I'm not gonna hurt you.

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Agosto de 2015

¿Cuánto tiempo es necesario para que una herida en el medio del corazón sanase, para que un ser dolido y marchito se recuperase? 

Estaba de vuelta en el club, en el picadero. Exactamente en el mismo lugar, pensando en lo que haría al llegar a casa. Atlas estaba allí, con ella, galopando. Dejando todo su esplendor en aquel momento.  

El padrillo, de colores grises, negros y blancos, daba paso tras paso, marcando aquellas grandes huellas en la arena húmeda.

Un suspiro resonó en su oído, como el del tordillo. Elevó la vista, asustada, pero él estaba galopando comúnmente. Sus ojos lo siguieron una vuelta completa hasta que volvieron a caer lentamente en sus pies, hundiéndose en su pensar. Un nuevo suspiro y no escuchaba el galope del caballo. Otra vez su vista se dirigió a Atlas. Las pisadas se volvieron audibles, él estaba allí.

Escuchaba a alguien llorar, muy, muy a lo lejos, casi inaudible. Sonaba como si lo tratase de evadir, pero que a la vez no puede controlarlo. Desesperado, doloroso.

Las pisadas enmudecieron. El silencio hizo audible otro suspiro. Elevó la cabeza. Altas no estaba. Se giró hacia las gradas. Ni Norberto, ni Roger, ni Alex estaban. Ella estaba allí, sola.

La respiración se le aceleró y con la vista buscó alguien. Ni un solo alma.

—¡Eres una asesina! —gritó una voz a su espalda y su cabello fue movido por una leve brisa.

Se dio vuelta lo más rápido posible. Nadie. No había nadie.  

Santo dios, estaba asustada. Cerró los ojos con fuerza y al despegar sus párpados se hicieron audibles las pisadas del caballo y ahí lo vio. Se alegró en cierta forma, él estaba justo delante de ella.

Silbó, obligando al caballo a detener su paso y observarla. Se encaminó a él. Una sonrisa se formó en su rostro al estar cerca del bello animal. Estiró la mano para acariciarlo. El caballo desapareció de la nada.

—¡Lo mataste!

La voz. Era parecida a la de ella. El llanto se hizo más audible al igual que su misma taquicardia. Su cabeza daba vueltas a causa del agudo nerviosismo.

—Deberías odiarte —dijo con desprecio aquella voz.

No había nadie de nuevo, solo lo escuchaba. Cerró de nuevo los ojos con fuerza. Quería escapar, irse, correr hasta que nada ni nadie la encontrase. Ir con su padre, acurrucarse en sus brazos.

—¿¡Por qué lo hiciste!?

No estaba funcionando. El llanto se aproximaba más, al igual las voces y suspiros, semejantes al último aliento del caballo.

—Insensible.

—No —dijo en un hijo de voz—, yo no quise.

Daba vueltas en sí misma, intentando ver quién era. Nadie. Estaba completamente desolado.

Ahora el llanto que escuchaba se mezclaba con el de ella. Lloraba de miedo, de angustia por no saber lo que estaba pasando.

—¡Lo mataste! —acusó con fuerza.

—¡Yo no lo hice! —respondió de la misma forma.

El miedo la consumía. La arena era víctima de sus pisadas en un solo lugar, tratando de ver quien estaba detrás de esa voz, en vano. Temblaba, pero no hacía frío. Las manos le sudaban.

—Asesina —se sumó otra voz, parecida a la primera.

—No, por favor —suplicaba mientras iba poco a poco sentándose en el suelo, apoyando una mano en la fría arena.

Reconocida desde pequeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora