Capítulo 79: Afortunados.

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Ni en mis mejores sueños habría conseguido que aquel día fuera tan especial como lo estaba siendo. Cuando los ojos de Abel se posaron en mí, me recorrió un escalofrío, y se me retorció el estómago en una complicada pirueta que apenas duró unos segundos, los segundos que él necesitó para reconocerme.

La razón principal de que hubiera cogido las entradas VIP era para darle a Alec la experiencia que yo sabía que se merecía: pase preferente, tiempo de sobra para comer o ver otros conciertos, y por supuesto disfrutar de la actuación de The Weeknd sin preocuparse por lo que el resto del público podía hacerme. A pesar de que nunca había estado en ningún festival (o, al menos, entre el público en lugar de los camerinos), había visto los suficientes y había estado en suficientes conciertos como para saber que la cosa podía torcerse rápidamente. Y yo, a pesar de que la vena protectora de Alec parecía indicar que él creía lo contrario, no era estúpida. Sabía que estaba en mayor peligro que él por mi baja estatura, así que merecía la pena arriesgarse a un numerito que terminó por no montarme, tal era su sorpresa, a cambio de que disfrutara de su regalo de San Valentín como se merecía.

Pero no voy a mentir: una parte de mí, esa parte romántica sin remedio que me llevaba a dar lo mejor de mí con sólo pensar en el hombre del que estaba enamorada, tenía la esperanza de que eso sucediera. ¿Qué podía haber mejor en nuestro primer viaje juntos, que conseguir que Alec conociera a The Weeknd? He de confesar que tardé aproximadamente cuatro segundos en pensar que, quizá, debería tirar de contactos, dejar caer mi apellido y mi linaje, para conseguirle aquel regalo a mi chico en cuanto descubrí que tenía pensado un concierto en Barcelona. Papá y Abel eran grandes amigos: el hecho de que muchas veces fueran rivales en las mismas categorías, ya que su música era parecida, y que hubieran salido con las hermanas Hadid en la misma época, había hecho que su relación pasara de lo profesional a lo personal. No me sería complicado hablar con los representantes de The Weeknd, ya que pertenecía a la misma discográfica con la que trabajaba mi padre, así que si quería reunirme con él después de la actuación, lo tendría garantizado.

Sin embargo, sabía que no sería capaz de ocultarle eso a Alec: una cosa era conseguir entradas VIP para el festival al que íbamos, y otra muy diferente, concertar una cita para que conociera a su ídolo. The Weeknd era demasiado importante en nuestra relación. Lo habíamos hecho demasiadas veces con su música de fondo, nos habíamos quedado tumbados en la cama, bien sin hacer nada o bien después del polvo, escuchando su voz melosa acariciar nuestras pieles de la misma manera que lo hacían nuestros dedos. Incluso habíamos quedado para escuchar su música nueva en primicia, reaccionar juntos y compartir detalles, sentados en la cama de Alec, con la espalda sobre el colchón y las piernas dobladas, pies anclados en el suelo, mientras manteníamos la respiración, con las manos cogidas y la cabeza fija en el techo. Cada vez que se terminaba una canción y pasaba a la siguiente, Alec y yo nos mirábamos, nos sonreíamos, nos relamíamos los labios y volvíamos a mirar hacia arriba para concentrarnos en los versos de la siguiente. Lo habíamos hecho apenas un par de veces, pero con la suficiente importancia como para que se convirtiera en un ritual sagrado, sacrosanto, para nosotros.

No dejaría de imaginarme su cara al verlo. Cómo reaccionaría, si se pondría a chillar, a temblar, si se desmayaría, como hacían algunas fans. Me tendría un poco intrigada en ese sentido, pero viendo cómo había reaccionado cuando lo vio en el escenario por primera vez que salió, temía ya por mis pobres tímpanos. Y, como estaría ocupada pensando en lo que haría Alec al encontrarse frente a frente con su ídolo, no disfrutaría del concierto, quizá ni siquiera del viaje. El vuelo, la tarde de turismo, los paseos por el festival y los conciertos se convertirían en los molestos trámites por los que uno tiene que pasar para llegar a su destino, unas aduanas particulares por las que muchos darían lo que fuera. Yo incluida. No quería perderme eso. Nuestro primer viaje siempre sería nuestro primer viaje, y sentada en casa, editando con el ordenador las entradas para que Alec no supiera que eran VIP, supe que sería demasiado llevarlo apalabrado.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora