El sol de julio penetró por la ventana frente a la que estaba sentado. Poco a poco mi cuerpo empezó a sudar con gran intensidad. No sé si fui inundado por el fenómeno natural o por el continuo pensamiento que me envolvía. Mis grandes ojos negros comenzaron lentamente a cerrarse... ¿Por qué? Tal vez la luz del sol era demasiado fuerte o tal vez se fueron velando de tanto reflexionar sobre la manera de llegar al éxito en la vida, en la manera de abandonar para siempre la mediocridad en que me encontraba, la manera de salir del fango y volar como el águila que irradia valor y poder.
Sin darme cuenta fui cubierto por un profundo sueño que me dejó sin sentido y a la vez con sentido. Sin sentido, porque durante algunas horas no pude escuchar el sonido de la escasa brisa ni el cantar de los pájaros que rondaban el ambiente. Con sentido, por el favor tan grande recibido y por el mensaje que a través de un sueño escucharon mis oídos. Soñé con un río cristalino, con un caudal tan fuerte que parecía haber crecido el día anterior.
—¡Hola! —me dijo una voz.
—¡Hola! —respondí asombrado, pues nunca había escuchado una voz tan grave y de tan impecable dicción. Era una voz musical, como si actuara ayudada por un aparato electrónico especializado, pero no era ningún aparato el que la producía, era más bien una voz producida, pienso, desde la cúspide del cielo.
—No te asustes —me dijo, pasando su mano sobre mi hombro izquierdo y mirándome fijamente—. No temas a nada —continuó—. He venido para ayudarte, para guiarte en el largo camino que recorrerás. Tranquilízate, ponte sereno —me dijo al verme temblar—. Eres muy joven aún, apenas comienzas a vivir y necesitas aprender. Los jóvenes necesitan aprender.
—¿Quién es usted? ¿Cuál es su nombre? ¿De dónde ha venido? —me atreví a preguntar.
—Preguntar es una cualidad de los jóvenes, Lucho.
Me quedé petrificado al escuchar las cinco letras de mi nombre: L-U-C-H-O. ¿Cómo sabía mi nombre? ¿De dónde me conocía este individuo que ahora comenzaba a resultarme más extraño?
En un segundo miré a todos lados y mi mirada huidiza y torpe no tuvo más que fijarse en el lugar de origen. El desconocido, al ver mi actitud, me apretó con tanta fuerza que parecía cortarme los brazos.
—No preguntes quién soy ni mi nombre ni de dónde vengo. Hay preguntas que el tiempo se encargará de responderte, porque no a todas encontrarás respuesta inmediata. Aprende a escuchar, es una característica propia del hombre sabio.
—Es difícil permanecer callado.
—No he dicho que sea fácil, sino que debes escuchar en silencio. ¿Has oído el cantar de los pájaros en las mañanas? ¿Te has detenido a escuchar las campanas de la iglesia llamando a sus feligreses?
Me quedé pensando en aquellas dos preguntas tocantes al silencio y recordé cómo había meditado en las profundidades de la creación al llegar ese sonido a mis oídos.
Era cierto, en el silencio las verdades penetran a lo más recóndito del corazón del hombre. En el silencio entenderás la profundidad de las profundidades; lo indecible de las cosas indecibles; lo alto de las cosas más altas; lo grande de las cosas más grandes. «Entenderás cosas grandes y ocultas que tú no conoces».