(Cuento Corto)

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Llegaba el invierno, era 14 de Junio de 1536. Recién amanecía, y como todas las mañanas, Iracema salía a recolectar raíces y frutos. Era una muchacha joven, alta y de tez morena, con un largo cabello castaño y unos oscuros ojos como la noche. Ella era una de las más hermosas y la más dulce de la aldea.

Iracema volvió con el resto de su tribu luego de haber recolectado todo lo que había encontrado. Bagual, su amigo y mayor confidente, la estaba esperando detrás de una de las tiendas. Ellos pasaban todas las tardes vagando por la llanura, disfrutando de lo que Souchy, su dios, les obsequiaba todos los días.

Ya entrada la noche, ambos volvían a su tienda, con su familia.

Ella durmió esa noche con una sonrisa, sabiendo que al día siguiente, sería otro grandioso día junto a Bagual, pero nunca imaginó lo que sucedería al día siguiente.

El día 15 de Junio de ese año, Iracema despertó y escuchó voces desconocidas fuera de su tienda. Salió afuera, la luz del sol la encandiló por un momento, pero luego, pudo distinguir de qué se trataba todo. Pudo ver hombres blancos, hablaban con sus hermanos y hermanas. Ella sintió como el miedo la inundaba, intentó divisar a Bagual entre el resto de la tribu, cuando finalmente lo encontró, corrió hacia él. Quería preguntar todo acerca de los hombres blancos. Como toda joven, Iracema era curiosa, por lo tanto, en poco tiempo lo supo. Pero no era solo curiosidad, ella era astuta, sabía lo que se avecinaba, pero eso hizo que el miedo aumentara aún más.

Su mejor amigo le contó acerca del hombre, su nombre era Diego de Mendoza, venía del otro lado de las grandes aguas.

Ella nunca las había visto, pero decían que eran hermosas, ansiaba verlas y poder cruzarlas, pero el hombre blanco se interponía en su camino.

El extranjero había sido bien recibido por el resto de la tribu, le llevaban ofrendas a él y a sus hombres, pero Iracema no confiaba en él, los blancos siempre habían masacrado a su gente, aún no entendía como podían recibirlo.

Pronto descubrió que tenía razón, el hombre extranjero intentó doblegar a su pueblo, una traición que hizo al resto de los Querandíes abrir los ojos. Los blancos fueron expulsados del territorio donde se encontraba la aldea.

El gran jefe de la tribu mandó muchos de sus hombres a reunir más pueblos para enfrentar al hombre blanco que quería sus tierras. Antes de lo que ella pudo esperar, la tribu se expandió, muchos pueblos se unieron en la lucha.

Iracema fue a encontrarse con Bagual, hacía mucho que no hablaban desde la llegada de los extranjeros. Él había estado muy ocupado, ayudando a organizar ejércitos, intentando tomar el mando, ya que sería el siguiente cacique de la tribu.

Ella estaba preocupada, Bagual iría a pelear contra el hombre blanco, pero ella no quería perderlo, sabía que él era su amigo, pero pronto descubrió que lo amaba más que a cualquier otra cosa en el mundo.

Esa noche, Iracema pidió a Souchy que protegiera a su amado, lo pidió tantas veces hasta que se quedó dormida en medio de la llanura, sola.

Despertó con un sobresalto, se sentó sobre la hierba seca y escuchó atentamente a su alrededor. Algo no andaba bien, escuchaba pisadas, gritos, explosiones. La batalla había comenzado.

Corrió hacia donde estaban combatiendo, algo peor que el miedo la invadió, un sudor frío recorriendo su espalda, la sensación de pánico dentro de su pecho. Estaba escondida detrás de un matorral de pasto seco, podía verlo todo, sus hermanos siendo masacrados por el enemigo, parecía que iban perdiendo.

De repente, su cabeza comenzó a doler y se levantó del suelo sin voluntad alguna. Un soldado blanco la había tomado del cabello y la arrastraba hacia el terreno libre, iba a matarla, ella lo sabía.

Dejó escapar un grito fuerte y agudo cuando el hombre la soltó y sacó una larga espada. Cerró los ojos y esperó que el frío hierro entrara en contacto con su piel, pero eso nunca pasó. Escuchó un furioso grito y allí, parado frente a ella, liberándola del soldado, estaba Bagual.

Él la ayudó a ponerse de pie y le sonrió, pero antes de que pudiera acabar de ayudarla, una espada atravesó el corazón de su amado, que cayó al suelo tan pronto como el arma salió de su cuerpo.

Iracema aún no podía creerlo, atrapo el cuerpo del muchacho y lo abrazó con fuerza. Lo miró a los ojos y en ese instante, ella pudo verlo susurrar la palabra “adiós” mientras la vida se iba de sus manos. Ella lloró desconsoladamente, no soportaba haber perdido a su único y verdadero amor. Sabía que él ahora estaría con Souchy, pero el dolor era demasiado.

Su corazón comenzó a latir rápido, su cabeza le dolía a causa del llanto, sus ojos estaban perdidos, ya no podía pensar en nada.

De repente se levantó del suelo, dejando el cuerpo frío de su amado en el suelo. Corrió hacía el cadáver de un soldado extranjero y tomó su arma. Con la espada en la mano, regresó con el muchacho. Apuñaló su corazón, pero no sintió dolor, solo felicidad, porque sabía que se reuniría con Bagual y estarían juntos para siempre.

Luego de que la batalla terminara con una victoria del pueblo Querandí, el resto de la tribu los encontró. Uno al lado del otro, ella había tomado su mano antes de morir, ambos tenían cara de felicidad, como si la muerte no fuese más que un pequeño obstáculo en su destino juntos.

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⏰ Última actualización: Jan 04, 2015 ⏰

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La Batalla de QuerandíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora