Un cierto jueves, seis de la tarde. El sol emprende su retirada y Marcos también. Su jornada ha sido larga entre aguarrás, rodillos y pinura. Pero nada se compara con el olor que desprende su cuerpo todos los días a la misma hora. Un olor a sudor acumulado: pura testosterona.
Su novia, estilista, sale una hora después del trabajo, el cual queda cerca y por eso Marcos pasa por ella una vez termina su labor aquí.
Mis padres lo contrataron para pintar la fachada de la casa. Él tendrá unos 24 años. Su apariencia ruda siempre me llamó la atención. Como lo hacían los compañeros de clase en la preparatoria, que solían hacer bromas sobre el olor de sus pies. Siempre era algo que les resultaba particularmente asqueroso, pero nunca dejaban pasar la oportunidad de oler el calzado de aquél que se atreviera a quitárselo. Era una forma particular de comprobar que, en efecto, tenían cierto olor, y por tanto, esto daba lugar a risas y un humor de lo más absurdo.
Sucede así: alguien se quita los zapatos en clase y en rededor comienza el cotilleo sobre el "olor a queso". Es algo hasta cultural de la humanidad misma.
Pero Edudardo, mi popular compañero en "introducción a la literatura clásica", osaba quitarse los tenis en el salón. Nunca entendí por qué, pero da igual. Y a él también le daba igual. No así al resto del salón, que pretendían hacer burla sobre el supuesto mal olor. Porque aún sin haber percibido aroma alguno, ellos daban por hecho que sucedería en algún momento.
- ¡Huele a patas! - gritó, con torpeza, "el Dallas", uno de los compañeros cuya estupidez es evidente desde el inicio del ciclo escolar.
- No es verdad - respondió Eduardo, tras lo cual tomó uno de sus tenis y lo llevó hacia aquél - Mira, huele -.
El Dallas hizo un gesto de asco pero en ningún momento se negó a olfatear y, por el contrario, acercó su rostro al interior del calzado y aspiró profundamente.
Sin siquiera averiguar si, en efecto, olía o no, Jean Pierre (un compañero con ascendencia francesa) se acercó, arrebató el tenis al Dallas y aspiró el aroma también. Sin gesticular ni dar respuesta a la incógnita, se lo pasó a otros dos compañeros, quienes olfatearon del mismo modo.
La conclusión: no había olor en realidad, con lo que Eduardo mantuvo su reputación intacta. Las chicas no sólo no dejaron de procurarlo, sino que ahora lo tenían por alguien higiénico y capaz de enfrentar las bravuconadas con categoría.
Pero Marcos no era, ni por asomo, un muchacho popular. De gesto adusto, parecía tener una queja perenne con la vida. Y cómo no tenerla, si había nacido en recovecos más oscuros de la ciudad: la calle Florida, de la colonia Barrio Norte, perteneciente a la delegación Álvaro Obregón.
Mi padre me contó que lo conoció por uno de sus amigos, a quien le había remozado el zaguán de su casa. "Un chavo muy bien hecho y no cobra tan caro" - me explicó.
Yo, en cambio, había escuchado otras cosas. Dos años atrás había trabajado para una vecina y esta no pudo quedar más insatisfecha con los resultados. Esparcía el rumor, además, de que bebía de sus botellas de tequila cuando nadie lo veía. Fue tal vez por esa razón que yo trataba de mantenerlo siempre vigilado mientras se ocupaba de la fachada.
Su hora de llegada rondaba las 7 a.m. Su rutina era siempre la misma: ocupaba una misma esquina del garaje para dejar su mochila y comenzaba a retirarse la ropa con que llegaba para enfundarse en otra, vieja y gastada. Y yo miraba de lejos no para contemplar su anatomía viril, que poco me importaba luego de varios días de percibir ese penetrante olor a las 6 de la tarde; lo hacía porque siempre que se cambiaba, este aprovechaba para oler el interior de sus zapatos, aquellos con los que llegaba. Y no era diferente una hora antes de ver a su novia, cuando volvía a su ropa inicial y se cambiaba también los "tines" por unos calcetines limpios. En este momento siempre tomaba los tines y los llevaba hasta su olfato. Daba unas 3 a 5 inhalaciones y los guardaba en su mochila. Luego terminaba de vestirse y se largaba.
Poco exploraba yo en la causalidad evolutiva de esta conducta. Quizás por mi edad o porque sencillamente no estaba interesado en dotarla de un significado ajeno a lo que se conoce como morbo. Si un hombre dedicaba unos segundos de su vida a olfatear su calzado o sus calcetines, o incluso directamente sus pies, esto tenía qué ser necesariamente morboso.
Como sea...luego de una semana de observar tan peculiar conducta, me propuse algo que rayaría en la fantasía. Una fantasía decididamente sexual. ¿Podría yo generar morbo en Marcos?
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De pies y clases sociales
Short Story¿Por qué el hombre siente interés hacia el olor de sus pies? Es la pregunta que se hace el narrador para relatar esta breve pero singular historia sobre la mente de un "master feet" que cobra consciencia sobre el mundo y sus desigualdades, pero con...