Capítulo XXI

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Kay:

Once años atrás:

Estaba en el campamento, hacía ya unos meses que había comenzado la guerra. Mi hermano y Natanael habían tenido conflictos desde siempre y ahora por fin estaban saldando cuentas.

Ese día fue la última batalla, les habíamos derrotado y recuerdo a Kian llegando triunfante sobre su caballo al campamento. No me había dejado ir a pelear, decía que debía ser así por si él moría. Yo estaba molesto por eso y cuando le vi entrar prácticamente ni le miré, solo me fui de allí. Mi hermano lo notó y fue hasta mi tienda buscándome para darme las buenas nuevas de la evidente victoria.

-¡Kay, al fin ganamos! -me sonrió con júbilo mientras iba a abrazarme con su típica calidez que solo tenía con pocos y que casi siempre solo mostraba conmigo, pero yo estaba muy enfadado con él.

-Déjame en paz, Kian -me separé con aspereza-, ni siquiera me dejaste pelear y tuve que quedarme aquí como un cobarde -Odiaba que me hiciera eso y él lo sabía, era fuerte, podía haber peleado a su lado sin ningún problema.

-Kay, no te quedaste aquí como un cobarde, debías hacerlo por si algo me sucedía -me explicó, pero eso no me convencía.

Había herido mi orgullo y me dejó como si fuera un niño al que debían proteger, no le perdonaría tan fácil.

-¡No me importa! ¡Me dejaste aquí en contra de mi voluntad!-exclamé en respuesta y él frunció el ceño molesto.

-Kay, deja el berrinche, no seas malcriado.

Sonreí indignado- ¿Berrinche? ¿Es que no te das cuenta de que me humillaste delante de todos?

-No te humillé en frente de nadie, es normal que quiera porteger a mi sucesor.

-Claro, como si pudieras morir, ¿no? Esa corona no será mía y tampoco la quiero ¡No sé por qué insistes en que soy tu sucesor!

-Porque lo eres, Kay, porque no sabes si algo pueda sucederme en alguna batalla y tú debas asumir el trono.

-¿Sabes qué?, mejor vete, Kian, ya no quiero hablar contigo. Muchas felicidades por tu victoria, ahora déjame en paz.

Él salió de la tienda sin oponer resistencia a mis palabras. En ese entonces no sabía que esa sería mi última charla con mi hermano y que me arrepentiría de ello como nunca.

Esa noche el campamento se incendió de la nada, comenzando específicamente por la tienda de él. Salí corriendo, quería ir y entrar a salvarlo, pero todo estaba en llamas.

-¡Kian! -le llamé tratando de ir pero Uriel y unos cuantos hombres me sacaron de allí- ¡Kian! ¡Déjenme ir, debo salvarlo! -grité llorando mientras me arrastraban fuera del campamento y luchaba con todas mis fuerzas para que me dejaran en paz.

-¡Cálmate, Kay, el rey está muerto y si entras ahí morirás tú también! -me dijo Uriel, pero no podía asimilarlo.

-¡No me importa! ¡Es mi hermano no puedo dejarlo! ¡Déjame ir! ¡Él no puede morir, no así!

Me sacaron del campamento a pesar de mi ardua lucha. El dolor que me embargaba era indescriptible y la culpa se apoderaba de mi ser como un mortal veneno. Ni siquiera le había abrazado la última vez que nos vimos, no le había dicho que le quería lo suficiente, no le dije que era la persona más importante en mi vida. Kian había sido todo para mí, mi única familia, mi padre, madre y hermano; asimilar la idea de que había muerto era simplemente inconcebible para mí.

Mis ojos estaban empañados por las lágrimas, mi alma ardía y se consumía en cenizas como mismo lo hacía todo el campamento en frente de mí. Y ahí, en medio de todo mi dolor y desgracia, le vi, noté entre los árboles, a lo lejos, el brillo de unos ojos que sin dudas jamás olvidaría luego de esa noche. Me solté yendo hasta donde le había visto, convirtiendo en cada paso, mi dolor, en rabia.

Dark AngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora