LA OFICINA DE MARVERDE

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¿Sabes mamá? Hoy he pensado en lo mucho que me irritan las mentiras. Pero no las tuyas o las del mundo, no. Mis mentiras, ésas que se disimulan con sonrisas, que están al acecho para justificarme constantemente. Me irritan de una manera reprochable, porque ahora sé que mis decisiones me convierten en maestra de mi propia realidad, porque mientras existan mis propios engaños, las mentiras de otros vendrán a mí como metal al imán. No sé por qué te escribo esto. Si nunca fuiste capaz de leer mis gritos de auxilio cuando me atrasaba en clase o cuando jugaba a ser grande. Agradar a papá era la necesidad más apremiante en aquel momento, y eso que decías querernos. Sinceramente y si lo hubiera podido elegir, habría elegido cientos de veces verte queriéndote, verte feliz…

No había llegado a la plenitud de los treinta, cuando le fue propuesto un nuevo cargo: Directora del Observatorio de Salud de Marverde, el pueblo al que retornó, luego de finalizar su residencia en un pueblo muy cerca de allí. Con un matrimonio reciente y los planes de tener hijos dentro de poco, Kenia pensó por un instante en que quizá sería un cargo demasiado exigente en aquel momento, pero el ímpetu de la juventud le empujó para dar el salto. Augusto en principio no se involucró demasiado en la decisión, así que presentándose al concurso público, aplicó para el cargo.

No hubo duda que con su expediente académico, cabría una gran posibilidad de que liderara el epicentro de salud del municipio. Y así fue. Unas semanas más tarde, los resultados del concurso confirmaron la elección.

Kenia era una chica lista y de buen gusto al vestir. Los eventos y el protocolo ya le eran bastante familiares. Siendo adolescente, combinaba sus uñas con el color de la ropa y diseñaba cada joya con circones o esferas de plástico que compraba con los ahorros de la mesada de los sábados. Solía comprar la ropa en tonos pasteles para ir tiñendo las prendas con una cajita de polvos que mezclados con agua caliente, producían un nuevo color. Los jeans pasaban de azul  cielo a terracota en apenas ¡35 minutos de fogonazo! Cada semestre, esperaba con ansias la llegada del nuevo surtido en los almacenes para aprovechar el 2x1 en zapatos de tacón. Su estatura sobrepasaba escasamente los cinco centímetros del metro y medio, por lo que desde muy temprano se acostumbró a llevar hasta las chanclas de casa con algún tipo de plataforma. Tan así que cuando caminaba descalza o con zapato plano, sus pies le reclamaban la altura.

Esta suerte de glamour y buen gusto, de la que suelen vanagloriarse muchas figuras públicas eran ya normales para ella. Una solo cosa no le era común: la carrera por el poder. Kenia había dedicado seis años de su vida a un pregrado costoso pero muy noble, con el que pretendía muchas cosas, menos ser un personaje público poderoso e implacable. Escuchar que un dolor de muela era una causa por la que mucha gente ponía fin a su vida, le  llevó a plantearse seriamente la necesidad de ser odontóloga. Ahora, mientras ocupa la silla de la Dirección de una entidad pública, sus intereses deben dividirse entre los de la junta directiva y el de sus pacientes y empleados, que no siempre iban en la misma vía.

En medio de todo lo que supone el nuevo ritmo, Kenia dedica varias horas al día para leer los oficios y peticiones de hospitales de menor complejidad, revisar los expedientes de los miembros de la junta, gestionar las visitas para evaluar las condiciones de los centros de salud, entre otras actividades que ocupaban su agenda desde las 9 de la mañana hasta pasada la media noche. Con jornadas de quince horas, las salidas y las fiestas quedaron relegadas a las conversaciones de los domingos, que generalmente terminaban en discusiones con Augusto.

Como mecanismo para compensar su ausencia y sobre todo el hecho de que ahora ella ganara tres veces más que él, Kenia comenzó a asumir cada gasto en casa, desde la hipoteca hasta las líneas telefónicas. Eran ya tantas las responsabilidades que resolvió cargar que, llegados los hijos algunos años más tarde, llegó a tener cuatro personas distintas para las labores de la casa: tres niñeras y una encargada de la limpieza.

El semblante de Kenia cambió poco a poco y sin advertencias. De una chica de veintitantos idealista, con carácter dulce, a una mujer pragmática que adulaba con facilidad hasta la impuntualidad de sus pares. Empezó a mentir con frecuencia hasta en las cosas más pequeñas. Se le escuchaba decir cuando no llegaba a tiempo, que eran las más de las veces, “es mejor llegar tarde, que mal arreglada” mientras se inventaba en el camino mil y una excusas por las cuales estaba en retraso: no recibí el correo, la niñera no llegaba, el conductor no taqueó anoche, etc., parece que se hacía costumbre ceder el control de lo que sucedía en su vida a cosas externas o tremendamente inauditas.

Dos situaciones fueron determinantes en estos años, 8 para ser exactos. La presencia de grupos armados en Marverde y la interacción con un entorno político tan vacío como egoísta. Del municipio llegaron a contarse cinco alcaldes enviados a prisión y uno prófugo en menos de cuatro periodos. Todos judicializados por temas de corrupción. El prófugo, se juraba provisional en el cargo unos meses antes de fugarse con una buena porción del presupuesto público. Obras inconclusas, informalidad y pobreza eran la carta de presentación del pueblo más rico del país.

¿Puede un árbol de peras cosechar nísperos? La respuesta más común sería no. Según la semilla que siembres, de ésta obtienes el fruto. Pero los injertos frutales han permitido que podamos cultivar un limón con sabor a toronja o con trocillos de mandarina dentro. Esto es posible gracias a la semejanza del fruto: la afinidad en la estructura de uno facilita el desarrollo del otro. Puede que la traición, la amargura, la deslealtad o la corrupción no sean precisamente las semillas que hemos sembrado, pero basta con repetir suficientemente, a forma de hábito, las mentiras, el egoísmo o la apatía el para que terminen por convertirse en su caldo de cultivo.

Kenia, amor mío, el amor más puro que pudiera encontrar jamás, me duele admitirlo pero viéndolo desde este punto, quizá no es Augusto la raíz de tus lágrimas, sino el producto de todo aquello que has sembrado en el transcurso o de eso que has dejado ir de ti. No lo sé. Espero que un día comprendas que no puedes cambiar el mundo entero pero si reconstruyes tus ruinas desde dentro, el mundo alrededor sí puede cambiar. Después de todo, la luz vence siempre la oscuridad.

DEL APEGO Y MIL ABSURDOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora