Capítulo 1: Solitarias y estresantes vacaciones.

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Las vacaciones habían comenzado, y a pesar de que era su estación favorita; las vacaciones de verano le gustaban menos que cualquier otra época del año. Sofía detestaba estar lejos de Hogwarts y de sus amigos, sobretodo detestaba la soledad que había en su "hogar".

Rose se había comportado más grosera que de costumbre, ya casi no pasaba por la casa, y cuando lo hacía no cruzaba más que las palabras necesarias. Sofía se preguntaba si ella había cometido algún error o cual era la razón por la que su tutora se encontrara tan nerviosa, pero no recordaba haber hecho alguna cosa que molestara a la mujer.

La morena gracias al tiempo libre que ahora poseía, había comenzado a practicar su magia sin varita ignorando el hecho de estar infringiendo la ley: los estudiantes no deben realizar magia fuera de Hogwarts.

A Sofía efectuar dicha magia le había resultado más difícil de lo que creía, en términos materiales: dos sillas rotas, un jarrón partido a la mitad, y el árbol del patio de su casa ahora era solo cenizas.

—¿Qué le ocurrió al árbol?— preguntó Rose, aquel lunes por la mañana.

—Hmm no lo sé...— mintió Sofía.

Rose simplemente le dio una mirada de desconfianza y siguió haciendo sus cosas. Luego, sin siquiera despedirse, se retiró.

La morena agradecía que Rose no pasara mucho tiempo en la casa, así no habría testigos de su incumplimiento a las normas del mundo mágico.

Sofía a escondidas de su tutora, había comprado varios libros acerca de la magia sin varita y la magia no verbal. Leía y leía sin parar, tratando de recordar con sumo de detalles los momentos en los cuales se había manifestado su magia.

Por primera vez en su habitación, luego de ser encerrada por sus queridas compañeras: su enojo hizo que la magia saliera a la luz. En el salón de pociones, cuando deseo que el caldero de Parkinson explotara, o cuando casi quemó el brazo de Malfoy en el Gran Comedor, o la vez que prendió fuego la túnica de Draco Malfoy, y por último, cuando intentó que el basilisco se quemara.

En todas las ocasiones habían dos factores en común, fuego o en su defecto, explosiones. Y enojo, una clase de furia descontrolada que no podía parar, se apoderaba de su cuerpo. Eso debía aprender a controlar.

Además de controlar su magia, quería comprenderla, aquello no era simplemente magia sin varita; Sofía no necesitaba usar sus manos para hacerlo, simplemente pensarlo o desearlo era suficiente para que ocurriera.

Gracias a esto también debía aprender controlar sus pensamientos, Sofía no quería desear que la cabeza de alguien explotara y así sucediera.

Los días del verano pasaban y Sofía no mejoraba, el estrés de no poder controlar su propia magia iba en aumento, y se sumaba la inseguridad de que sus amigos se habían olvidado de ella.

Sofía aún no recibía ninguna carta, tampoco había enviado alguna, no tenia su propia lechuza y Rose que estaba tan de malas no se la prestaría. La morena suponía que sus amigos estaban lo suficientemente ocupados como para pensar en escribirle.

De manera que Sofía había permanecido cinco largas semanas sin tener noticia de sus amigos magos, y aquel verano estaba resultando casi tan desagradable como el anterior. Sólo había una pequeña mejora: sabía que en cuanto las vacaciones terminaran iría a Hogwarts, no como su anterior año escolar que ni siquiera había sido aceptada.

El día del cumpleaños de Harry, Sofía quiso escribirle pero Rose no la había visitado, lo único que pudo hacer aquel día, fue leer el periódico, donde una noticia llamó su atención.

Sofía y el prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora