Érase una vez una chica que no sabía cómo explicar las sensaciones, no se atrevía a contárselo a nadie, pero la idea persistía en la mente, le obsesionaba. Estaba convencida que aquellos personajes diminutos, negros, desfilando sin desfallecer día y noche, creía con firmeza que seguían en su mente. Fue el día que visitó el museo de arte contemporáneo, en la quinta sala dedicada a un pintor Argentino Juan Alberto Arjona, vio un cuadro que le llamó mucho la atención, en la cual se titulaba “ Girando alrededor de un mismo tema” y representaba a unos pequeños seres oscuros, portando cada uno de ellos una banderita que daban vuelta en torno a una rueda en el centro del lienzo, el fondo era muy colorido, estuvo mucho tiempo mirando el cuadro, no lo entendía y decía que le podría atraerle, que significaba. Se dio cuenta que había pasado media hora sin moverse, observando, buscándole un sentido al óleo, como despertando de un sueño, se giró y siguió visitando las otras salas, pero su mente divagaba, ya no le interesaba la el resto de la exposición y pasaba de una sala a otra sin detenerse más que unos segundos. Antes de que cerraran volvió a la sala quinta y siguió contemplando el cuadro hasta que lo devolvió a la realidad un guardia que era jurado. Volvió a la semana después, se acercó lentamente veía como los muñecos pintados se acercaban despacio, creciendo hasta que los tuvo frente a sus ojos, se acercó todo lo que pudo e intentó verles la cara pero estaban de espaldas, en un segundo todos se giraron y miraron a los ojos, les vio el rostro con unos ojos inyectados en sangre, sonrisas cínicas en bocas diminutas, abiertas y hambrientas con pequeños dientes afilados. Ella dio dos pasos atrás y un relámpago alumbró su mente y entendió que el cuadro mostraba la psicosis del artista. Empezó a chillarles “salid de mi” les gritaba, “salid de mi”, “salid de mi”, una y otra vez, por lo cual acudieron dos vigilantes y la sacaron del edificio mientras él seguía gritando, sentía esos dientecillos como le mordían el cerebro arrancando trozos, escupiendo la masa arrancada y riendo. Los guardias intentaron calmarla mientras llegaba la ambulancia pero ella se deshizo de ellos y empezó a correr enloquecidamente calle abajo, chillando y golpeándose la cabeza con las manos, los peatones se apartaban asustados, nadie la detuvo y corrió y corrió hasta que no pudo más, por lo que se detuvo en un sucio callejón, agotada. No sabía qué hacer, ni a donde ir porque ellos seguían allí y seguirían con ella allá donde fuera, seguirían dando vueltas alrededor de sus pensamientos y arrinconándole en ese miedo que la envolvía, ese miedo que hizo que se acurrucara en un rincón de ese callejón sucio donde estaba escondida, ese miedo que imposibilitó que nadie la encontrara u que acabo con ella.
FIN.