Capítulo 11

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Una semana después, Caroline ya se había acoplado a su nuevo trabajo con facilidad. Había terminado la lectura de su libro y empezaba a notar que jamás tendría horas suficientes para recuperar el tiempo que se estaba pasando en vigilia. Suponía que muchos de sus compañeros estarían igual que ella pues jamás había creído que tenía ninguna particularidad sobre alguien ajeno a ella, al contrario, solía infravalorarse hasta el punto de parecer que no eran milagros las cosas que hacía con las capacidades tan limitadas que aseguraba tener de cara a la galería. Por humildad o por siempre haber estado a la sombra de alguien, pero ella era así. Formaba parte de su naturaleza. Tenía que hacer que le mundo volase incluso cuando ella misma se había cortado sus propias alas.

— Dime, por favor, que tienes un momento —suplicó al otro lado de la puerta Haizel.

Caroline había descubierto que el mundo podía dividirse entre las posibilidades económicas a muy temprana edad. No es como si hubiese tenido algún problema con Monse, su amiga de la infancia, pero había situaciones que a ella le parecían demasiado lejanas. En cambio, Haizel estaba allí, viviendo en el mismo edificio que ella y teniendo problemas mucho más parecidos, así que se complementaban a la perfección.

Se habían conocido cuando las habían sentado al lado en la misma clase. Iban en orden alfabético los asientos, así que fue obra de las letras más que del destino.

— ¿Para ti? Siempre —le guiñó un ojo.

Estaba sola en casa. Su madre solía acudir una vez a la semana con su amiga Charo, una mujer que siempre la trataba igual que si fuesen hermanas y como Charo tenía la casa para ella, podían relajarse o tranquilizarse a placer. Así que Caroline no ponía ninguna clase de objeción y menos aún desde que tuvieron que acudir deprisa y corriendo al hospital porque su cuerpo había decidido decir que ya no hacía más.

Haizel sonrió y miró encima de su hombro, la pequeña Lluvia salió disparada para demostrar que había sorpresa en el paquete. Por supuesto, ambas habían decidido ir a hablar con su amiga. Haizel tenía la misma edad que Caroline, pero había tenido que dejar los estudios para dedicarse únicamente a trabajar. Había tenido suerte dado que había ido a parar con el único hombre honrado que había mirado más por su necesidad que por la talla de sujetador o los intentos por conseguir algo más de ella. El único problema es que hombres tan perfectos siempre tenían un pero, en su lugar, estaba casado.

Lluvia, en cambio, tenía dos años menos que ellas. Era una virtuosa del piano. Había entrado con quince años en la filarmónica de la ciudad. Era cubana de nacimiento y tenía el acento muy arraigado a la hora de hablar.

— ¿Te has olvidado? —entrecerró los ojos Lluvia que pese a tener poco más que un metro cincuenta de estatura, podía llegar a ser extraordinariamente intimidatoria.

Aspiraron las tres a la vez pese a que Caroline sabía la respuesta y cuando Haizel y Lluvia fueron conscientes del olor de la tarta de chocolate que aún estaba en el aire, comenzaron a sonreír como si fuese navidad, ellas unas niñas y se les hubiese hecho el mejor regalo del mundo.

— ¡Día de tarta!

La cubana entró igual que un terremoto a la casa dispuesta a buscar la misma. Haizel, en cambio, dio un gran abrazo a Caroline que había tenido el tiempo suficiente para dejar a un lado el libro que ahora estaba leyendo.

— Tienes mala cara —entrecerró los ojos antes de acariciar la mejilla contraria.

— Si yo te contase... —Haizel rodó los ojos sabiendo que no podía hacer mucho más que hablar sobre su propio infierno personal.

Cerró la puerta. En su casa las dos estaban como si estuviesen en la propia. Llevaban mucho tiempo siendo amigas, lo bastante como para disfrutar de la compañía igual que si se sintiesen más cómodas entre ellas que con cualquier otra persona. A Caroline le solía hacer sentir mal pensar eso cuando Monse no estaba allí, pero no tenía nada que ver. Era distinto. De Monse le separaban muchas cosas y aún más últimamente.

CarolineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora