Adeline estaba cansada. Damon se comportaba como si ella no existiera, como si fuera la causante de todo el mal que había en su mundo, como si no pudiera perdonar el daño que le había hecho.
Vamos, que ella sabia que lo había lastimado, que había cometido un error grande con él y con su corazón. Pero tampoco tenía la culpa de todo lo hecho, y no se le hacía justo que siguiera mirándola como aquella vez que lo dejó.
Los años habían pasado, sus vidas habían cambiado, y era injusto para ambos que se siguieran hiriendo con los ojos, como si revivieran el daño una y otra vez.
Fue por eso que ella decidió marcharse aquella mañana, cuando despertó y sintió su brazo más ligero. Estaba decidida, no iba a estar en un lugar en el que no era bien recibida. Se colocó las prendas antes de que subiera una doncella y lavó su rostro con agua tibia. No se puso ninguna venda en el brazo, ni se tomó ningún medicamento para el dolor. Se sentía bien, estaba curada, fácilmente podría arreglarselas sola. Estaba bien acostumbrada a hacerlo.
Salió de la habitación con la cabeza arriba y vaya que no pensó lo que se encontraría tras ella: Una decena de sirvientes subían rollos de tela por las grandes escaleras de la mansión. Se acercaban a su alcoba con paso cansado, mientras otros tantos cargaban cajas con hilos, piedras preciosas y zapatos.
Sus ojos estaban abiertos de par en par. Hacia muchísimo tiempo que se había olvidado de los bonitos que eran los vestidos de gala. Quiso contener el nudo que se le instaló en el pecho, eliminarlo, volverlo nada, fingir que todo aquello no le estaba abriendo heridas, pero fue inútil, porque vaya que extrañaba ser la flor inglesa que su familia veneraba.
Dejó que acomodaran todo en su habitación. La última en entrar, fue una mujer elegante que llevaba un enorme vestido extravagante cubierto de plumas, unos lentes anticuados y un cigarrillo en la boca que la hizo toser. Adeline tuvo que sostener sus pulmones para que no se le escaparan.
La mujer se plantó frente a ella y la examinó de pies a cabeza. Evaluó sus ojos, su tono de piel, lo delgado de su cuerpo y lo deteriorado que tenía el cabello.
—Vaya que eres hermosa, cariño, pero necesitas una pequeña manita de gato—susurró moviendo los anteojos para enfocarla bien.
Adeline frunció el ceño.
—¿Y usted es?—preguntó completamente confundida.
El rostro de la mujer fue adornado con una sonrisa enorme que provocó que sus mejillas regordetas se estiraran.
—Madame Salomé. El señor Gibbs me ha contratado para diseñarle un nuevo guardarropa y convertirla en toda una princesa.
La piel de la dama de erizó.
—Una princesa...—susurró bajito, solo para ella—. Lo lamento, pero justamente necesito hablar con él.
Ella deseaba marcharse. Por ningún motivo iba a aceptar su lastima.
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La Perdicion De Un Hombre |La Debilidad De Un Caballero III | En físico
Fiksi SejarahCulpo a la noche de todos mis pecados, por apagar la luz que iluminaba mi conciencia y encender la llama que brotaba de mi cuerpo pidiéndome que la tomara, la besara, la sedujera de la manera más embriagante, la enamorara de la forma más sublime, y...