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Cogió la copa de vino y se sentó en la alfombra junto a Peeta, que sin mirarla, le agarró la mano y le entrelazó los dedos con fuerza. Ella lo observó de reojo y prestó atención a la acalorada defensa que estaba haciendo del cine británico de acción en contra de la factura y el despliegue de medios técnicos de su homólogo americano. Acababa de rodar en Inglaterra una templarios muy realista y plagada de escenas de lucha y batalla, y podía afirmar que trabajar directamente en el barro y con una espada de varios kilos en la mano, era mucho más sencillo que hacerlo en realidad virtual y con un croma a la espalda.

—Los efectos especiales son un reto cojonudo para cualquier trabajo de interpretación —lo interrumpió Kevin Richardson, un actor bastante conocido, con una sonrisa—, a mí me van más los cables y un fondo verde que pasar frío en Lancastershire a las siete de la mañana.

—Será que Peeta es un actor más visceral, más sensitivo—opinó Geoffrey Watson, su anfitrión ese fin de semana en el campo, y el prestigioso director que se había hecho cargo de su "Hamlet" en el Globe—, y tú más práctico, Kevin, pero yo creo que todas las opciones son buenas.

—Pues no...

Se desató otra discusión de esas interminables en las que solían enzarzarse los actores y ella miró por la ventana. Fuera estaba nevando y aquello era como un cuento de hadas. Geoffrey Watson, que además de talentoso era muy rico, había invitado a los actores principales de "Hamlet" a pasar el fin de semana en su castillo cercano a Windsor, en el corazón de Berkshire. Un castillo o mansión muy parecida a la que salía en la serie "Downton Abbey", y que la tenía fascinada. Por supuesto, gracias a la fama y los amigos famosos de Peeta, habían visitado varias residencias de ese tipo pero aquella era muy acogedora y les habían asignado una habitación primorosa, estilo años veinte, que la había dejado con la boca abierta.

Lamentablemente, y debido al protocolo, no habían podido quedarse retozando en la cama con dosel toda la mañana del sábado, como les hubiese encantado, sino que se habían levantado a las ocho de la mañana para desayunar en grupo y luego salir a pasear a caballo o a pie por la propiedad. Solo había montado de pequeña, y no le apetecía entretenerse en la parafernalia de la hípica para disfrutar de la mañana, así que muy abrigada, se despidió de Peeta, que sí montaba muy bien, y se dedicó a pasear junto a lady Camille, que era la aristocrática mujer de Geoffrey Watson, y la dueña original de la casa. Una mujer fascinante, amante de astrología y los libros, que le contó un millón de historias sobre su familia antes de interesarse por su gabinete jurídico gratuito en Notting Hill.

A lady Camille la enamoró el proyecto, que Katniss le explicó que no era idea suya, sino de unos abogados que lo habían iniciado en los ochenta y que ella solo se limitaba a seguir trabajando por mantenerlo con vida, pero quedó tan fascinada de tener a la mujer de un actor tan singular en su casa, que en un pis pas, empezó a maquinar una serie de iniciativas solidarias con las que poder colaborar.

Se habían pasado la comida hablando de lo mismo, Lady Camille animando a todo el mundo a interesarse por su trabajo y Peeta le contó, mientras se cambiaban antes de la cena, que Geoffrey los había invitado a volver lo antes posible, pero solos, porque era muy estimulante tener a personas como ella cerca. Un idea un tanto extravagante que los hizo reír al unísono, dentro de ese cuarto de baño gigantesco que parecía sacado del palacio de Versalles.

Dos semanas después del incidente con Isis todo iba bien entre los dos y no habían vuelto a hablar del tema. Peeta pasó página en seguida, como siempre, convencido de que su confesión y su arrepentimiento en el café de Notting Hill habían sido suficientes para que ella lo perdonara, sin imaginarse, ni en sueños, que en realidad había sido Johanna la que había obrado el milagro de tranquilizarla y apaciguar la pena y no él, que seguía estando en cuarentena, porque le costaba olvidar que había besado a esa mujer en su hotel, mientras ella lo esperaba en casa.

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