Capítulo 1: Antecedentes

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Antes de nada, quiero avisar a toda persona que se arriesgue a leer esta historia de su normalidad. Dicho de otra manera, esta es una historia normal que puede sucederle a cualquiera; basta con que se sea un poco avispado y se tenga un mínimo de picardía.

Así que, si tenéis grandes expectativas sobre grandes historias de amor trágicas, cómicas, tiernas, heroicas o que incluyan grandes traiciones, lamentos y gestos de reconquista por el amor perdido, lo siento pero... esta no es vuestra historia.

Tampoco quiero desanimaros a la lectura de la misma porque de nada serviría entonces que me hubiera animado a escribirla. Además de que sí que incluye alguna situación un tanto inesperada y más parecidas a esas grandes historias de amor de las que he hablado antes que a una historia realista. Pero si hay un sentimiento que tuviera que elegir para describir esta historia, ese sería la ternura. Así que... aviso a navegantes: la siguiente historia contiene ternura. Mucha ternura. Toneladas de ternura mezcladas con una pizca de romanticismo.

Sin más, inicio el relato de la misma ; porque para nada somos empalagosos en la vida real.

Creo que lo lógico sería presentarme: me llamo Leonor, tengo veintiocho años y en la época en la que esta historia sucedió estaba desempleada (afortunadamente ya no). Una última aclaración antes de ponerme con la historia que nos interesa, ¡lo juro! Hablo de época como si la historia hubiera sucedido en el siglo pasado o con más de veinte años con respecto al presente, cuando nada más lejos de la realidad porque la historia sucedió el año pasado.

Así que comenzaré de nuevo. Por favor ignorad el párrafo anterior.

Como decía, me llamo Leonor, tengo veintiocho años y el año pasado, tiempo en que esta historia tuvo lugar, estaba desempleada, aunque ahora soy de esas afortunadas que tiene un empleo.

Desempleada que no es lo mismo que inactiva, ya que el hecho de que no encontrara trabajo no era ningún tipo de impedimento para que no realizara otro tipo de actividades. De hecho, en mi caso sucedía así porque el hecho y la idea de estar en casa todo el día sin hacer nada me deprimía. ¡Y mucho! E incluso hoy, cuando ya tengo un empleo, esa idea aún continúa haciéndolo.

Por eso, y pese a echar currículum en todos los sitios habidos y por haber sin recibir ninguna llamada del otro lado de la línea, preferí ocupar mi tiempo en otras actividades tales como: aprender idiomas, ejercer como voluntaria en el comedor escolar de mi barrio y sobre todo, apuntarme a todo tipo de cursos y talleres en sus formatos presencial y online.

Hay personas «entendidas» (los coaches o encargados de departamentos de recursos humanos de las empresas) que a esto que yo hice y que me gusta hacer lo llaman dar bandazos o lo consideran una pérdida de tiempo. Incluso hay quienes van más allá y nos llaman avariciosos por querer engrosar el currículum con todo tipo de cosas inútiles e inaplicables en nuestra vida cotidiana.

Lamento disentir con todos ellos pero al menos en mi caso, eso no es así.

Para empezar, me encantan los niños y si no puedo acceder por la manera tradicional (oposiciones) a un puesto de trabajo que me permita estar en contacto continuo con ellos como maestra que soy, he de buscar maneras; otras alternativas que sí que me permitan disfrutar de su compañía y aprender de y con ellos. Además de que esto puede servirme también como método para ir metiendo cabeza en algún colegio o que se me recomiende a algún centro concertado o privado por mi actuación con los niños en dicho comedor.

En cuanto a cursos e idiomas; yo siempre he demostrado un gran interés por la cultura en general y aunque suene a tópico, soy de esas personas a las que no les gusta irse a la cama sin aprender algo nuevo. Y son precisamente estos cursos y talleres los que responden a mis inquietudes intelectuales.

Un huésped no reembolsable - Laurell Farm-HeadsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora