de Helen Mougly resonó con una autoridad inquietante.—Pase, señorita Miller, le oigo desde aquí.Jessica tragó saliva, notando cómo su pulso se aceleraba, y entró. El despacho era un caos perturbador, con pilas desordenadas de papeles y libros amontonados, el aire cargado de un aroma a polvo y libros viejos que parecía casi palpable. Helen, con su cabello blanco como la nieve y sus arrugas profundas, parecía una figura sacada de un relato antiguo de terror. Su presencia era tan intimidante como los rumores que la rodeaban.—Buenos días, señora —dijo Jessica, evitando levantar la mirada, sus ojos fijos en el suelo, incapaces de enfrentar la mirada penetrante de su jefa.Helen, con su aura de misterio y su apariencia imponente, se acercó lentamente a Jessica. Su voz, aunque áspera, contenía una extraña tranquilidad que no lograba calmar el nerviosismo de Jessica.—Tranquila, no voy a comerte, a pesar de lo que hayas oído. Siéntate.Jessica obedeció, su corazón latiendo con un ritmo frenético, casi ensordecedor. Helen se dirigió a una estantería desordenada, donde sus manos temblorosas tomaron un libro antiguo con un crujido sordo, como si el peso del libro reflejara el peso de la conversación que estaba a punto de tener lugar. Al regresar a su escritorio, sus ojos se encontraron con los de Jessica, cargados de una intensidad que hacía que el aire en la habitación pareciera aún más denso. ¿Conoce a la interna número 163? —preguntó Helen, su mirada fija e inquisitiva, como si estuviera tratando de leer los pensamientos de Jessica.Jessica negó lentamente con la cabeza, sintiendo un nudo creciente en el estómago, la inquietud visible en sus ojos.—Oh, no, señora. Desde que llegué solo he trabajado en el Sector Y, con los pacientes inofensivos. No he tenido autorización para estar en otros sectores.Helen asintió con una expresión que parecía anticipar esta respuesta, como si ya hubiera previsto la falta de experiencia de Jessica en el Sector X.—Está bien. La paciente de la que hablo es Lucy Monroe. Llegó aquí hace diez años. Es… diferente. Su condición es difícil de precisar, pero requiere cuidados especiales.Jessica se inclinó hacia adelante, la intriga y el temor mezclándose en su expresión. El aire en la habitación parecía volverse más denso a medida que Helen continuaba.—Lucy está en el Sector X, donde tratamos a los pacientes más complejos. Es esencial que sigas las reglas sin excepción. Las puertas deben estar siempre cerradas con llave, y algunos internos deben ser atados a sus camas.Jessica escuchaba con atención. —Hasta ahora, Ingrid era quien cuidaba de ella —continuó Helen, sus palabras llenas de una gravedad palpable—. Me imagino que ya la conoces.Jessica asintió, recordando vagamente a Ingrid y el cansancio en sus ojos cuando había trabajado con ella.—El caso es que Ingrid ya no trabajará aquí, y necesito que tú te encargues de Lucy. Es un trabajo difícil, pero sé que puedes hacerlo.Jessica estaba sorprendida, el peso de la responsabilidad ahora claramente asentado sobre sus hombros. —Si aceptas, tendrás que residir aquí en el hospital. Tendrás una habitación asignada y, por supuesto, recibirás un aumento de sueldo.Jessica tomó un profundo respiro, consciente de que esta decisión podría marcar un cambio crucial en su carrera. Finalmente, con una sonrisa débil, asintió, sintiendo cómo su determinación comenzaba a reemplazar el nerviosismo.—Creo que quiero hacerlo.Helen sonrió brevemente, un gesto que parecía genuino y raro en ella, como un atisbo de calidez en un mar de frialdad.—Me alegra escuchar eso. Ve a casa, recoge tus cosas y regresa esta tarde. Roy te explicará los detalles y te llevará a la habitación de Lucy.Jessica se levantó, aún temblorosa pero con una renovada determinación. Mientras salía del despacho, el aire frío del pasillo le golpeó la cara, y ella respiró profundamente, sintiendo el cambio en la atmósfera a medida que se adentraba en lo desconocido. Quizás, pensó, la señora Mougly no era tan mala como la pintaban. Es curioso cómo la gente puede tener prejuicios sobre alguien sin conocerla realmente. Sin embargo, el peso de la responsabilidad comenzaba a sentirse como una carga real sobre sus hombros.
Jessica recorrió el largo pasillo de paredes blancas hasta llegar al vestíbulo. A pesar de su tamaño modesto, el área destacaba por la pequeña recepción donde la señora Ficher, inmersa en papeleo, parecía ignorar el ajetreo a su alrededor. Varios sillones estaban dispuestos en la sala, ocupados por pacientes con etiquetas numeradas. Los internos del área, junto con los del piso superior, eran considerados inofensivos, identificados por números del 1 al 100, lo que les permitía deambular libremente. Aunque sus túnicas blancas estaban diseñadas para parecer pulcras, se ensuciaban con facilidad, y la señora de la limpieza ya estaba al límite de su paciencia intentando mantenerlas impecables.Jessica había salido del centro al mediodía para recoger sus pertenencias, regresando por la tarde. Al cruzar las puertas, sus ojos se posaron en Roy Claver, que conversaba con un paciente cerca de la entrada del Sector Y. La tensión entre ellos era palpable incluso a distancia.Roy Claver, jefe de seguridad de Rockembul desde 1960, imponía respeto con su presencia. Su cabeza rapada y su actitud firme en el trato reflejaban su convicción de que “la mejor forma de hacer que te respeten es hacerte ver como alguien respetable”. Aunque a menudo su intervención no era necesaria, su presencia se requería en situaciones graves.Jessica observó cómo Roy, con su expresión implacable, se acercaba al paciente ansioso que, temblando, se movía de un lado a otro. El paciente mostraba claros síntomas de nerviosismo: su piel estaba pálida y sudorosa, sus manos temblaban incontrolablemente y sus ojos se movían de un lado a otro, frotándose las manos como si intentara calmarse.—No es justo, Roy, no pueden tenerme encerrado todo el tiempo —dijo el paciente, su voz quebrada y desesperada.Roy, con su tono firme pero no agresivo, replicó:—Lo que no es justo es que sigas desobedeciendo las órdenes. Sabes muy bien cuáles son las reglas aquí, y las estás poniendo a prueba.El paciente, visiblemente más alterado, balbuceó:—Solo quería... No sé... No puedo más, necesito salir de esa habitación.—Todos tienen sus límites, pero si no te controlas, las consecuencias serán peores para ti —dijo Roy, con una mirada penetrante—. No me hagas intervenir otra vez. Vuelve a tu habitación, ahora.El paciente asintió lentamente, derrotado, y se dirigió a su habitación.Jessica observó la escena con interés. Roy no solo imponía respeto, sino que su manera de manejar la situación reflejaba un serio compromiso con la seguridad del centro. Decidió acercarse a él para preguntar sobre Lucy, pero antes de que pudiera hacerlo, Roy se alejó hacia el Sector Y.—¿Qué haces ahí parada? —preguntó Laura Landerbuh, otra trabajadora del hospital. Aunque Laura era mayor que Jessica, ambas se llevaban bien gracias a un conocido en común.—Estaba intentando... Bueno, no importa —contestó Jessica, dejándola pasar.—Laura, ¿tienes idea de cómo llegar al Sector X? —preguntó Jessica, buscando orientación.Laura le indicó con un gesto.—Sí, sigue ese pasillo a la izquierda hasta el fondo.Jessica explicó que se mudaría a una habitación vacía en el Sector X y que se haría cargo de la paciente número 163. Laura mostró curiosidad por la razón de que una recién llegada se encargara de esa paciente.El Hospital Mental Rockembul estaba en Dalton Valley, un pequeño pueblo con escasos recursos. Solo había dos hospitales psiquiátricos en el país, y Rockembul estaba abarrotado, aceptando cualquier enfermedad mental. Esta sobrecarga resultaba en una falta de especialización en el tratamiento, con personal que a menudo solo sabía cómo manejar a los pacientes hasta que alguien más tomara el relevo.El hospital, de cuarenta metros de altura, albergaba a 192 internos repartidos en dos sectores: Sector Y: 01-100 pacientes inofensivos. Sector X: 101-192 pacientes peligrosos.—Si quieres, puedo acompañarte hasta allí. El ambiente en el Sector X es muy diferente; si no has estado nunca, será mejor que no vayas sola —ofreció Laura.Jessica aceptó, y ambas se dirigieron a la recepción para recoger las llaves de la habitación de Jessica. La señora Ficher les entregó las llaves junto con un juego adicional para una puerta cerrada.Laura, aunque disfrutaba entrometiéndose en asuntos ajenos, también ofreció su ayuda genuinamente. Durante el trayecto, subieron por un largo pasillo blanco y luego por unas sinuosas escaleras hasta el sexto piso, donde los internos más peligrosos residían.Al llegar al último escalón, se encontraron con una puerta que solo se abría desde dentro. A diferencia de los pasillos del Sector Y, el aire en el Sector X era denso y cargado con un hedor a enfermedad y podredumbre. El gris de las paredes contrastaba dramáticamente con el blanco puro de abajo, y Jessica sintió un mareo momentáneo por el malestar. Las paredes estaban cubiertas de marcas y grafitis en sangre, con mensajes desesperados como "¡Ayuda!" y "¡No aguanto más!" y huellas de manos como si intentaran rasgar fuera del lugar. Los gritos y murmullos de los pacientes resonaban por los pasillos, creando una cacofonía que hacía que el ambiente fuera aún más opresivo.—¿¡Estás bien!? —preguntó Laura, sujetándola.—Sí, cof, cof —respondió Jessica, tosió.Laura le ofreció una mascarilla.—Póntela, te ayudará. No es fácil estar aquí si no estás acostumbrada.La habitación de Jessica era la número 165, a solo dos habitaciones de Lucy. En ese momento estaba desocupada, pues la anterior ocupante, la enfermera Ingrid Lak, había sido despedida por mala conducta.Antes de irse, Laura le ofreció un último consejo.—La interna que vas a atender sufre de demencia senil. He escuchado que es alguien diferente. No hagas caso a nada de lo que te diga; recuerda que son enfermos mentales.Con ese consejo, Laura se despidió y regresó a su trabajo. Jessica, a pesar del contraste desagradable y el mal olor en los pasillos del Sector X, encontró un respiro al entrar en su habitación, que parecía relativamente limpia y con aire más fresco. Al poco no pudo evitar ir a la habitación 163 , al entrar, encontró la puerta entreabierta, lo que ya era una violación de las instrucciones. Su preocupación creció mientras empujaba la puerta lentamente. Al entrar vio a Lucy con los brazos  ensangrentados escurriéndose la sangre manchando el parqué, el pánico se apoderó de ella. Jessica sintió un fuerte golpe de adrenalina; su respiración se detuvo momentáneamente, pero luchó por mantener el control. Sabía que debía actuar rápido.Su corazón latía con fuerza y sus manos temblaban mientras salía del cuarto con pasos rápidos. Descendió las escaleras hacia el vestíbulo, el ambiente opresivo del Sector X intensificando su angustia. Finalmente, en el vestíbulo, su autocontrol se rompió. Con voz temblorosa pero urgente, gritó:—¡Señora Mougly!

Borrón y cuenta nuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora