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Los fuertes brazos de Lecabel me contuvieron todo el tiempo que quise, no me presionó para soltarle, se dedicó a ser el pilar que necesitaba para no acabar derramando lagrimas como una chiquilla.

—Princesa, ¿qué sucede? ¿Esta todo bien?

Apartó un poco mi cuerpo de él, tomándome por los hombros mientras escaneaba mis ojos intentando descifrar cualquier cosa. Mordí mis labios con fuerza tratando de evitar que la sensibilidad siguiera embargando mi cuerpo.

—Esta bien Lecabel. Y deja de tocarla.

La voz del rubio me puso la piel de gallina al percibir un velado tono amenazante hasta su hermano, pero el menor hizo caso omiso y se dispuso a plantarle cara.

—No te pregunté a ti Caliel, pero si a esas vamos ¡¿Qué diablos le has hecho?! ¡Han estado fuera por casi tres días!

Con eso sí que me aparté de forma definitiva de los brazos de Lecabel.

¿Tres días?

Pero si habíamos estado en aquel lugar tan solo horas

¿O no?

Aún a pesar de que mi corazón quería negarse terminé por buscar la mirada del ojiazul esperando una explicación, al ver que por fin decidía mirarle su rostro, que había sido una mueca para el rubito se dulcificó completamente. Trató de dar un paso hacia mí, pero se abstuvo cuando la rigidez se hizo notable en mis extremidades, suspirando sólo atinó a sonreírme un poco y a intentar explicarse.

—El tiempo corre de forma muy distinta allá arriba angelito, — le miré enfadada al escuchar el mote por lo que carraspeando y con las mejillas ligeramente coloradas continuó explicándome la situación. — Lo que para nosotros pudieron ser minutos, u horas, aquí abajo bien pudo pasar un mes y nosotros no podríamos haber tenido forma de saberlo.

Abrí los ojos con impresión, él solo se alzó de hombros al percibir mi estado conmocionado. ¡Él sabia todo aquello y aun así nos llevó allí! No lograba entender a la divina criatura por más que lo intentase.

—¡Caliel eres un impertinente!

Chillé hasta él, solo logré atisbar una traviesa sonrisa ladeada en su bello rostro.

—No parecía importarte, es más, estábamos lo bastante ocupados el uno en el otro como para que alguno de los dos se preocupase con ello.

Casi bufo al ver su cara de felicidad al sacar a relucir de una forma u otra que algo había pasado entre nosotros, sus ojos relucían con desafío hacia Lecabel, esperando.

¿Esperando para qué?

Sinceramente no quería saberlo, sin embargo, la zozobra me cubrió entera al verme tan íntimamente expuesta ante el ángel con ojos de tormenta, y aunque estaba casi segura de que no iba a ser juzgada por mi desliz la vergüenza me fue inevitable. Aún más al encontrarme completamente desnuda ante su elocuente mirada.

—Deberías ser más respetuoso ante su alteza real, hermano. No olvides que su rango es mucho más privilegiado que el vuestro. Además de que dicen que los caballeros no tienen memoria, así que abstente de dártelas de machito y guarda un poco de decoro. — El tono demandante reprochando el infantil comportamiento del otro me pareció la mar de entretenido más cuando el mayor agachó el rostro en una mueca avergonzada, ciertamente le agradecía aquel gesto a Lecabel. —Ahora, ¿me acompaña princesa? Le facilitaré ropa y me ocuparé de sacadle de aquí.

¿Sacarme de aquí? Ante aquello sentí a mi corazón golpear como desquiciado contra mis costillas. ¿Realmente se estaba refiriendo a ayudarme a volver a mi cuartel? Abrumada por la esperanza que guardaban sus palabras asentí y me dispuse a seguirle para poder irnos cuando la atronadora voz del rubio me detuvo en el acto, con un recordatorio que desde el principio supe que iba a condenarme.

EL ÁNGEL DEL INFIERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora