La velada debía terminar en algún momento pese a que ninguno lo desease. Caroline tenía mucho que hacer antes de permitirse el lujo de disfrutar de las audiciones de aquel programa de talentos. Sabía que no iba a ser algo de un par de minutos, tendría que estar allí durante horas esperando que el turno de su amiga fuese en algún momento. Roy, en cambio, intentaba pensar en algún tema de conversación que pudiese alargar la noche un poco más.
— ¿De verdad que no quieres quedarte ninguno? —preguntó Caroline sorprendida creyendo que no era normal que le hubiese regalo todos los peluches aunque le parecía un detalle muy tierno.
— En realidad, sí. Quiero uno en concreto.
Caroline esperó a que escogiese uno de ellos y cuando le quitó de entre los dedos el pequeño simio, se quedó sorprendida. No era ni de lejos el más bonito ni tampoco el más grande. Además, era de los pocos que no había ganado él.
— ¿Por qué ese?
— Porque es el primero que ganaste y creo que te has enamorado perdidamente de él. Así que, cuando quieras recuperarlo, que querrás, estarás obligada a volver a verme —se encogió de hombros como si fuese lo más obvio del mundo entero.
La rubia se quedó mirándole. Mordió su labio inferior y metió los peluches dentro de su casa. Gracias al coche de Roy no había tenido que ir con todos ellos en brazos por el metro a aquellas horas. Después, cuando todos estuvieron dentro, suspiró.
— ¿Puedes repetirlo?
Roy se quedó mirando sin comprender a qué se refería, pero cuando Caroline le señaló el peluche, repitió sin problema palabra tras palabra. No se lo pensó dos veces cuando sus brazos se aferraron al cuello del guitarrista y le besó sin importarle ser tan torpe que pudiese comparar a todas las mujeres con ella. Era su primer beso de verdad, nacido de un sentimiento que probablemente hubiese sido mucho mejor mantener escondido. El guitarrista se quedó sorprendido, sin saber que hacer durante los primeros segundos, pero su cuerpo respondió antes que su mente. La envolvió en sus brazos manteniéndola pegada a su cuerpo para que no fuese demasiado pronto. No antes de que se aprendiese la forma y el sabor de sus labios.
Eran dos fuerzas diferentes. El ímpetu de la primera pasión luchaba con la experiencia de un ardor que crecía con fuerza entre ambos aumentando las temperaturas de los cuerpos que se habían olvidado de edades, de nombres y del silencio. Su banda sonora no era nada más que respiraciones traicioneras, latidos del corazón que se sentían en los tímpanos y suspiros por la sorpresa de aquella intensidad de emociones que no pensaron experimentar.
Las manos de Roy fueron hasta las mejillas contrarias y poco a poco rompió la intensidad de aquella cercanía que casi parecía tan fuerte como la unión de dos polos. Fijó la mirada en los ojos contrarios intentando descubrir porqué había hecho algo así, pero en el momento que la vergüenza tiñó sus mejillas, supo que no volvería a pronunciar palabra, que le costaría decirle la verdad.
— Lo siento —fue lo único que Caroline logró articular antes de que se escapase con la habilidad de una lagartija hacia el interior de su hogar.
Después de cinco minutos en silencio observando aquella puerta, Roy aceptó su rendición. No se había movido ni tan siquiera un poco. Solo se había quedado allí, con una vaga esperanza de volver a ver esos cabellos rubios y esa sonrisa que temía haber perdido en el instante que la puerta sonó poniendo plena separación entre sus mundos.
Se metió en el vehículo sin ganas de molestar a nadie de ese vecindario ni tan siquiera un poco más de tiempo. Aún podía notar a la perfección el sabor de los labios de Caroline que se había quedado impregnado en los propios. Se relamió casi por instinto, pero no se atrevió a pasar su mano para quitar de allí cualquier rastro, no quería que se fuese demasiado pronto.
Arrancando el coche se fue hacia su casa, hecho un mar de dudas por diferentes razones. Estaba pletórico y cansado, triste y confundido. Ni tan siquiera tenía tiempo para vivir emoción por emoción puesto que todas iban cogidas de la mano apareciendo de dos en dos tan solo por el placer de atormentarle y recordarle que no estaba tan muerto por dentro como él siempre se había obligado a creer.
Cuando Caroline escuchó el sonido del motor, se maldijo a sí misma por haber hecho aquello. Una parte de sí comenzaba a creer que probablemente no iba a ver a ese hombre nunca. Todas las dudas le angustiaron de pronto, pero suspiró al escucharse a sí mismo diciendo que aquel beso era todo lo que había querido.
En silencio, agarró tantos peluches como pudo llevándolos al interior de su habitación. Su madre odiaba el desorden y no podía permitirle ver algo así pese a las pocas energías que le quedaban en este momento.
Mientras los ordenaba quiso saber si lo que sentía era amor, si ese hombre que le doblaba la edad había logrado lo que nadie antes. No sabía qué era estar enamorada. Lo único que podía darle cierto esquema eran aquellas películas románticas que tanto le gustaban y que podría ver sin cansarse. Sabía de chicas que se había enamorado de profesores, de actores, de estrellas de la música y que tan solo había sido algo platónico debido a que no había posibilidad de nada más. Sin embargo, ella sí le había besado, él la había apartado, pero no había dicho nada. Puede que si tan solo hubiese negado con la cabeza podría haber entendido que aquella era una mala decisión.
La duda. Eso era lo único que le quedaba. La posibilidad de que el beso lo hubiesen disfrutado ambos y no solamente ella. Precisamente la duda era la que conseguía matar a los cobardes y encumbrar a los valientes que pese a estar muertos de miedo recibían las respuestas de las preguntas que tanto les acechaban.
Las llaves volvieron a caer sobre el cuenco. En su otra mano, Roy aún tenía el peluche. Lo observó durante un rato recordando todos los que le habían lanzado cuando había estado encima del escenario y que habían terminado en la basura. Él no era un hombre que quisiese tener todas esas cosas por mucho que comprendiese el valor o el halago que podía simbolizar recibir un objeto semejante. Se preguntó si tiraría ese mismo y enseguida supo que no lo haría ni loco.
Aproximó el peluche a sus fosas nasales encontrando que el aroma de la feria y el de Caroline en particular se habían quedado impregnados en el pelaje sintético. Era suave y la manera en que lo había contemplado por primera vez le había hecho saber hasta qué punto ese peluche era el más afortunado del mundo.
Sacó el teléfono móvil de su bolsillo trasero y buscó en la agenda a un contacto en concreto. Siempre le había dicho que llamase a la hora que lo necesitase, en cualquier momento, cuando tuviese esa necesidad imperiosa que solamente podían entender otras personas que habían pasado por lo mismo.
Un tono. Dos...
— ¿Recaída? —preguntó una voz rasposa al otro lado de la línea.
— Deseo de...
Roy se sentó en el sofá aferrado a ese teléfono móvil como si fuese su tabla de salvación.
— Bien hecho, colega. Ahora, mientras me visto, cuéntame qué es lo que está pasando.
El guitarrista observó el peluche de nuevo entre sus dedos, jugando con los brazos del mismo aceptando que todo aquello había ido demasiado lejos para poder manejarlo él solo.
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Caroline
RomanceCaroline está demasiado enfrascada en toda su vida como para pensar en eso que llaman amor. Un trabajo de camarera en un local de mala muerte, una madre que ha sobrevivido a un aneurisma y unas amigas que, pese a todo, no puede mantener tanto a su l...