Capítulo 13

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Punto de vista de Link.

Contemplaba mi propia imagen reflejada en las cristalinas aguas del diminuto lago que se encontraba en uno de los jardines del castillo. Llevaba puesta la túnica azul que me había hecho la princesa y justo por encima de mi hombro, sobresalía la empuñadura de la Espada Maestra.

"Hoy es el día", pensé, dejando escapar un suspiro. Diosas, ¿por qué estaba tan nervioso? Ni siquiera cuando me nombraron caballero había sentido aquel desagradable nudo en el estómago, y eso que en aquella ceremonia ya llevaba la espada destructora del Mal cruzada a la espalda. Todas las miradas estuvieron puestas sobre mí a pesar de que no era el único al que iban a proclamar caballero ante la corte entera.

—En el nombre de Din, te encomiendo que uses siempre el poder que te otorga el acero para proteger al más débil —había dicho uno de los caballeros con más alto rango del reino por aquellos tiempos, poniendo su espada sobre mi hombro izquierdo—. En el nombre de Nayru, te encomiendo que dispongas de la sabiduría suficiente para distinguir entre el bien y el mal, entre la justicia y la injusticia. —La fría hoja se desplazó hasta mi hombro derecho—. En el nombre de Farore, te encomiendo que poseas el valor necesario para enfrentarte a todas las adversidades.

Por fin, la espada regresó a mi hombro izquierdo.

—¿Juras por la Diosa Hylia y por las tres Diosas Doradas que protegerás Hyrule de cualquier enemigo y que defenderás a los inocentes con tu vida si es preciso?

—Lo juro —había respondido yo.

Recordaba que mi padre había preparado una cena abundante para celebrar mi nombramiento; él estaba muy orgulloso de que su hijo siguiera sus pasos y se armara caballero, como era tradición en nuestra familia.

Sin embargo, más tarde, cuando las estrellas ya brillaban débilmente, esparcidas sin cuidado sobre el oscuro cielo nocturno, las dudas habían comenzado a asaltarme por primera vez. La Espada Maestra estaba apoyada contra el tronco de un árbol; por aquel entonces yo era más joven y todavía no me había acostumbrado al peso físico y mental que conllevaba portar aquella legendaria arma. Mi hermana se había dormido sobre mi regazo. Pasarse horas y horas bombardeándome a preguntas sin para debía de haber agotado por completo sus energías.

No obstante, por fin tenía algo de tiempo para pensar con tranquilidad. Mi padre se había sentado junto a nosotros, y contemplaba el cielo estrellado al igual que hacía yo.

—Papá, ¿qué pensaste cuando te armaron caballero? —le había preguntado.

—¿A qué te refieres?

—El día de tu nombramiento, ¿qué pensaste? ¿Qué sentiste?

—Ser caballero es un honor —empezó mi padre. Aquel era el típico discurso de siempre—. El mayor honor que existe...

—Eso no es a lo que me refiero —le interrumpí—. Lo que quiero saber es la verdad.

—¿Qué verdad?

—¿Estabas nervioso? ¿Te sentías orgulloso de ti mismo? ¿Te parecía que estabas haciendo lo correcto? ¿Tenías... ? —Mi voz tembló ligeramente—. ¿Tenías miedo?

Él se mantuvo en silencio durante unos instantes que se me hicieron eternos.

—¿Tú tienes miedo, Link?

—Tengo miedo —asentí en un susurro apenas audible—. Pero se supone que no debería temerle a nada, ¿verdad?

—¿Sabes lo que significa ser valiente? —me preguntó mi padre, apartando la vista del oscuro cielo nocturno para posarla sobre mí. Después de pensarlo, llegué a la conclusión de que realmente no sabía qué significaba lo que me habían encomendado ser. Tan solo negué con la cabeza a modo de respuesta—. Para ser valiente hay que tener miedo. El verdadero significado del valor es ese; enfrentarte a lo que temes. Así que sé valiente, Link.

Hace 100 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora