EL CHICO QUE SE QUEDÓ CIEGO POR COPIAR EN UN EXAMEN

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Esta es la historia de un chico al que no le gustaba para nada estudiar. Siempre que tocaba hacer un exámen, él no hacia más que copiar. Y para mejor, siempre aprobaba. Hasta sacaba mejor nota que todos sus compañeros.
Pero llegó un día en el que la clase entera le descubrió. Entonces, estos acostumbraron a tapar sus exámenes con los brazos y estuches. Tarqueno, conocido como "el copión" por sus compañeros, quedó impresionado. Nadie le dejaba hacer una vichada de sus respectivos exámenes. Aquel día, no tuvo más que sacar un cero.

Enfadado por lo que le habían hecho sus compañeros, Tarqueno quería vengarse demostrando que tenía más trucos bajo la manga.
Se le ocurrió escribir las respuestas de los exámenes en un papel lo suficientemente pequeño como para guardárselo y que pudiese sacarlo cuando lo necesitara. Bastante doblado varias veces para que así pudiese extenderlo. Y aunque no le gustara, debía de leer y sacar las respuestas de sus libros.
Tarqueno empezó entonces a recortar trozos de papel y a escribir con letra muy pero que muy chica.
El día del exámen, salió todo como él esperaba. Nadie sospechó de su nueva técnica para copiar, y mucho menos el profesor. Tarqueno escondía las respuestas dentro de su estuche. El truco era que la tenía llenísima de bolígrafos, y así, nadie descubriría su secreto.

Semanas después, uno de sus compañeros de clase vio a Tarqueno en el recreo. Estaba sentado en un banco con un libro de historia, pequeños trozos de papel y un bolígrafo en la mano. El chico que lo observaba quedó totalmente sorprendido. Salió disparado a contarles a sus amigos y éstos luego idearon un plan para que Tarqueno no saliese airoso. Terminado el recreo, los alumnos y alumnas entraron a su clase y se sentaron en sus respectivos asientos. Al ver que todos estaban preparados, el profesor empezó a repartir los exámenes. Tarqueno estaba muy seguro de sí mismo, de que una vez más saliese victorioso de su plan... pero justo antes de empezar a escribir, una de sus compañeras habló en voz alta.

-Profesor, ¿no debería revisar nuestros estuches antes de que hagamos el exámen?

El profesor quedó paralizado, pero aquella pregunta con rin tintín no le dejaba elección, era como si le insinuasen algo...

Entonces empezó a revisar los estuches de cada alumno. Tarqueno estaba muy nervioso, no tenía idea de cómo saldría de ésta. Y como no, el profesor sospechó de su estuche ridículamente lleno de bolígrafos y descubrió el papelito extensible. En él se encontraban las oraciones del temario del libro. El profesor, de forma directa, le puso de nota un cero en el exámen.
Tarqueno estaba enfurecido. En cosa de poco tiempo, sus compañeros habían desbaratado su gran idea. Pero no quiso rendirse... En el pasar del curso, a Tarqueno se le ocurrían otros lugares donde escribir las respuestas. En la palma de la mano, la parte de abajo de sus zapatos, debajo de su pupitre, en un papel que estaba metido dentro del bolígrafo... pero el profesor siempre destapaba los engaños de Tarqueno y ponía ceros en sus exámenes.

"Esto no se va a quedar así." Pensaba Tarqueno, solitario en su casa y meditando sobre todas las técnicas que había utilizado para engañar a todo el mundo. Reconoció que fue descuidado al realizar su acto no leal donde pudiesen verle. Estuvo un rato muy largo, reflexionando dónde no volvería a escribir las respuestas en lugares que ya había probado. Pero decidió dejarlo. Quería descansar. De todas formas era viernes y tenía bastante tiempo para pensarlo hasta que fuera el próximo lunes.

Durante todo el sábado, Tarqueno se machacó la cabeza pensando en un nuevo truco, pero seguía en blanco al igual que sus exámenes. No fue hasta ese mismo día por la noche, en el que se quedó hasta muy tarde viendo una película.
Trataba de un hombre que era espía y debía robar un microchip muy importante, el cual contenía información confidencial de un país enemigo al suyo. Su objetivo era llevárselo y así averiguar qué tramaban. Cuando su misión estaba cumplida y se disponía viajar en el aeropuerto, debía pasar por las típicas dos columnas que escaneaban el contenido de los abrigos. Como no tenía otro lugar donde esconderlo, fue a los aseos del aeropuerto y se miró solamente los ojos. Sacó el microchip de su bolsillo y con la otra mano se estiró todo lo posible la piel que rodeaba su ojo derecho. No solo gritó de dolor, sino que logró meter dentro de la piel del párpado el pequeño elemento. Tarqueno, espantado, decidió apagar la televisión e irse a la cama.

Al siguiente día se despertó de golpe con una amplia sonrisa. Por fin se le había ocurrido el plan perfecto para copiar en el próximo exámen. Todavía conservaba la idea de hacer pequeños trozos de papel y escribir en letra chica, pero el cambió era meterse los trozos de papel en los ojos, tal y como la película del día de ayer le había enseñado.
Al acabar sus dos papelitos extensibles para cada ojo, fue al baño y cogió unas pinzas de depilar. Se estiró la piel de los parpados como el protagonista de la película y con las pinzas sostenía el trozo de papel. Y así lo hizo, con cada ojo. Por supuesto que gritó de dolor, y mucho más que el personaje de la película. Afortunadamente no había nadie en su casa. Parecía que nadie se había alarmado del terrible grito de agonía. Para mejor, lo había hecho tan bien que le quedó combinado con el movimiento de los parpados de los ojos. Cada vez que cerraba los ojos, veía sus trozos de papel escritos. Luego los abría y volvía a verse al espejo.
Tarqueno estaba preparado para hacer el exámen. Estaba tan confiado de su propósito, que no pensó en ningún tipo de consecuencia. La única hasta el momento era que, cuando fue a dormir, veía todo blanco y las respuestas del examen. Le costó mucho dormir, pero tenía que acostumbrase al nuevo cambio si iba seguir con la misma técnica.

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