Capítulo 1. Cicatrices.

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Fijaba su vista hacia el cielo, y de vez en cuando cerraba sus ojos como si no le importara su alrededor. Cualquier persona hubiera creído que ella estaba totalmente tranquila y sin preocupaciones; pero la verdad es que era todo lo contrario.

Repasaba en su mente lo que podría llegar a pasar si llegara más tarde de lo esperado. Podría perder totalmente una beca que quería ganarse en el concurso.

Era el tipo de persona que solía llegar tarde porque nada le preocupaba, y mucho menos: la puntualidad de la escuela. ¿La razón?, era porque la misma escuela no podrían dejar a los menores de edad en la calle, mucho menos a aquellos que van solos a la escuela. Sólo en casos cuando los niños son acompañados por sus padres; es cuando regresan a los niños a sus casas. Pero hoy, es un día que llegar a tiempo no era una opción.

Empezaba a pedalear cada vez más rápido; hasta donde sus piernas le permitían hacerlo, algunas veces estaba a punto de estrellarse contra un carro, y otras veces contra una persona que cruzaba la calle en zonas que no eran peatonales.

–Demonios, maldita gente... hasta un perro sabe cruzar mejor las calles –bufaba mientras lanzaba miradas de desprecio a los que se atrevían cruzar.

Estaba a punto de llegar a su destino; sólo faltaba dar la vuelta hacia la derecha de la otra calle. Pero bajó la velocidad en cuanto vio a una niña de pelo lacio de color negro, con una diadema puesta en el centro de su cabeza de color lila. Miró con atención que su mochila lo estaba sosteniendo con una sola mano encima de su hombro; dejando sus pertenecías tan vulnerables.

Le arrebató la mochila en cuanto estaba a pocos centímetros de ella, y volvió a aumentar la velocidad. Aún con una sola mano al volante pudo dar un repentino giro hacia la derecha. Volvió hacer el mismo acto para meterse al fondo de la escuela. Llegó a tambalearse un poco, por la pérdida de equilibro; sentía como su mano izquierda (con la que sostenía el volante) estaba perdiendo estabilidad, pero poco después volvió a recuperar el control. Siguió pedaleando hasta que escuchó unos gritos de una señora diciendo "¡para ahí!". Supuso que estaban dirigidos hacia ella. Frenó en seco y volteó hacia atrás para buscar el rostro de la persona de quien le hablaba.

Imaginó que esos reclamos provenían de la subdirectora, y claramente no se equivocaba; por la voz aguda y chillante que la caracterizaba. Era habitual que la subdirectora le hiciera dramas todo el tiempo por tener una conducta impulsiva y tanto despreocupada.

Miró como la subdirectora caminaba directamente hacia ella, con el ceño fruncido y los labios abatidos. Kendal rumia en su mente de que cómo es que aquella mujer de 29 años tenía la frente tan arrugada.

­­–Estás totalmente loca –Kendal se sobresaltó, le parecía algo exagerado que la llamara de por ese adjetivo; además, le parecía que le estaba faltando al respeto de una manera poco profesional para ser la subdirectora. –No debes meter tu bicicleta de manera brusca; donde llegues a golpear a un niño con ella, te juro que te expulsaré. Te haré un reporte de manera inmediata.

–Nunca he golpeado a un niño...–hizo una pausa. Sintió que en esta discusión la bicicleta le estorbaba. Si querían que le hiciera un reporte era mejor tener las manos desocupadas –...un momento, dejaré mi bicicleta en un lugar.

Observó en una esquina del patio donde estaban unas escaleras pegadas a la pared. Estas tenían un hueco donde podía meter su bicicleta para que nadie le estorbara en el camino; era el lugar donde usualmente solía guardar la bicicleta. Pero de vez en cuando había niños que tomaba su bicicleta; se subían a ella torpemente y la dejaban tirada. Eso hacía enfurecer a Kendal. Ella tenía que cuidar de los niños, pero los niños no tenían ni el mínimo cuidado con su bicicleta. Dio un respiro y acomodó su bicicleta; jaló una palanca hacia adelante para que la bicicleta pudiera estar parada por si sola.

Razones para matarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora