No vuelvas

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—¡Cuando te des cuenta, no me llames!— le gritó Draco a Levian, su ahora ex-novio, cerrándole la puerta en la cara.

—Tch. Como si quisiese volver con un loco celoso como tú, idiota— lo escuchó mascullar al otro lado de la puerta.

El cuerpo de Draco se dejó caer al sentir que Levian por fin se había ido. Se apoyó contra la puerta de oscura madera y abrazó sus piernas.

La respiración de Draco se había acelerado, las lágrimas que simplemente se había negado a dejar salir enfrente de ese tarado ahora se deslizaban por sus mejillas con total libertad. Soltaba suaves sollozos, más de dolor que de tristeza.

Cinco años, había estado con Levian cinco malditos años, años de vida que no iba a recuperar. Eso era lo que más le dolía.

Las lágrimas súbitamente dejaron de salir al escuchar gritos provenientes de las escaleras. Mucho no le importó. Si era Levian el que estaba en problemas mucho mejor, pero no era su asunto. Lo seguiría siendo si hubiese pensado dos veces en conseguirse una amante.

No sabía que le molestaba más, que le haya estado engañándolo por tanto tiempo..., o con quien le había puesto los cuernos. Ambos eran gays después de todo..., bueno, eso se suponía; le habían engañado con una mujer, simplemente no podía creerlo.

Que estaba "experimentando", le dijo, que se dio cuenta que no le van los hombres, sino las mujeres. ¡¿Y no se dio cuenta de eso antes de estar con él, durante cinco años?! Eso le dolía, no otra cosa; había perdido cinco años de su vida con alguien que casi antes de cumplir el año de relación ya lo había engañado (y más de una vez).

—¿Por qué...?— sollozó, enterrando su cabeza entre sus piernas—. ¿Por qué no me lo dijo antes?

Por alguna razón, ya no salían más lágrimas de sus ojos, y aquellas que habían caído por sus mejillas ya se habían secado, pero el dolor seguía latente, ahí, en su pecho.

Escuchó pasos cerca de su puerta, que al estar delante de esta se detuvieron. Luego, oyó a alguien golpear tres veces la puerta, llamando su nombre.

—¿Draco? Oye, amigo, ¿estás bien?— dijo aquella voz—. Draco, ábreme la puerta.

Sintió una extraña sensación cerca de su estómago. Tal vez alegría; sabía a la perfección de quien era esa ronca y desafinada voz. Una débil sonrisa se formó en su rostro.

—¿Qué quieres, Potter?— le respondió con un tono de burla—. ¿Ahora sí quieres hablarme? Porque yo recuerdo que la última vez...

—Vamos, Draco, ábreme— insistía el moreno—. Vengo a disculparme— dijo, agitando las bolsas que traía en sus manos. El ruido del plástico al moverse llamó la atención del mayor; Harry sabía como contentarlo—. ¿Y, que esperas? ¿Abrirás o me dejarás afuera como a un perro?

Draco suspiró, divertido. Era un idiota. Con pereza se levanto del suelo y acomodó sus ropas, limpió algún rostro restante de las lágrimas, y, antes de abrir, se miró al espejo que tenía en la entrada. Presentable, estaba presentable.

—Draco, yaaaa— le apresuró el contrario, con su voz levemente tiritando—. Me estoy congelando, pequeño demonio rubio, abre la maldita puerta. Como te atrevas a dejarme aquí afuera.

—Es tentadora la oferta— dijo con sarcasmo, abriendo la puerta y apoyándose en el umbral de esta—. Pero creo que primero veré que me has traído como ofrenda de paz.

Sonrió y Potter lo imitó, enseñándole las bolsas que traía en ambas manos, llenas de botanas, dulces y bebidas (algunas, por lo que podía ver, tenían alcohol). Hasta creía haber visto un bote de helado. Los ojos de Draco brillaban de felicidad, haciendo que le relamiese imaginariamente los labios. Potter definitivamente le conocía.

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