Capítulo VIII: Mordidas

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Esa noche sucedió lo extraño. Mientras yo creía, ciegamente, que todo era regular y la rutina volvía a ser una palabra alegre, el mundo tenía una diferente idea.

Todo comenzó con risas. Ambos lanzábamos carcajadas acerca de una broma que yo había echo, intentando imitar a Abby. Al parecer, todo ese asunto había pasado a ser tan sólo una idiotez para reír. Sin embargo, todo cambió cuando golpeé mi cabeza contra el techo inclinado de mi habitación. Aparentemente, saltar en la cama era mucho más peligroso con el pasar de los años, a diferencia que de pequeño.

Al principio, no sucedió nada más allá de las risas continuas. Luego, el olor a sangre. Era un olor que nunca había sentido en mi vida, ya que creía que la sangre no olía a nada. Pero no era así. Un dulce aroma indescriptible se colaba por mi sentido del olfato, haciendo que mi risa se detuviera en menos de un segundo. Lis seguía riendo, en cambio. Estaba perdida en el buen rato que pasábamos, pero luego vio mi mano manchada de sangre.

—¿Estás bien?— preguntó nerviosa. Yo no quería responder, porque me temblaría la voz de tanta hambre que tenía, y las ansias de limpiar mi mano con la boca. Era extraño, pero no conseguía pensar en otra cosa más que en ello. Lo mismo había pasado en la noche que robé el oso.

—Sí, no es nada— logré decir luego de unos segundos de silencio y contemplación. Aún sentía las ganas de golpear cada cosa a mí alrededor, sin importarme lo que fuera. Era horroroso.

—¿Seguro? Sangras bastante—. Su tono tenía un temblor extraño, también. Mi mente no podía pensar en otra cosa, y estaba a punto de cometer una monstruosidad hasta que decidí hablar rápido para enfocarme en otros temas.

—Maté a dos hombres— comencé a decir con una rapidez increíble, y mis manos moviéndose de manera torpe y desesperada. —¿Sí? No sé cómo, pero maté-a-dos-hombres. Sí, y no puedo quitarme ese recuerdo de la cabeza. ¿Okey? Desde esa noche, en la que robé este estúpido oso, no puedo lograr ver sangre porque… porque…

—Lo sé— dijo ella, interrumpiendo mi mezcla de palabras rápidas y balbuceos. Me tomó de la muñeca y me obligó a sentarme, tomando la sábana de mi recámara para limpiar la herida. —Los vi.

—¿Qué?— pregunté, sorprendido. —¿A mí y a Jake?

—Los cuerpos— respondió, con una tranquilidad desconcertante. —Colby, tengo que decirte algo.

Mi pulso se aceleraba. Mi corazón parecía estar bajando en picada de una montaña rusa, sin saber cuándo iba a parar.

—¿Algo como qué?

—Como la razón por la que mis padres murieron, o sobre Bertson, o sobre todo lo que te sucede en este momento.

—No entiendo nada de lo que dices.

—Siento lo mismo que tú sientes ahora.

—¿Quieres romper conmigo?

—¡¿Te puedes concentrar?!— gritó, golpeándome con su palma en el hombro. —Es importante—. Asentí, sin saber muy bien que otra cosa hacer. —Hablo de la sangre.

Pensé. Pensé con rapidez, durante segundos largos y silenciosos. Mis ojos estaban clavados en los suyos, sin saber qué responder, o cómo reaccionar. ¿Cómo podía saberlo?

—Es extraño, detestable, tedioso y fuerte, pero tienes que dejarlo de lado en este momento— dijo en voz alta, como si estuviera hablando con un demente.

—Ya no estoy pensando en eso— contesté, confundido.

—¿No?— alzó las cejas. —Lo manejas mucho mejor que yo, entonces…

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