7. Hasta los pies

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Pasaron tres días en las nubes. Estar en el hotel seguía siendo extraño, no podían salir a la calle y la prueba del virus se la hicieron allí mismo, pero Mai y Bruno ya habían perfeccionado la manera de escabullirse y, entre una habitación y otra, pasaron todo el tiempo juntos. Para ellos eso se salía de lo normal, porque aunque ya habían estado en el mismo sitio veinticuatro horas al día durante meses, en realidad nunca habían pasado tiempo los dos solos. Tener intimidad fue maravilloso.

Cuando Mai se despertó después del primer encuentro, se dio cuenta de que había ido con lo puesto y no llevaba ni calcetines, así que con tono medio infantil le pidió a Bruno una camiseta. Él bromeó diciendo que prefería verla desnuda, que ahora que por fin podía disfrutar de esas vistas no pensaba perdérselas, y ante la respuesta juguetona de Mai que se quejaba tirándole un cojín, abrió su maleta y le dio su camiseta granate. Mientras ella se la ponía no pudo dejar de mirarla, y llegó a la conclusión de que se había equivocado. Si ella estaba sexy desnuda, con su ropa el efecto se multiplicaba, porque de alguna manera era la prueba de que ya no quería separarse de él.

Arrasaron con el minibar. Entre vino, cerveza y licor se olvidaron de la realidad del mundo que les rodeaba, y cuando ya no quedaba nada terminaron en el suelo muertos de risa peleándose por quién tenía más derecho a tomarse el último trago. Al final Mai con una sonrisa le dijo a Bruno que hiciera los honores, y él le hizo caso, pero dejó un rastro en su boca que compartió con ella al besarla. El beso fue húmedo y largo, y el intenso sabor a whisky a Mai le resultó excitante. Se abandonó a sus sentidos, sintiendo cómo la lengua de Bruno recorría su boca, primero de forma suave y lenta, pero poco a poco intensificándose. Ella le seguía el ritmo, y sus manos viajaron instintivamente hacia su nuca, acariciándola. Cuando ya no hubo duda de lo que ambos pretendían, se levantaron y a trompicones lograron llegar hasta la cama.

En esa ocasión no hubo prisa. Bruno besó el cuello de Mai, sus hombros, su pecho. Con un brillo especial en los ojos, le dedicó una sonrisa al llegar al ombligo, y mientras ella se arqueaba anticipándose, le quitó las bragas y su lengua encontró el camino hacia su sexo. Mientras lo recorría Mai gemía de placer, y dejándose llevar, se abandonó al orgasmo que no tardó en invadir todo su cuerpo. Bruno la observó mientras se corría, y cuando terminó, se estiró hacia ella y le susurró al oído:

-Oxitocina que te incendia la sien, resbala...

Mai le miró traviesa y se rio con él a carcajadas. Después, todavía recuperándose, se zafó de su abrazo, se puso a horcajadas sobre él, y tras volver a besarle, le lamió el lóbulo de la oreja. Eso a Bruno le volvió loco, y frotó instintivamente su entrepierna contra ella. Maialen bajó hacia su sexo recorriendo su piel con su lengua, primero el pecho, después los muslos, como haciéndose de rogar, hasta que finalmente lo atrapó con su boca. Mientras lamía su miembro con destreza le acariciaba, y sonrió con determinación cuando vio que él ya casi no podía más, pero Bruno se detuvo, la tomó de los brazos y en un giro rápido se colocó sobre ella. La besó mientras se introducía en su interior, y Mai lo rodeó con sus piernas. Con los movimientos perfectamente acompasados y el orgasmo anterior tan reciente, ella no necesitó usar las manos, y la conexión entre ellos fue tal que se corrieron al mismo tiempo. Después se miraron fijamente sin mediar palabra. Sólo existían ellos dos. Lo demás no importaba.

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Esos días Maialen volvió a componer. Cuando estaban en su habitación y cogía la guitarra sentía una alegría tan grande que era como si toda la inspiración le volviera de golpe. De repente las frases inconexas que había tratado de escribir en el confinamiento cobraban sentido, las notas encontraban su lugar, y lo que antes no tenía ni pies ni cabeza, se convertía en canción. Aunque llevaba muchos años componiendo, era la primera vez que lo hacía en ese estado de felicidad plena, y disfrutó enormemente de esa sensación. Bruno también escribía, pero verla a ella era tal espectáculo, que cuando levantaba la vista de la libreta y la observaba guitarra en mano con su camiseta puesta, se quedaba prendido mirándola y perdía el hilo.

Cuando ella terminó Fusión del núcleo le preguntó si la canción significaba lo que él sospechaba, porque escuchar que no quería que la adoctrinara una ley universal, que quería huir y que sentía putrefacción le trasladaba a dos meses atrás y al estado absoluto de indecisión en el que ella se encontraba. Cuando Mai le respondió que sí sintió mucha angustia, porque putrefacción era una palabra demasiado fuerte, y el cuerpo de Mai demasiado pequeñito para verse dominado por una sensación así, pero ella, que sabía leerle, le tomó de las manos, y mientras las besaba con ternura le miró a los ojos y le dijo:

-Soy más fuerte de lo que crees, bichito. Después de todo estoy aquí, ¿no?

Tenía razón. Y mientras ella le besaba, deseó que se quedara para toda la vida. 

Desorden sistemático (Brunalen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora