❦︎ ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 48 ❦︎

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48. Gabriel Guillory.


Marzo 2018

Era imposible que Gabriel Guillory no supiera que ella le estaba siguiendo. Casey se bajó tan pronto como él lo hizo, más él se movía rápido y tuvo que apresurar el paso para seguirlo. Lo siguió a través de varias calles que se curvaban, se enredaban y vertiginosamente la enredaban en el medio de la ciudad. En algún momento la muchacha tuvo la sensación de estar caminando en círculos y se preguntó si él intentaba despistarla, perderla, o conseguir que no recordara el camino. La idea la asustó y trató de fijarse en los detalles del recorrido, pero tan pronto como detallaba un balcón de barandilla curva había otro, dos cuadras más abajo. Finalmente se dio por vencida, si Gabriel Guillory no quería que descubriera a dónde la llevaba, ella no lo descubriría.

El hombre caminaba con tranquilidad, incluso bajo el aguacero torrencial, conociendo la ciudad a través de la que se movía. No volteó ni una sola vez para verla, no hizo ningún movimiento que delatara que sabía de la chica pisándole los talones que intentaba cubrirse un poco del agua con las manos. Apenas pareció reparar en ella hasta que finalmente se metió al interior del pasillo de un edificio apretado entre otros dos. El lugar estaba sucio y olía mal, Casey arrugó la nariz y dudó en la entrada, antes de pisar las baldosas rosas llenas de churre y porquería en los bordes.

—No has venido hasta aquí para quedarte afuera, ¿o sí? –preguntó el traidor hacia ella, ladeando una sonrisa mientras comenzaba a subir las empinadas escaleras.

Casey no le respondió, pero entró al pasillo con la parpadeante lámpara amarilla y subió las escaleras. A esas alturas estaba empapada con la lluvia, de nada de le había servido intentar caminar bajo los techados o balcones. La ropa se le pegaba al cuerpo y el cabello al cuello y las mejillas. Siguió a Gabriel también escaleras arriba, evitando tocar la sucia barandilla. Todo aquel lugar apestaba a orina, basura y quizás algún animal había muerto por allí. 

—Qué asco –musitó mientras doblaban por un pasillo y una cucaracha se escurría a la oscuridad debajo de una puerta—. ¿Vives aquí?

—Eres muy curiosa, Casey Everson.

La chica lo miró con sorpresa, pero él no volteó a verla, subiendo el último tramo de escaleras.

—¿Cómo sabes mi nombre completo? –preguntó, siguiéndolo.

—Después de la última vez hice algo de investigación –respondió—. Eres muy peculiar, Everson.

Casey se detuvo en el rellano de la escalera mientras él se sacaba unas llaves del bolsillo frente a una puerta negra en el pasillo del último piso. Recordó que aquel había sido el hombre que disparó a Olivia Moore y al entrenador Ricardo; el hombre que la había atacado a ella y a sus amigos en el árbol de Cesare; el hombre que robaba las piedras. ¿Por qué lo había seguido? ¿Qué creía que estaba haciendo?

—No tienes que tenerme miedo, Everson –musitó él, mirándola por encima de su hombro—. Podemos tener una tregua y te invito a un café. Puede que lo encuentres interesante. 

Ella bajó un escalón, insegura y él soltó una risita.

—Olivia puede preparar algún sándwich para ti si tienes hambre.

Sus ojos volaron veloces hacia él justo en el momento en que abría la puerta.

—¿Olivia?

—Ven.

Gabriel Guillory entró, dejando la puerta entreabierta para ella. Se dijo que si él hubiera querido atacarla lo hubiera podido hacer en cualquier punto desde el autobús hasta allí. Subió el escalón restante y entró en la casa del traidor. Estaba esperando un apartamento desbaratado, con grietas en las paredes, con el suelo de baldosas sucias y muebles mugrientos. Definitivamente no estaba esperando encontrarse de regreso en la Comunidad.

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