Tres Hamish.

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John Hamish Watson, el padre.

Rosie miraba con atención a su padre tecleando en la laptop, los ojos analíticos de su pequeña, la cual estaba acomodada con la misma pose pensativa del detective estando sentada en el sofá predeterminado de ambos Watson, provocaron que John apartase la vista de la pantalla y le prestara atención a su hija. John sabía más que nadie que cuando el silencio en aquella casa se hacía presente es que alguien, la mayoría de las veces Sherlock, se desconectaba por completo del mundo, pero su hija no hacía otra cosa que mirarlo y John estaba seguro, porque la conocía demasiado bien, que la niña estaba deduciendo. O por lo menos hasta donde podía, en sus ocho años de vida la influencia de Sherlock en ella era tan evidente que asustaba.

John giró la silla del pequeño escritorio para quedar de frente a su hija, la pequeña Rosie se mantuvo observadora y tan callada que apenas se la podía oír respirar. Ambos Watson duraron un incontable tiempo en las mismas posiciones y sin emitir palabra alguna, a John comenzaba asustarle la quietud de Rosie.

—Rosie, ¿Te encuentras bien?

—Si, perfectamente –respondió de manera automática la niña, John no le creyó del todo.

—Hija, tenemos como cinco minutos mirándonos las caras y no nos hemos dicho palabra alguna –hizo notar.

—Fueron tres minutos con treinta y seis segundos, papá –la niña se acomodó de otra forma en el sofá, con las piernas y la cabeza repostando los apoyabrazos– Fuiste al cementerio.

John quedó perplejo, no supo si fue por la franqueza o la deducción en sí.

—Tienes tierra en los zapatos y polen en la camisa, le dejaste flores a mamá, ¿Verdad? –John asintió, sus visitas a la tumba de su difunta esposa no tenían días específicos, solo cuando estaba desocupado y tardaba menos de una hora en regresar a casa– ¿Aún la extrañas?

John bajó la mirada algo sonrojado, mentiría si dijera que no, pero había seguido con su vida hace mucho, no la pensaba tanto como lo hizo los primeros años, las flores eran símbolo de respeto, el lazo que los unió a ellos como padres de la niña que portaba su nombre y el recuerdo del amor que lo salvó cuando pensó que lo había perdido todo.

—Yo no la extraño –dijo frívolamente, a John se le revolvió el estómago y sintió que le estrujaron el corazón. Entendía que no la extrañara, Mary murió antes de que Rosie pudiese recordarla, pero esas palabras sonaron bastante crueles.

Rosamund, al notar la expresión cohibida de su padre, se levantó del sofá y se puso de pie frente a él, el doctor fue sorprendido por el abrazo de su pequeña, el cual correspondió de inmediato.

—Perdón –sonó auténticamente decaída, en ese momento se separaron del abrazo para mirarse a los ojos– No me gusta verte triste, y... siempre que vuelves de visitar a mamá... estás triste, ¿La extrañas mucho todavía?

John se recostó del espaldar de la silla y se pasó la mano por la nuca, buscando que respuesta darle a su hija.

—Si, a veces la echo de menos, pero es porque a veces me imagino como hubiese sido todo si estuviera aquí, lo orgullosa que estaría de ti, mi pequeña Rosie –a este punto ambos Watson tenían los ojos llorosos, una fibra de melancolía en común.

—No estaríamos aquí con papá Sherlock, ni la abuelita Hudson... y viviríamos una aburrida vida en los suburbios –John permitió que se le escapara una pequeña risa, Rosie sonrió de manera auténtica– No pienses en cosas tristes, los dos somos muy felices aquí, ¿No es así?

—Si, con nuestros altos y bajos, pero felices –le dio un beso en la frente a su hija antes de volver a abrazarse.

—Gracias por ser mi papá –Rosie habló por lo bajo, el corazón de su padre latió con fuerza, se aferró más al abrazo de su hija y dejó que una lágrima resbalara hasta que terminó en alguna parte de la alfombra.

Tres Hamish {Rosie Watson}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora