PRIMERA PARTE

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Capítulo 1

♦"¿QUÉ PUDO haber pasado?", se preguntaba Andrés sin alcanzar a explicárselo cuando escuchó el timbre de salida. Después de una historia académica completamente limpia, ahora llevaba a casa dos números rojos, uno en música y otro en matematic . Mientras caminaba hacia su casa con la cabeza gacha y unas lágrimas resistiéndose a salir de sus ojos, recordó el día de los examenes; cómo se confundió con los quebrados y se quedó mirando el papel, incapaz de resolver nada, y cómo después, nervioso por el fracaso de ese examen, tampoco pudo tocar Claro de Luna con su flauta. Sus dedos se movían de acuerdo a las notas, pero no logro sacar el menor soplo, provocando en la maestra un gesto de furia y en sus compañeros sonoras carcajadas. Andrés era el único de la clase a quien le preocupaba reprobar esa materia, porque su papá era músico.

La única triste sonrisa que esbozó Andrés durante todo el regreso fue cuando pensó en Isabel. Ella también había reprobado y tampoco solía hacerlo. No fue esto lo que lo hizo sonreir, sino que tuvieran algo en comun, aunque fueran unas reprobadas. Andrés estaba enamorado de ella, incluso habían sido novios a principio de año, pero Isabel lo cortó por haber atrapado a otra jugando "Atrapados" en algún recreo.

Andrés palpo en su bolsillo la hojita que decía: "Andrés, no te preocupes mucho; estas cosas pasan. Isabel". El papel estaba un poco húmedo a causa del sudor de sus manos, y el nerviosismo lo acompañó hasta la puerta de su casa, adonde llegó con los ojos hinchados y la nariz roja.

Por lo menos era viernes y su papá tenía ensayo, de modo que no llegaría hasta después de las siete. Andrés cruzó los dedos deseando no toparse con nadie en el camino a su cuarto, pero al entrar lo primero que vio fue a su hermano Tomy, que jugaba en el pasillo con unos cubos.

-Pareces tomatito, por rojo y cachetón-le dijo sonriente.

El comentario no le hizo ninguna gracia. Subió a su cuarto cabizbajo y en silencio.

Después de comer se sentó a estudiar con muchas ganas, pero, entre la preocupación y el berrinche, se había cansado tanto que se quedó dormido sobre el libro de geografía, dejando una gran mancha de baba en el mapa ortográfico de México. Entonces tuvo un sueño muy raro: soñó que llegaba su papá y encontraba la boleta de calificaciones su él había escondido en el congelador. Al principio confundía la boleta con un hielo y lo sumergía en su bebida; pero al darse cuenta de que su hielo era una prueba de la ignorancia de su hijo, montaba en cólera y lo ponía a trabajar de pisapapeles -lo cuál llegó a ser muy angustiante-, hasta que Andrés despertó sobresaltado. Gotas de sudor escurrían por sus sienes. El reloj marcaba las seis cuarenta y tres. Todavía sin haber despertado del todo, decidió que era preferible no enfrentar a su papá. Vació su mochila con rapidez, dejando únicamente la flauta y el cuaderno de matemáticas, y metió un juego de pants. No le cupieron sus tenis, pero como no tenía tiempo de ponerse a pensar en lo ridículo que se iba a ver con pants y zapatos, los arrojó a un lado de la cama y salió de su cuarto de puntitas. Su mamá estaba en el cuarto de Tomy, ayudándolo con la tarea. Andrés tomó de la alacena dos latas de atún, algunas galletas y un yogurt, y con eso emprendió el camino no sabía a dónde. Era la primera vez que se escapaba de su casa, y su corazón latía tan rápido como cuando tomó su boleta de manos de la directora.

Caminó durante un rato, con un enjambre de pensamientos en la cabeza que le impidió sentir el paso del tiempo. Cuando se dio cuenta ya había oscurecido por completo y sintió algo de miedo. Se sentó en la banqueta y casi sin quererlo empezó a escuchar la voz de su conciencia, que le decía que reprobar no era tan malo, que a muchos del salón les pasaba y a ninguno lo habían puesto a trabajar de pisapapeles. Le recordó que su papá no era un mal tipo y las más de las veces tomaba las cosas con calma. Y por último, su conciencia le dijo que un pisapapeles de su tamaño era totalmente impráctico. Andrés sintió ganas de regresar a su casa y escaparse otro día, más temprano. Resuelto, volvió a andar por el mismo camino que lo había llevado hasta ahí.

Algunas cuadras antes de llegar a su casa, Andrés empezó a sentir cansancio. Tanto, que tuvo que sentarse de nuevo. Su reloj marcaba las ocho y media. Pensó que al llegar a su casa no sólo lo regañarian por reprobar materias, sino también por salir sin avisar y regresar tan tarde.

De pronto, un par de individuos enormes que parecían haber salido de la nada interrumpieron sus preocupaciones. Andrés quiso salir corriendo, pero las piernas no le respondieron. No podía ver sus caras, pues estaban cubiertos con gabardinas y sombreros. A pesar del miedo que para entonces lo había invadido por completo, Andrés no pudo correr ni moverse; sus ojos estaban a punto de cerrarse. Sólo alcanzó a oír que uno le decía al otro con voz tipluda:

-¿Es éste?

Y que el otro le contestaba con una voz parecida:

-Sí, es éste.

Entonces se durmió profundamente. ♦

Odisea por el espacio inexistenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora