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¡Mierda!, el vapor caliente de la tetera eléctrica salió disparado y le quemó la muñeca. La observó medio segundo, la agarró y la estampó con todas sus fuerzas contra la pila de la cocina. Maravillas, que apenas hablaba inglés, se asomó desde el salón, pero no dijo ni mu al verle la cara. No había dormido nada, se había pasado la noche entera llamando inútilmente a Katniss, y estaba fatal.

Era absurdo llamarla porque no iba a coger el puto móvil, pero al menos las dos mil quinientas llamadas perdidas, y sus respectivos mensajes, le recordarían que él seguía allí, sintiéndose un puñetero cabrón desalmado.

Blanche le dijo, cuando la llamó desesperado buscando algo de ayuda, que podía localizarla fácilmente a través de Internet y lo hizo en el Hotel Dorchester de Park Lane. Katniss se había registrado a las diez de la noche, con su tarjeta de débito, y automáticamente se había reflejado el cargo en su cuenta bancaria, magias de la Red. Dos mil pavos la noche, en una habitación doble de las más baratitas, una pequeña fortuna muy ajena al comportamiento habitual de su mujer, lo que venía a dejar claro que estaba muy, pero que muy cabreada.

Se tomó un sorbo de Coca-Cola, incapaz de prepararse ya un café, agarró la mochila y se puso el abrigo. Miró a Maravillas con la intención de despedirse pero ella se le acercó arrastrando la aspiradora.

—Me voy, Maravillas, ponga la alarma cuando se vaya, por favor —pronunció en su español macarrónico y ella sonrió.

—¿La señora hizo la compra por Internet?, es por estar atenta al reparto.

—¿La compra?, no lo sé... pero no se preocupe.

—¿Y está en la oficina o se ha ido de viaje?, es que mi hija tenía cita con ella a la una.

—¿Eh? —Entendió la mitad por culpa de su cantarín acento colombiano y se encogió de hombros—, no está de viaje.

—Vale ¿y la ropa para el tinte dónde está?

—No lo sé —un poco desesperado miró la casa y levantó las manos—, debo irme, seguro que Katniss la llama durante la mañana.

—¿Usted cree, señor?

—Sí, claro, adiós.

—Quería cambiar las cortinas del dormitorio grande, ¿sabe dónde están?, ¿lo hago sola o la espero a ella?

—Sinceramente, no tengo ni idea.

—¿Y qué hacemos con la tetera?, ¿compro otra?, a la señora Katniss le encantaba esa tetera...

—Es igual, adiós —salió a la carrera y se animó a encontrar un taxi. Desde luego, era un inútil en su propia casa pero no pensaba quedarse para que Maravillas se lo restregara por la cara.

No tenía ni idea de lo que le iba a decir a Katniss cuando la tuviera delante, ¿la verdad absoluta?, no, no era viable, bajo ningún concepto. Paró un taxi, le dio al conductor el nombre del hotel y se subió detrás con el corazón acelerado.

Isis lo había llamado por sorpresa, ni siquiera tenía su teléfono, pero alguien de Dublín se lo había dado y allí estaba, llorando a mares al otro lado de la línea. No se iba a negar a ayudarla y le ofreció la transferencia bancaria de inmediato. Ella se tranquilizó pero le rogó una cita, diez minutos y un café, le juró, y el muy idiota dejó la casa de Percy y se pasó por su hotel de Russell Square esperando mantener una charla adulta y amistosa con la mujer más loca que le había tocado conocer en la vida. Por supuesto la charla la acabaron en la habitación de ella, para evitar a los curiosos que lo reconocían en todas partes, y aunque en un principio no le había surtido ningún efecto verla después de tantos años, ella consiguió engatusarlo y besarlo acaloradamente en cuanto la conversación se alargó más de lo necesario.

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