Tarifa baja.

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Eran las once de la noche y en Estación Central reinaba el caos, la gente histérica se apretaba a mas contra las puertas del tren a punto de cerrarse.

Mi mejor amigo me agarraba del antebrazo, esperando el momento oportuno para abordar el metro. Como buena provinciana que era confiaba ciegamente en el juicio de mi mejor amigo nacido y criado en Santiago, pero su ansiedad me preocupaba, desde que lo conozco él siempre ha sido calmado, normalmente yo soy la nerviosa.

–Van a ser las doce – me dijo.

Suponía que la vida nocturna en Santiago era más extensa que la de Puerto Montt, pero pensé que el metro estaría vacío después de las diez de la noche.

Finalmente llegó el momento de abordar, ya no quedaba nadie en el andén y en el vagón solo éramos 5 personas. Reconocí una venezolana con su carrito de arepas mordiéndose las uñas, un sujeto grande y gordo que miraba su teléfono y una abuelita pequeña, de cabello corto y blanco sentada tranquilamente en el asiento preferencial, las puertas se cerraron y el recorrido comenzó, pero a los pocos minutos las luces se apagaron repentinamente y un movimiento brusco nos botó al suelo, escuché a la venezolana llorar.

–¿Calvito? – llamé a mi amigo en la oscuridad.

–Estoy aquí– me dijo mientras sentía su mano sobre mi espalda moverse torpemente en la oscuridad–¿Te pegaste? –

–Estoy bien – le respondí mientras me acercaba a él.

Escuché gritar al sujeto gordo, el llanto de la chica venezolana se hizo más dramático, mi amigo se mantenía en silencio, pero sabía que estaba preocupado, yo estaba aterrada. El único pasajero que permanecía impasible era la abuelita. Las luces se prendieron, pero eran tenues, todo se veía lúgubre dentro del vagón, mi amigo y yo permanecimos en el suelo, arrodillados.

–¿Calvito que pasó? –

No fue necesario que me respondiera, la voz del parlante lo hizo por él, solo que esta vez, era una voz grave y masculina.

"Bienvenidos al tren de media noche con destino a Cruz del Sur, primera parada, estación Virgen de Monserrat"

Las puertas se abrieron y pude notar una estación de metro revestida de ladrillos, con un fuerte olor a humedad e iluminada con lámparas de gas, la abuelita se levantó tranquilamente de su asiento, mi amigo me dijo que no la viera directamente, así que mire rápidamente al suelo, vi como los pequeños pies de la anciana se perdían en la neblina que rodeaba el andén.

–En la víspera de San Juan las líneas del metro cambian su rumbo a las doce de la noche, dicen que llevan a comunas ocultas de Santiago que solo aparecen durante este día. Mi abuela me contaba estas historias cuando iba a verla al Cajón del Maipo ...–

Recordé a mi mamá, siempre temerosa del gran Santiago y el típico consejo de que tuviera cuidado cuando viniera para acá, que Santiago es peligroso, que la gente roba, que no ande muy tarde.

–¿Qué vamos a hacer? – le dije.

–Solo no los mires a los ojos –

Las puertas del tren se cerraron mientras la lúgubre voz indicaba la siguiente estación, "Tinoco", cerré mis ojos con fuerza.



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