Capítulo 9

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Pese a que uno aún se preguntaba porqué había hecho esa propuesta y la otra intentaba comprender porqué le había dicho que sí. Ambos caminaron hacia la cafetería que fue en aquella ocasión el lugar donde prefirió invitarle Roy. La miró de reojo y tan solo por la familiaridad y que no se sentía un extraño observando esas facciones es por lo que estuvo seguro que no había metido la pata.

— Así que también tomas café, ¿eh? —rio Caroline sentándose en una de las sillas antes de observar el resto del local—. Pensaba que sobrevivías a base de cerveza sin alcohol tan solo.

— Como ves soy una caja de sorpresas —bromeó centrando su atención en la carta para no estar mirándola todo el tiempo—. ¿Y qué? ¿Un buen primer día? ¿Conseguiste llegar a tiempo?

— Sí. Por suerte. Muchas gracias, Roy, porque empezaba a creer que iba a ser bastante difícil llegar a tiempo —llevó una mano a su estómago y resopló—. Dime que esta cafetería no es demasiado cara porque tengo un hambre que me subo por las paredes ahora mismo.

— ¿Te han tenido corriendo todo el tiempo?

— No... es que para no llegar tarde, porque me conozco, ni tan siquiera comí. Así que desde el desayuno no he probado bocado. Si me dejasen podría comerte a ti mismo y aún así tendría hambre —asintió como si fuese una verdad mundialmente conocida por todas las personas del mundo habido y por haber.

— Debo decirte que no es una buena idea. Hay poca chicha. Lo máximo que lograrías es un caldo si me cocinases —no sabía de dónde salían esas ocurrencias o porqué siempre le gustaba seguirle el juego en esas bromas como si una conversación seria fuese demasiado para ellos.

— Mmmm... —pasó sus ojos claros por toda la extensión del cuerpo de Roy—. Entonces, no. Necesito ahora mismo algo sólido y que pueda morder. Y si dices que solo me da para hacer un caldo... A ver, el líquido llena, pero mis dientes no tendrían su dosis de mordiscos.

Sonrió volviendo a fijar su mirada en la carta.

— ¿Dulce o salado? Yo invito.

Una de las cosas que jamás había hecho era gastarse dinero con nadie que no fuesen personas conocidas. Era en ese sentido bastante estricto con su propia economía. Quería condurar el dinero, nunca se sabía qué podía pasar y la vida le había ido dando la razón en sus planteamientos económicos. Pese a todo, no había podido evitar que le asegurasen que iba a ser el más rico del cementerio. Esperaba que así fuese porque eso demostraría que no había habido más problemas en su vida que aquellos que ya se habían presentado.

— ¡Oh, no! Para nada. Lo que yo pido, yo me lo pago. No te lo tomes a mal, pero no me gusta pedirle nada a nadie. De hecho, ayer lo pasé bastante mal porque tuve que dejar que mi amiga Monse me pagase las copas. Si por mí hubiese sido nos hubiésemos cogido un par de refrescos, nos hubiésemos sentado en algún parque y nos hubiésemos montado la fiesta solas —soltó un suspiro creyendo que estaba dando un discurso de una mujer amargada o demasiado tacaña—. Tengo que mirar cada céntimo, Roy. No puedo despilfarrar porque no me sobra ni la punta de un alfiler.

Él sabía lo que era eso. Antes de lograr su éxito como parte del grupo, no había sido capaz de usar cada dólar en lo que le apetecía sino en las verdaderas necesidades básicas. De hecho, su primera guitarra había sido gracias al gran esfuerzo que había hecho su madre para ahorrar durante dos o tres años cuando era un niño. Tan agradecido se había sentido que le había negado a su madre o a cualquier tipo de ente mágico que le trajese nada más porque su madre ya le había dado lo que más había anhelado desde que la había visto en manos de uno de los mejores guitarristas de la historia.

— Sé lo que es eso. Muchas personas deberían aprender a comprar con la cabeza, pero hoy en día si no consumes como si te fuese la vida en ello parece que no eres nadie —se inclinó hacia delante dejando la carta plastificada a un lado volviendo a centrar su atención en Caroline.

CarolineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora