Cuando entré en casa me topé con la versión más ansiosa de mi madre. Acudió a mí como una flecha, tan enfadada como preocupada, aunque sus enfados nunca me parecieron demasiado serios, eran casi artificiales, como si alguien le estuviera doblando la voz.
—¿Dónde estabas? —me exigió saber.
Después de haber discutido con Gerard, con el mal cuerpo que tenía desde hacía horas, lo último que me apetecía era que se pusiera en modo caza de brujas.
—Me han llamado del instituto diciéndome que te has escapado.
Pasé por delante de ella como si no existiera y recorrí el pasillo hasta llegar a mi habitación, con la esperanza de no escucharla. Por desgracia, nunca hubo pestillos en casa.
—No puedes hacer lo que quieras —exclamó a mi espalda.
Eso ya lo sabía.
—Carolina, ¿quieres escucharme? —me decía desde el marco de la puerta—. No te tumbes en la cama con los zapatos puestos.
—No me encuentro bien —musité finalmente, incapaz de mantener mi huelga de silencio.
Su actitud cambió totalmente. Se sentó junto a la cama.
—¿Qué te pasa? —Puso sus labios en mi frente.
—Déjame.
Intenté girarme para darle la espalda.
—¿Tienes fiebre?
—No, no sé, quiero dormir, estoy cansada —murmuré.
—Vamos al médico. —Mi madre se levantó, empezó a rebuscar ropa de calle en mi armario—. Cámbiate que nos vamos al médico. Estás muy pálida.
—No, no, si veo que me encuentro peor vamos —me giré en la cama para tranquilizarla con mi mirada—, ahora solo me apetece descansar.
—¿Has comido algo?
—No tengo hambre.
—Hoy casi no has desayunado —me recordó.
—Porque no tengo hambre, mamá —me enfurruñé, harta.
—No sé qué hacer contigo —suspiró dolida, abrazando uno de mis jerseys de cachemira. En su mirada triste se podía leer que me echaba de menos.
Hubo muchos más suspiros después. No fui al instituto al día siguiente y el resto del fin de semana me lo pasé en la cama. Mi madre intentaba convencerme para que saliera y fuéramos al médico, pero yo me negaba y no me movía. ¿Qué podía hacer? ¿Arrastrarme? Eso solo lo podría haber hecho mi padre, como cuando era más pequeña y me quedaba dormida en el salón y me llevaba en brazos hasta la cama. La última vez que lo hizo tenía doce años. Yo no me había dormido, pero fingí que sí. Lo intenté más veces después, al principio me tapaba con una manta, luego me despertaba tocándome el hombro y luego ya dejó de hacer nada y yo de fingir dormirme en el sofá.
ESTÁS LEYENDO
Al otro lado del silencio
General FictionSi no tenía el bebé sería considerada una asesina, pero si lo tenía sería una suicida. *** Ninguna persona debería verse obligada a tener un hijo que no quiere, eso es lo que le había dicho su novio. Lina hubiera abortado. ¿Pero cómo? Iba a ser un m...