Capítulo 26

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A las tres de la mañana, Haizel estaba despierta sentada como una india en la cama de Caroline. Aunque era costumbre que pudiese dormir en el sofá, siempre insistía en que se quedase con ella, compartiendo cama, porque no suponía ningún problema. Tan solo el calor podía ser un impedimento para algo así.

— ¿Otra vez dándole a la cabeza? —preguntó la rubia adormilada observando la espalda de su amiga ligeramente encorvada hacia delante.

— ¿Y qué quieres que haga? Cuando no entiendo algo necesito buscar una forma de entenderlo. Probablemente no sirva de nada y tan solo preguntando al señor Crane podré tener alguna respuesta, pero... —suspiró dejándose caer hacia delante y abrazando el colchón tanto como le permitieron los brazos.

La postura era cuanto menos graciosa con todo el trasero en pompa. Si hubiese sido por Caroline le hubiese dado un azote, no sé, se lo pedía el cuerpo, aunque no era nada más que una broma que tenían entre ellas. Probablemente a cualquier otra persona no se lo hubiese hecho, ni tan siquiera pensado en hacerlo.

— Supongo es normal cuando se está enamorado de alguien y siendo tú esa persona, pues con más inri —Caroline se incorporó y terminó tumbada boca abajo teniendo el rostro a la misma altura que el de su amiga—. Habla con él. Intenta entender lo que pasó con la única fuente de respuestas fiable. Si es un capullo, bueno, ya sabes lo que hacer. Si es un doble capullo, sal corriendo. Si es un tripe capullo, por favor, no pienses en nada que no sea poner una distancia de seguridad entre ese tío y tú. Ahora... no permitas que las cosas se queden así si tanto te agobia.

Haizel miró las facciones de su amiga que la luz nocturna que entraba por la ventana le permitía. Un ojo tan solo, media nariz y media boca. El resto era un borrón negro que se fundía con la forma del colchón.

— Tienes razón, pero me da miedo... Miedo porque sea un triple capullo, doble o solo un capullo.

Caroline acarició la mejilla de Haizel y negó ligeramente.

— ¿Y qué si lo es? ¿Serías la primera en enamorarse de un triple capullo? No, para nada. Dolerá, porque desenamorarse de alguien y de una forma tan radical, aún más. Pero no será la única vez que te enamores. Eres muy fuerte, Haizel y tienes muchas cualidades —susurró intentando calmar el alma atormentada que, pese a que no podía verlo, sabía que estaba temblando en el interior de la mirada asustada de una Haizel que se había abrazado a la posibilidad de que todo aquello fuese su culpa.

Dormir fue imposible para ambas. Haizel nerviosa por todo lo que tendría que hacer cuando viese a Crane y Caroline porque no podía dejar de pensar en aquel músico que al otro lado de la ciudad se había quedado despierto, pellizcando las cuerdas de la guitarra, intentando que aquel aluvión de emociones nuevas no terminase con él.

Caroline. La preciosa Caroline de ojos alegres, sonrisa sincera y aroma a chocolate envolviéndola. En su mente aparecía sin permiso, recordándole que había musas de carne y hueso. Ella lo era.

— Me niego. Me niego, me niego, me niego y me niego —la voz de su madre llegó sus oídos con tanta nitidez que creyó que lo más probable es que estuviese soñando. A esas horas de la mañana jamás estaba allí—. No, escúchame bien. No voy a consentir que alguien se atreva a airear nada de todo eso. Lo que pasó, pasó y ahí se queda.

Una nueva pausa dramática le dio tiempo a comprender que estaba escuchando fragmentos de una conversación por teléfono.

— No me importa. Lo prefiero.

Caroline se levantó de la cama y caminó descalza dejando una cama vacía en la que Haizel ya había desparecido. Se había quedado traspuesta por la noche en vela. Se quedó en la puerta que daba acceso al salón y observó la espalda de su madre encorvada sobre la encimera de la cocina mientras que un cigarrillo, algo que debía haber dejado hace años, estaba entre sus dedos. Su otra mano agarrando firmemente el teléfono se había convertido casi en una garra.

— No. No voy a volver. Te lo he dicho miles de veces —resopló mientras perdía la paciencia—. Es una decisión que está tomada. Punto.

Colgó y las manos de la mujer temblaron más de lo que debieron. Caroline vaciló unos segundos, pero terminó haciendo una de las preguntas que estaba pasando por su cabeza en ese instante.

— ¿Dónde no vas a volver?

Se dio la vuelta con el cigarrillo en la mano habiéndose llevado el susto de su vida.

— Cielo, ¿qué haces aquí? Te hacía en clase —apagó tan rápido como pudo la prueba del delito y escondió el cadáver del mismo en la basura.

— No he ido —su respuesta fue tajante—. No me has respondido, ¿dónde no vas a volver?

Suspiró intentando comprender hasta qué punto sería bueno decirle toda la verdad a su hija o, por el contrario, callarse los detalles innecesarios de todo lo que había ocurrido y que llevaba tanto tiempo ocultándole. No supo decidirse. Pese a que era mayor, mucho mayor, Caroline podía cambiar la forma de mirarla y de entender el mundo como lo conocía.

— ¿Mamá? —dio un paso hacia ella.

La señora Leroux llevó sus manos a su cabello casi por instinto. Era uno de sus tics nerviosos. Siempre que había tenido que darle una mala noticia a Caroline se había asegurado de colocarse en condiciones aquel moño que solía llevar casi siempre. La mayor parte de los cabellos terminaban hechos un desastre y por mucho que lo intentase algunos mechones habían hecho su propia revolución contra la esclavitud de la goma o pinzas que utilizase.

— No es nada. Es... tan solo es un empleo al que he dicho que no, eso es todo —una verdad a medias era más fácil de digerir, al menos fue lo que pensó.

— ¿Y por eso estás tan alterada? ¿Por un trabajo que has dicho que no? —enarcó una de sus cejas pensando que su madre la estaba tomando por tonta.

— Sí. No... no ibas a entenderlo.

Esas palabras sepultaron aquella mentira a medias. ¿Qué trabajo y que lo dejase podía ser algo que Caroline no entendiese? Sabía que le estaba ocultando al algo. No sabía quién había llamado ni tampoco lo que le habían dicho exactamente, pero sabía que lo peor que podía hacer era intentar sonsacar a su madre que ya estaba demasiado alterada.

— No sé qué es lo que te ha pasado ni lo que está pasando, pero prefiero que me digas que no quieres hablar sobre algo en lugar de creer que no me dio cuenta de nada, mamá.

Se dio la vuelta regresando a su habitación pues tenía muchas cosas que hacer aún. No se sentía orgullosa hablándole a su madre de ninguna manera ajena a todo el respeto posible, pero esperaba lo mismo de ella. Habían tenido una conversación pocos meses antes. Su madre había querido esconder durante días un dolor que estaba aumentando y que resultaba insoportable para ella o para cualquiera. Finalmente, las largas cuentas que pagar a los médicos se habían quedado a cargo de ambas porque no había cedido antes, quizá cuando podía ser más sencillo, más fácil o reversible. Aún le daba miedo buscar información por internet sobre ese diagnóstico que le habían hecho a su madre y que había decidido quedarse archivado lo poco que sabía en un historial ajeno a la realidad lo máximo posible.

Debía ponerse a trabajar en la tesis una vez más. Había mucho que hacer y poco tiempo que perder, pese a que su mente había decidido quedarse en bloqueo continuo, algo que calificó como el bloqueo del escritor que tienen muchos autores cuando el papel blanco es demasiado fuerte en comparación con las ideas de uno. 

CarolineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora