Capítulo 5: El expreso de Hogwarts

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A la mañana siguiente, Hermione despertó a Sofía, sonriendo como de costumbre. Sofía se vistió, y trataba de convencer a Saskia de que volviera a la jaula cuando Ginny abrió de golpe la puerta y entró enfadada.

—Cuanto antes subamos al tren, mejor —dijo—. Por lo menos en Hogwarts puedo alejarme de mis hermanos, pasaron todo el verano peleando, y no los aguanto más.

—¿Escucharon la pelea de anoche?— preguntó Sofía.

Ambas asintieron con la cabeza.

—Podría jurar que se escuchó en todo el caldero chorreante— contestó Hermione.

Bajaron a desayunar y encontraron al señor Weasley, que leía la primera página de El Profeta con el entrecejo fruncido, y a la señora Weasley, que les comenzó a hablar de un filtro amoroso que había hecho de joven. Las cuatro se reían con risa floja.

Pero la mente de Sofía estaba concentrada en otra parte, quería hablar con Harry de lo sucedido la noche anterior, pero no sabía si el estaba dispuesto a ello, puesto que ayer le había contestado «No»

Con el ajetreo de la partida, Sofía no tuvo tiempo de hablar con Harry. Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con Saskia, Hedwig y Hermes, la lechuza de Harry y Percy, encaramadas en sus jaulas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosamente.

—Vale, Crookshanks —susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren.

—No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la pobre Scabbers?

Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que Scabbers estaba allí acurrucada.

El señor Weasley, que había aguardado fuera a los coches del Ministerio, se asomó al interior.

—Aquí están —anunció—. Vamos, Harry.

El señor Weasley condujo a Harry a través del corto trecho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda.

—Sube, Harry —dijo el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Harry subió a la parte trasera del coche, y enseguida se reunieron con él Sofía, Hermione y Ron.

Llegaron a King's Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Ministerio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.

El señor Weasley se mantuvo muy pegado a Harry durante todo el camino de la estación.

—Bien, pues —propuso mirándolos a todos—. Como somos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré primero con Harry.

Sofía miró a su amigo, en su mirada se veía que le fastidiaba tanto cuidado. Pero era comprensible que lo mantuvieran a salvo.

El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando el carrito de Harry, se apoyó contra la barrera como sin querer. Harry lo imitó.

Un instante después Sofía y Hermione los siguieron, cayeron de lado a través del metal sólido y se encontraron en el andén nueve y tres cuartos. Levantaron la mirada y vieron el expreso de Hogwarts, un tren de vapor de color rojo que echaba humo sobre un andén repleto de magos y brujas que acompañaban al tren a sus hijos.

De repente, detrás de Harry aparecieron Percy y Ginny. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.

—¡Ah, ahí está Penelope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.

Sofía y el prisionero de AzkabanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora