Capítulo 9.1

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Nahomi se despidió de su amiga, ingresando a su casa luego de cruzar la calle.

Otra vez, su padre no se había tomado la molestia de levantar las cosas que dejaba tiradas. Botellas, abrigos... entre otras cosas que a la ojiceleste le causaban gran desagrado.

Fue a la cocina, dispuesta a buscar algo para almorzar, encontrando comida descompuesta y vencida. Con muecas de desagrado, comenzó a buscar dinero en los bolsillos de la ropa tirada, encontrando lo suficiente para comprar en abundancia para la semana.

Salió de su casa camino al mercado que se encontraba cerca. Llegando, recibió miradas sospechosas de varios de los empleados. Sí, lucía como una delincuente, al igual que su mejor amiga, pero ambas eran unos amores en cuanto a su apariencia.

Rodando los ojos, ingresó al lugar. Comenzó a buscar lo necesario, lo principal, para luego dirigirse al sector de comidas. Compró algo de carne y muchas hortalizas, debido a que estaban de oferta y algún que otro paquete de pastas que se coló en sus pequeños antojos. Una vez en la caja, pasó todos los elementos por la cinta, tomando el recibo y pagando en efectivo, notando que aún tenía algo de dinero para comprar frutas y café, que nunca estaba de más para despejar a su padre.

Llegó a casa, odiando la vista que la recibió.

—¿¡Tú quién eres?!—rebajó con la mirada a la mujer notablemente operada y oxigenada, notando que no llevaba más que unas panties.

—Eso debería preguntar yo, perra—respondió sin pelos en la lengua. Forzó su agarre en las bolsas, dispuesta a mantener sus manos abajo y no echar a la niñata falsa de los pelos a la calle. Se dirigió a su cocina para comenzar a hacer el almuerzo. Haría dos platos, como siempre. Tal vez, hoy se dignaba a levantarse y comer con ella en lugar de quedarse encerrado o salir otra vez...

Escuchó el portazo de la entrada. Soltó el aire de sus pulmones, pensando en que al fin se había ido esa mujer. 

Terminó de acomodar la mesa y se preparó mentalmente para acercarse a aquel angosto pasillo. Su casa era pequeña. Constaba de dos habitaciones y un baño, junto a la cocina y el comedor separados por una pequeña barra. 

Pasó saliva antes de tocar dos veces. Luego de unos minutos no recibió respuesta, a lo que decidió hablar.

—¡Papá!...—. Esta vez un quejido se pudo escuchar del otro lado, a lo que prosiguió—. Está la comida... ¿vienes o la guardo en el refrigerador?—. En sus más profundos pensamientos, rogaba porque hoy sea el día especial en que su padre decida comer con ella. Todos los días que tocaba esa puerta para llamarlo, rogaba que su anterior figura salga, con esa sonrisa amorosa en los labios y sus ojos grises brillando. Extrañaba aquel padre que tuvo de pequeña, pero por los errores de su madre, lo perdió.

Ese hombre, al que llamaba papá, había cambiado mucho en el transcurso de aquel año. Incluso se mudaron desde Australia para comenzar de nuevo, pero todo seguía igual. Seguía llegando en el momento en que Nahomi se levantaba para ir al colegio, ebrio hasta el pelo, con una nueva mujer. Todos los días eran iguales, pero los fines de semana eran peores. Tenía que estar sola en aquel desastre, observando como su padre se suicidaba lentamente al ahogarse en alcohol y, a veces, drogas.

Por lo menos, había hecho que se tome la molestia de ingerir nutrientes en aquellos meses que vivieron en Virginia. No comían en la mesa, es verdad, pero sabía que lo hacía. Sabía que el plato vacío y los cubiertos sucios eran obra de él cuando dejaba la comida lista en el refrigerador, y el cesto de basura estaba intacto, ya se había cerciorado de aquello.

—¿Papá?—. Abrió el picaporte, ingresando al borde de la habitación, notando el inmenso olor a alcohol y sexo en el lugar. Tapó su nariz, conteniendo las ganas de largar el desayuno. Notó a su padre desmayado sobre la cama, roncando levemente. Estaba completamente desnudo, pero no le importó mucho.

(¿Hate?) Love [Catradora]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora