7 - Siento que nunca hemos estado separados del todo.

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Sábado, 16 de marzo de 2030, Madrid.

Ese sábado fue el primer día soleado de todo el mes.

Aunque sólo contaran un puñado de días en el calendario, era lo que peor llevaba Samantha de vivir en Madrid, y ya hacía casi diez años que se había instalado allí. Su Terreta tenía muchas más horas de sol al año. Los veranos en Madrid eran largos, pegajosos y tremendamente asfixiantes, pero los prolegómenos de la primavera eran aún algo tristones. El tiempo era algo que afectaba directamente a su estado de ánimo, pero para ser sinceros, su ánimo no estaba pasando por su mejor temporada, así que lloviera o saliera el sol, los días solían ser bastante anodinos.

Se arrepintió poco después de salir de casa de haberse arreglado. El vestido le parecía muy corto para el viento que corría, que se lo levantaba por la parte trasera dejando a la vista un trasero cubierto por unas gruesas medias negras. Los botines de tacón la elevaban un poco más del suelo y su metro setenta y cinco se convertía en casi metro ochenta, dándole un aspecto de ir a comerse el mundo en vez de a tomar un café con amigos. La raya del ojo, afilada como algunos de sus comentarios, y el rosa de sus labios remataban un atuendo que hacía girar cuellos por la calle.

Siempre salía de casa con tiempo de más cuando no cogía el coche. Ir en transporte privado a los sitios tenía sus ventajas: a veces más rapidez, en invierno menos frío y en verano menos calor, y poder llegar hasta la misma puerta del lugar donde hubiera quedado. Cuando tomaba el metro, era tanta la gente que la paraba por la calle que los primeros meses de su recién estrenada fama siempre llegaba tarde a sus compromisos. No le gustaba negarse a una foto o a charlar con algún fan porque llevara prisa, aunque evidentemente en alguna ocasión lo hubiera hecho, pero había adoptado la postura de salir siempre antes de casa. Si quedaba a las once, como era el caso, y tardaba veinte minutos en llegar, salía a las diez. Y todos contentos.

No fue distinto en esa ocasión, y para cuando encontró la cafetería que Flavio había mandado por el grupo que Eva había bautizado como "Gatos en adopción" haciendo referencia a que ninguno era de Madrid y estaban allí viviendo como forasteros, comprobó que había llegado la primera.

Habían propuesto reunirse en un lugar céntrico pero discreto los cinco que todavía vivían en Madrid, pero casi ninguno había podido acudir. Maialen se había caído del plan la noche anterior porque le dolía horrores una muela e iba a ir a sacársela de urgencia ese mismo día, Javy andaba de reuniones por la edición de su próximo disco y Hugo, que no se perdía una, andaba de pleitos porque tenía goteras en el piso y el casero no quería arreglárselas. así que, para cuando acordaron la hora, sólo confirmaron que podían Eva, Sam y Flavio.

Samantha se había enterado en parte por Eva y en parte por Mai de que el chico poco a poco había ido quedando con ellos. Había invitado a Mai a su casa a comer y le había confesado lo del divorcio y la mudanza a Madrid, al igual que con Eva, con la que había quedado unos días después de que Samantha le apretara las tuercas por WhatsApp. Incluso se había bajado unos días a Sevilla a ver a Gèrard y Anne, y también se lo había dicho al ceutí. Sólo a los más cercanos. Era necesario que lo supieran por él, y Samantha agradecía que no fuera un secreto, porque no sabía por cuánto tiempo podía guardárselo.

Al entrar a la cafetería, buscó una mesa apartada de la puerta con al menos tres sillas. El local tenía una estética muy cuidada pero estaba prácticamente vacío, y no pudo evitar preguntarse cómo era capaz Flavio de encontrar locales tan bonitos y tan apartados de la civilización. La camarera, una chica de unos veinte años, alta y con las mejillas sonrosadas se acercó a ella con la libreta en la mano, y su cara se deformó en un gesto de sorpresa casi caricaturesco al ver que se trataba de Samantha.

UN POCO DE FEBRERO... y todo septiembre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora