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Aterrizó en Heathrow sin batería en el móvil y se sintió igual que su teléfono, sin energía. Había sido del todo imposible recargar pilas en Madrid, en solo tres días y medio, y con Johanna despendolada del todo con Cillian McBride en su casa. No tenía ni idea de que uno de los mejores amigos de Peeta estaba allí y cuando se lo encontró tomando café en el salón de su madre, casi le da algo.

Cillian, a sus treinta y siete años, estaba separado y tenía dos niños pequeños. Un apacible e inteligente ingeniero en telecomunicaciones, muy atractivo, que se había casado a los veintipocos con su primera novia y que acababa casi de divorciarse y de respirar en libertad cuando la loba de su hermana le echó el guante. Una pena. Ya le había advertido que lo dejara en paz pero ella, a la que le encantaba llevar la contraria a todo el mundo, se había empeñado en enamorarlo e incluso lo tenía en Madrid de vacaciones. Una novedad que no había mencionado en ninguna de sus continuas llamadas telefónicas. Era sospechoso y Cillian, embobado con Johanna, la saludó tan contento, pleno y feliz, sin imaginarse ni en sueños que Johanna Saldaña no tenía ni la más mínima intención de comprometerse con él o hacer durar el romance demasiado tiempo.

Sin ganas, ni espíritu de intermediación alguno, decidió pasar de Johanna y apenas habían podido charlar. Ella ya no vivía con su madre, sino en un piso de la Calle Toledo, y aunque su primera intención había sido instalarse allí para desahogarse y descansar, con Cillian de por medio fue imposible, y acabó en casa de su madre, charlando con ella y con su abuela, que la regañó mil veces por estar tan delgada, ojerosa y sin ninguna intención de darle bisnietos a pesar de llevar casada más de seis años: "¿Qué estáis esperando?, ¿qué me vaya al otro barrio? No tienes perdón de Dios, Kat".

Ese había sido el panorama y ya estaba de vuelta en Londres con la sensación de no haberse ido nunca. Durante el viaje de ida analizó su última crisis por culpa de los espermicidas y determinó que había sido una estupidez. Últimamente todo le afectaba y la ofendía y obviamente él no había pretendido ofenderla comprando aquello, desde su punto de vista era un anticonceptivo más, punto. No trataba de hacerle daño, por supuesto que no, y pisó Madrid convencida de que con los años se estaba volviendo tan dramática como toda la estirpe femenina de su familia materna. Una pena.

Al menos aún le quedaba una pizca de sentido común y había podido reconducir la situación. Volvía precipitadamente por culpa de las neuras de Peeta, pero volvía más tranquila y con la clara intención de pensar antes de echarse a llorar o sufrir por cualquier minucia. Ya estaba bien de tanto drama, con un actor tenían más que suficiente en la familia.

—¡Katniss!

—Hola —vio a Blanche esperándola en la zona de salidas y se acercó a ella sonriendo—, ¿qué tal?, no tenías que venir, pensaba coger un taxi...

—¿Has visto la revista?, ¿no te han inundado a llamadas telefónicas?

—No tengo batería, ¿Qué ha pasado?

—Escucha, son fotogramas de "Acero Negro", se han filtrado y las han publicado como el romance de la temporada —giró la revista que tenía en las manos y Katniss pudo ver la portada donde aparecía Peeta besándose con Rosaline Freeman—, ya se ha mandado un comunicado de prensa a todo dios, por supuesto se ha aclarado en todas las redes sociales de Peeta... Katniss...

—Vamos, me muero de hambre —comentó con un agujero enorme abriéndosele en el pecho—, ¿has traído coche?

—Son imágenes de la película, Katniss. Fíjate bien.

—No quiero verlas, película o no, sigo siendo incapaz de ver a mi marido besándose con otra ¿sabes?

—Ok, de acuerdo... —Blanche le quitó la maleta y caminó con ella hacia la salida—, no saben qué ha pasado. Yo sospecho que el propio departamento de marketing las ha filtrado, es una publicidad enorme. Lo que no previeron fue que esta revista entrara al trapo y acabara sacando en portada a la parejita del año.

—Lo que a mí me intriga siempre es que nadie tenga en cuenta, ni por un segundo, que Peeta está casado.

—Bueno, ya sabes cómo va... ni se molestan porque son dos estrellas, hacen una pareja espectacular y... vale... —llegaron a la salida y apareció un coche con chófer, se subieron y Katniss decidió mirar por la ventana sin hablar, porque ya estaba otra vez ahí esa sensación de agobio total impidiéndole respirar—, lo siento, he dicho una estupidez. Mejor pasando. ¿Qué tal en casa?

—Ha sido muy corto, necesitaba quedarme al menos un mes.

—Claro. Y gracias por lo de Australia, estamos todos encantados.

—Yo no hice nada, las modificaciones del guion me parecieron muy interesantes y di mi opinión.

—¿Pero le has prometido ir?

—Tiene que incorporarse al rodaje a finales de julio y yo tengo veinte días de vacaciones en agosto. Me apetece ir a Sídney.

—¿Y es cierto que se viene Johanna?

—Sí, Peeta la ha invitado.

—Pues genial, será estupendo, si todo marcha bien a finales de septiembre ya estaremos de vuelta.

—Sí... —sonó el móvil de Blanche y ella contestó, saludó a Peeta y se lo pasó.

—Hola.

—¿No tienes teléfono? —fue su saludo y ella suspiró.

—No tengo batería.

—Ok, ¿cómo estás? —Puso esa voz de terciopelo que en otra vida la hubiese hecho cruzar océanos a nado y respiró hondo.

—Sigo estando cansada, creo que tengo anemia o algo así, mi abuela opina lo mismo.

—He hablado con tu madre, me llamó por esa mierda de revista, como no te localizaban...

—Vale.

—¿No te habrás enfadado por eso?, ya está todo controlado.

—Ya no sé ni por qué vivo enfadada —soltó y miró por el rabillo del ojo la cara que estaba poniendo Blanche—, es igual, ¿estás bien?

—Ahora sí. Si llegas pronto, tendremos dos horitas para los dos solos, ¿eh?... ¿nena?

—Me muero de hambre y estoy muy cansada.

—Maravillas dejó un salmón al horno, te haré una ensalada ¿vale?

—Gracias.

—¿Katniss?

—¿Qué?

—Te amo.

—Yo también.

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