Capítulo 12

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Chantajes y otras mil maneras de lograr lo que quieres

El ocaso pintaba las nubes de colores que oscilaban entre el rojo fuego, dorado, rosa y morado. Éstas, a su vez, lucían como borregos o gigantes bolas de algodón esparcidas por todo el cielo.

—Siempre me han gustado los atardeceres —le dije a Hyukjae, quien caminaba a mi lado a través de las calles que nos guiaban a nuestro edificio —¿A ti no?

—Sí. Cuando era pequeño dibujaba muchos atardeceres porque son realmente útiles para aprender técnica del color.

Asentí con interés.

Tal vez habrían pasado unos cinco minutos desde que descendimos del tren.

El viaje fue productivo. De cualquier tema podíamos tener una conversación y esto solo se incentivó con el juego de las diez preguntas de Hyukjae.

Habíamos hablado de comida, de viajes, de libros, de las mascotas que tuvimos en nuestra niñez, de los años escolares y también un poco acerca de música.

El tiempo nunca se me pasó tan rápido como este día. Con Hyukjae me sentía tan a gusto que ni siquiera podía explicarlo.

Nuestros gustos en común eran casi nulos y aún así él parecía totalmente interesado en mí y yo en él.

Era extraño, pues antes conversé con personas que estaban cortadas con las mismas tijeras que yo, y de cualquier forma terminé aburriéndome a los cinco minutos.

Con Hyukjae claramente no estaba ocurriéndome eso.

—¿Te interesaba el arte desde muy pequeño? —le pregunté.

Él asintió soñadoramente, clavando sus ojos negros en el atardecer. Las pupilas le brillaron con un destello dorado que parecía la antesala a un recuerdo precioso.

—A los cinco años encontré entre las cosas de mamá una agenda ilustrada con obras de Van Gogh. A ella no le interesaba el arte, pero fue un regalo que le hizo una de sus amigas.

»Realmente nunca la usó. La tenía arrumbada en un rincón, así que me la dio cuando le pregunté si podía quedármela.

»A los cinco años yo ni siquiera sabía lo que era una agenda más allá de la definición que me dio Linn: una libreta para organizar tus actividades durante todo el año.

»Naturalmente preferí utilizarla para dibujar, porque para mí no había nada más aburrido que planear absolutamente todo.

»Intentaba copiar las obras de Van Gogh, aunque por supuesto no me salían, pero ese fue mi primer acercamiento al arte.

»A los seis dibujaba mucho mejor. A los siete, Linn me regaló un bloc de dibujo, lápices de colores y una caja de gises pastel. A los ocho gané varios concursos en los que mis profesores me inscribían casi a la fuerza, y así continuó un par de años más, hasta que a los doce tuve un estancamiento creativo y me deprimí porque solo sabía pintar atardeceres, entonces lo dejé, convencido de que quizás la pintura no era lo mío.

Y se rio cuando dijo eso último. Yo también lo hice.

¿Cómo siquiera pudo creer algo así?

—¿Y cómo volviste a ello?

—Bueno, de los doce a los trece me interesé más por la música. Aprendí a tocar la guitarra y cantar se me daba bien. Entonces se me metió a la cabeza que sería un rockstar —y volvió a reír por eso—. Pronto me uní a una banda de garaje. Éramos malísimos, pero nos divertíamos. Sin embargo, eventualmente me di cuenta de que eso, aunque me gustara mucho, no era lo que quería hacer para toda mi vida.

•Aquello que pudimos ser [Eunhae]•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora