Capítulo 67.

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Cuando me desperté lo hice sin tener constancia de nada a mi alrededor. Lo hice abriendo los ojos como los podría haber abierto cualquier mañana rutinaria, con la única diferencia de qué esta vez me percaté de la lentitud del movimiento. Y por eso mismo supe que las cosas no iban nada bien, cuando noté como si tuviera piedras encima de los parpados dificultándome abrirlos y obligándome a cerrarlos de nuevo.

Solté un quejido débil cuando intenté mover los dedos de las manos y no pude, haciendo que mi corazón comenzara a alterarse, pero hasta mis latidos parecían decaídos en esos momentos.

Creo que fue el pitido de las maquinas lo que alertaron a las personas que se encontraban conmigo.

Unos pasos apresurados se acercaron a mí.

—Madison, mi niña bonita —escuché la voz de mi madre e intenté volver a abrir los ojos para mirarla.

La luz de la habitación me cegó al instante, parpadeé varias veces intentando acostumbrarme a esta que no era muy fuerte, pero aun así sí lo suficiente como para deslumbrarme la vista. Cuando lo conseguí lo primero que llenó mi campo de visión fueron dos ojos grises y enrojecidos mirándome detenidamente, tanto que hasta me sentí intimidada por un momento.

Quise girar el cuello para mirar a otro lado y al hacerlo un crujido sonó como por dentro de mi cuerpo haciéndome hacer una mueca de dolor. ¿De dónde había venido eso? ¿Dónde estaba?

—¿Cómo te encuentras, mi vida? —me preguntó ahora mi padre a mi lado, asustándome al no haberlo visto llegar.

Desvié mis ojos hacia su vera, encontrándome con Ingrid que me miraba mientras lágrimas desconsoladas caían por sus mejillas.

Hice el amago de moverme.

—No, no —negó mi madre poniéndome las manos en los hombros. Dios santo, otra vez esto, otra vez en un hospital—. El doctor nos ha pedido que no te dejemos hacer esfuerzos y menos ahora después de la operación.

Dios, mi mente era un colapso de recuerdos nebulosos, tanto así que no era capaz de recordar del todo lo que había pasado.

Bajé la mirada y vi mi cuerpo cubierto por una sábana blanca, sin permitirme saber lo que había bajo esta.

Te dejo ir, nena.

¿Acaso lo había soñado? No... no podía ser.

—¿Dónde está? —pregunté con dificultad ya que mi garganta se encontraba muy seca y cada vez que intentaba articular palabra era como si me la estuviesen desgarrando.

Los tres se miraron entre ellos, confundidos, preocupados, tristes. No aparté mis ojos de ellos ni un segundo pidiéndoles explicaciones. Pero cada segundo que pasaba se me hacía más y más eterno.

Castiel... ¿qué has hecho?

—Decidme donde está —exigí con la voz más alta, causándome una tos que fue como si me destrozara por dentro del esfuerzo.

Dos lágrimas brotaron de mis ojos sin poder contenerlas mientras tosía. Conseguí mover mi mano con todo el esfuerzo posible, llevándola hasta el borde de la sábana, agarrándola y quitándola de encima. Un camisón de hospital me cubría, pero por los laterales sobresalían vendajes que me cubrían.

Eché un vistazo separándolo y tuve que apretar los labios para intentar contener el llanto que me asaltó. El vendaje que me rodeaba el abdomen estaba sumamente manchado de sangre en la zona del costado, pero antes de poder llevar los dedos hacia ahí mi madre agarró de la muñeca volviendo a echarme la colcha por encima.

—Madison... —me advirtió con la mirada y pude ver como ella también intentaba contener las lágrimas.

Mis ojos permanecían abiertos como si el haberme visto esa mancha de sangre me hubiera causado un enorme shock. Miré cuidadosamente a mi padre, él ahora no me miraba, entonces giré mis ojos hacia Ingrid que tampoco lo hacía.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora