Day 4: "unplanned date" Drabble

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4. Una cita

"Una desgracia para el ballet".

"Un bello rostro y las mejores intenciones, pero la gracia de un elefante deprimido".

"¿Segura de que eres la indicada para el solo, Arendelle? ¿O sólo eres otra sobrevalorada más?"

Estaba harta de las constantes voces que gritaban en su cabeza que no sería capaz. Que era una incompetente y que el ballet no era lo suyo si había conseguido su lugar por el poder de su padre.

Mentiras, mentiras y más mentiras.

Desde que tiene memoria, Elsa ha sentido una inexplicable pasión por el ballet, aquello iba más allá de un simple hobbie y eso lo supo en cuanto se subió en unas puntas por primera vez. Era algo a lomque se quería dedicar su vida entera.

Pero muchos la subestimaban y menospreciaban, especulando primero que logró entrar a la academia Splendor por el poder y las influencias de su padre, antes de ver el talento que tenía por ofrecer.

Y si se lo preguntaban, no, su padre no movió un solo dedo para que ella pudiese ganarse un lugar ahí. Si estaba donde estaba era por su sangre, sudor y lágrimas, que la elevaron hasta ser una de las estudiantes de honor de la academia, sin trucos ni dinero de por medio, sólo con un par de puntas de ballet y un sueño, como cualquier otra chica de ahí.

Pero claro, todos primero te juzgarán por quién eres y no por cómo eres.

¿Quién era ella?, Elizabeth Marie Arendelle, hija del senador de la república, Agnarr Arendelle y la niña privilegiada de su clase. ¿Cómo era ella? Determinada, esforzada, valiente y disciplinada. Nunca tomó algo que no fuera suyo no utilizó el nombre de su padre a su favor, al contrario de lo que todos querían pensar.

Porque era más fácil juzgar a quien aparentemente lo tiene todo, ¿no?.

En cuanto tuvo la oportunidad de salir de aquella academia del terror, se negó con gentileza a las invitaciones de sus amigos por ir a comer algo y prefirió caminar a casa antes del anochecer. No era su momento preferido para estar con alguien y lo único que deseaba hacer en aquel instante era desaparecer, por unas horas, que todo se fuera muy al carajo por dos horas para poder organizar su mente correctamente y continuar, como su padre le había enseñado.

Por eso pateaba latas desoladas en el pavimento y arrastraba su mochila deportiva, sin mucho cuidado por el suelo. Eran más o menos las seis y cuarto de la tarde, e incluso el sol parecía estar en un humor irritable puesto que a pesar de ser las seis, los rayos calientes aún golpeaban con fuerza en su rostro, despidiendo con poca delicadeza gotas de sudor a lo largo de su nuca. Sin duda debió cambiarse, pero estaba desesperada por salir.

A lo lejos, distorsionado por las ondas de calor cerca del hirviente piso de California, un cadillac rojo se acercaba hasta su posición sin ella darse cuenta, por estar muy sumida en la auto compasión y pesimismo.

—¡Hola, hermosa extraña!— el peliblanco conductor del precioso clásico bajó la velocidad del coche para seguir de cerca a la otra.

Elsa volteó la cara con una sonrisa cansada, sin reparar en los ojos y nariz rojos por un llanto que ni siquiera percibió.

El muchacho examinó su estado por sobre las gafas oscuras que poseía en la punta de la nariz y chasqueó la lengua.

—Súbete, te sacaré de aquí.

Elsa miró con duda a su novio.

—¿Qué haces aquí?— finalmente le preguntó.

—Iba a recogerte, pero Hamada me dijo que te habías ido sola sin hablar con nadie. ¿Todo en orden?— se veía genuinamente preocupado. Elsa asintió.

Stolen kisses [Drabbles and One Shots Jelsa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora