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Sus padres me sonrieron de la mejor manera. Parecían amables. Creo. Me esforcé por sonreírles también. Aunque ganas faltaron y mucho.

    — Mucho gusto, somos los papás de Alex.— la enérgica mujer me extendió la mano y la tomé por cortesía.

    — Soy Becca.— mi mirada pasó al papá de Alex que me sonreía encantado también, casi tanto como su esposa.

    — Alex nos contó que están saliendo.

    — Ah, sí. Aunque la verdad es algo reciente.— comenté evitando apretar los dientes.

    — Todo siempre inicia en nada.— me respondió su mamá.— ¿Les gustó la comida?

    — Estuvo deliciosa, señora, muchas gracias.

    — Y supongo que Alex te comentó, que el platillo que pediste tú es una receta suya.— el comentario de su papá me sorprendió.

Mi rostro se giró hacia él.

    — ¿Tú inventaste la pasta mandra?

    — Se me ocurrió la combinación de sabores, la pasta como tal...

    — El nombre también se le ocurrió a él.— su mamá se veía orgullosa.

    — No sabía que fueras un prodigio en la cocina.— aunque tenía fuertes sospechas.— Tienes buen ojo.

    — O un buen gusto.— me sonrió. Como si esa sonrisa fuera verdad. No, no. Tenía que evitar eso, quedarme con todo adentro, no dejarlo ir. No permitiría que sucediera lo mismo que pasó con Michael.

    — Eso supongo.— murmuré.

    — Entonces, ¿Van en la misma universidad?

    — Sí. Aunque en diferentes carreras.— añadí antes de que su mamá pudiera preguntar.

Un mensaje timbró en mi teléfono. Lo saqué al instante. Tal vez era mi hermano, casi no hablábamos, tenía que ver.

Una vez que lo hice me arrepentí. Un mensaje de texto anónimo. Sin nombre, y con el número oculto. Desde la aplicación de mensajes del teléfono, no desde la que todos tienen para mandar mensajes. El contenido hizo que me pusiera tensa de la cabeza hasta los pies. Apreté el teléfono en la mano y alcé la mirada a los papás de Alex, que me miraban expectantes. Alex por otro lado tenía una mirada preocupada, con las cejas juntas con la punta hacia arriba y los ojos muy abiertos mirando directo a los míos. Seguro había notado mi reacción.

    — Disculpen, es que tengo que regresar a mi casa.— no conocía los autobuses, ni las rutas. Demonios.

    — Te llevo.— Alex hizo sonar las llaves en su mano.— Ya nos vamos.— le dijo a sus papás.— Ven, Becca. Vamos.

Les sonreí al pasar antes de que Alex me condujera de nuevo al carro. Una vez adentro no encendió el motor. Miró hacia el frente y luego se giró hacia mi.

    — ¿Te llegó otro anónimo?— me preguntó.

    — Sí. Por mensaje.

    — ¿Qué decía?— Contarle no había estado entre mis opciones.

    — Nada.— noté por el rabillo del ojo el momento en el que Alex se volteó, molesto tal vez porque no quise decirle, y se pasó las manos por el rostro.

    — Nada.— repitió en tono vacío.

    — Nada.— confirmé, pero el anónimo era uno de esos que te metían una espina. Una duda que carcome.

Alex prendió el motor y arrancó. El viaje fue silencioso a excepción de la música en el radio pero... Sentí algo que había cambiado. Sentí que otra vez estábamos lejos. No como cuando vino a mi casa, me cuidó y me cocinó. Era eso. Cómo una barrera. Cómo cuando lo conocí, y no éramos nada más que un par de desconocidos. Así se sentía.

Frenó delante de mi casa, pero no quitó los seguros.

    — ¿Vas a estar bien?

    — Sí.— le contesté. Ya lo había hecho antes. Había estado sola cuando habían empezado a los anónimos.

Alex parecía algo inquieto ante mis respuestas relativamente cortantes. ¿Por qué me importaba? Solo era un trato. Uno que nos beneficiaba a ambos porque en realidad no involucraba sentimientos. Cuando todo terminara no volveríamos a hablar. Ni siquiera a dirigirnos una mirada. Tenía que hacerme a la idea. Tenía que dejar de pensar en él, preguntarme por él.

    — ¿Segura? Puedo cocinarte algo para cenar, si quieres... Podemos...

    — No. Tengo tarea.— le quité el seguro a la puerta y me bajé del carro.

«Michael» El nombre me asaltó de pronto apenas poner un pie en la banqueta. ¿Por qué?

Cerré la puerta y me dije que no debía mirar atrás ni por un segundo. Él no lo hubiera hecho. Y él estaba bien. Así era como funcionaba. Si no te acercas a nadie, nunca te sentirás herida. Una cosa más que Michael me había enseñado. Genial.

Entré en la casa y me recargué en la puerta. No era verdad. No era yo recayendo en la misma situación.

Quería terminar con ese círculo.

Suspiré pesadamente y volví a revisar el mensaje. ¿Sería verdad? Tal vez solo lo estaban haciendo para confundirme. Lo peor es que si esa era la razón, al parecer lo habían logrado.

¿Y si le mandaba un mensaje?

Tienes Prohibido EnamorarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora