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Estaba observando el cielo nocturno, tenía una palmera frente a mí, el viento soplaba fuerte, causando un sonido relajante al alborotarse las ramas de los árboles. Y, de repente, vi pasar una estrella fugaz frente a mis ojos. Los cerré y llevé mis manos al centro torácico de mi cuerpo. Y pedí con todas mis fuerzas que esa preciosa luna acompañara a los solitarios, enfermos, perdidos y rotos. Gasto mis deseos en otras personas, pero es bonito hacerlo por todas aquellas que la vida no ha sido fácil. Por todas aquellas que ya no creen en los deseos de las estrellas fugaces ni en los de antes del soplido que apagará las velas de su pastel de cumpleaños. ¡Qué lástima que cada día sean menos las personas que creen en los deseos! Es una verdadera lástima, porque soñar es el primer paso de las grandes cosas.

La luna llena y el viento de principios de noviembre, mejor combinación, imposible. Me gustan las noches frías, me gustan más que los días de verano; aunque este tipo de noches me pone nostálgico y me hace echar de menos a tantas personas que se me hace inevitable no derramar una lágrima en medio de tanta oscuridad. “Adiós”, le susurré a la nada. A veces echo un vistazo al pasado y me doy unos portazos conmigo mismo que pareciera que algunas cicatrices volviesen a ser heridas nuevamente, sangran con el mismo flujo con el que mis ojos se inundan, con esa rapidez y con ese golpe. Quizás soy demasiado sentimental y todo ese problema. Por otro lado, recuerdo ciertos momentos únicos y escasos de felicidad. Los momentos de felicidad suelen durar menos que los momentos de tristeza y por eso aprecio más a las personas que están conmigo en los tiempos difíciles, porque las que están en mi felicidad suelen durar eso: un instante. En un parpadeo puede cambiar todo, la vida es como un carrusel: sube y baja, baja y sube, sube y baja todo el tiempo. Nunca sabes dónde estarás mañana, no sabes si serás una superestrella de Hollywood, o si acabarás trabajando en una empresa que te pagará un sueldo miserable para sobrevivir.

En un abrir y cerrar de ojos puede cambiarte la vida.

La noche estaba preciosa, como precioso me pareció aquel día en que la vi por primera vez. Estaba sentada en un banco en el parque central de Pensilvania, los árboles la rodeaban como si ella fuese un tesoro a resguardar, como si fuese la única flor existente en este mundo de guerras. El verde de la clorofila combinaba con el color de sus ojos. El viento alborotaba su pelo y a ella parecía no importarle, en lo absoluto.

Me quedé hasta que se levantó y caminó hasta tomar un taxi. Una desconocida que había capturado mi corazón en cuestión de segundos. Me llamó la atención, tanto que la misma noche no podía dejar de pensar en esa chica sin nombre, sin una dirección a la cual poder irle a reclamar que me había robado el sueño.

—¿Estás bien, Adam? —Preguntó mi mejor amigo, Mike—. Estás raro.

—¿Es posible que alguien que solamente has visto una vez y de lejos te atrape en sus redes? —Mi mirada estaba perdida en lo que había detrás de la ventana de la sala—. Es que me pasó algo que nunca me había pasado. En un instante me pareció conocer en su totalidad a una desconocida.

—Estás raro. —Dijo nuevamente desde la cocina, donde se preparaba toda la comida existente—. Si solamente la has visto una vez, no te enganches demasiado a ella, hay demasiadas chicas en la ciudad, cualquiera andaría contigo. En cambio yo tengo que mendigar para que alguien se anime a andar conmigo. Es un milagro cuando alguien se enamora de mí. —Su sarcasmo era lo que más identificaba a Mike, era uno de esos amigos que puedes contar para lo que sea, así sea para enterrar a alguien que has matado la noche anterior.

Aunque éramos distintos, a él le atraían las chicas físicamente y a mí me atraían por sus pensamientos y su forma de hablar, en conclusión: me gustan las chicas que no son solamente cara, sino que también son sentimientos. Chicas huracán. No sé cómo podíamos ser amigos, si no teníamos nada en común. Aunque la amistad se trata de eso: de aceptar al otro tal cual es, sin intentar cambiarlo. Igual pasa con el amor.

Soledades OpuestasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora