Sarah se sentía mejor. La fiesta la había animado, y había disfrutadomucho de la compañía de familia y amigos. Y las atenciones que laprodigaba Vitaly eran una maravilla.
Se sentía como si hubiera ido a cien durante tanto tiempo que teníamiedo a quemarse. Después de hablarlo con él, Vitaly estuvo deacuerdo en que le vendría bien pasar un tiempo en el rancho de sufamilia, sobre todo porque eso significaba que no iba a estartrabajando.
Tras bajar las maletas de Sarah, sonrió a su tía Hannah, que loenvolvió en un enorme abrazo.
-¿Cuándo vendrás a visitarnos?- le preguntó, mientras él metía lasmaletas en el coche.
-En un par de semanas. Es tan extraño ver que todo va tan bien, queestoy esperando a que ocurra algo de un momento a otro.
Ella le apretó el brazo, diciendo: -En cuanto puedas escaparte, ven.
Nos encantará tener a toda la familia junta.
Sarah se unió a ellos en el coche y colocó su portátil y una bolsa en el maletero. Acercándose a su esposo, lo abrazó y lo besó.
-Te voy a echar mucho de menos.
Y yo a ti. Iré tan pronto como pueda.
-Más te vale.
Cuando Sarah se alejó con su tía, se iba enjugado las lágrimas.
-Oye, ¿y esas lágrimas?- le preguntó Hannah. -¿No te alegras depasar un tiempo con nosotros?
Asintiendo con la cabeza, Sarah dijo: -Claro que sí, tía. Pero estosúltimos meses, mis hormonas están a cien. Ni siquiera puedo veranuncios en la tele.
Hannah se rió. -Tu madre era igual. Cuando estaba embarazada detus hermanos, durante la Navidad no podía entrar a una tienda en laque pusieran villancicos sin echarse a llorar.
Sarah sonrió. Aunque había crecido sin una madre, su tía Hannahsiempre había estado allí, y cuando necesitaba consejo materno, ellasiempre le asesoraba bien.
Sarah cogió el móvil y escribió a Vitaly.
Ya te estoy echando de menos.
Unos momentos más tarde, él respondió.
Yo también. Te quiero, kotyonok.
Yo también te quiero, esposo.
Sarah dejó el teléfono y sonrió. Si cuando estaba en la universidadalguien le hubiera preguntado cuáles eran sus objetivos para los
próximos cinco años, jamás habría dicho casada y embarazada, perocuanto más tiempo pasaba con Vitaly, más le gustaba todo sobre él. Yno concebía su vida de otra manera.
Mientras su tía conducía, Sarah hizo un esfuerzo para seguir laconversación, pero se sentía muy somnolienta. Se despertó con un
brinco cuando el coche dio una sacudida. Al abrir los ojos, vio que yaestaban en la carretera privada del rancho.
-Buenos días, dormilona- dijo Hannah, y Sarah se incorporó y se frotólos ojos.
-¿He dormido todo el viaje?
Su tía asintió y respondió: -Sí. Pero no te preocupes, para cuando mehe dado cuenta ya habíamos recorrido 60 kilómetros.
-Estaba muy cansada.
-Por supuesto, querida. Eso es lo que pasa con los niños.
Sarah se agarró a la manija de la puerta cuando su tía pasó por otrobache.
-Esta carretera cada vez está peor. Tu padre ha prometido repararlaalgún día, pero sospecho que serán tus hermanos los que lo acaben
haciendo.
¿Está bien papá?- Preguntó Sarah, preocupada.
-Claro que sí, cariño. Todos lo estamos, pero tu padre es tu padre y, a
pesar de su edad, aún se resiste a delegar, lo que a menudo significa
que el trabajo se queda sin hacer, a no ser que alguien le escuche
cuando habla de ello.
Riendo, Sarah hizo una mueca cuando pasaron por otro bache.
Después de 30 minutos de ir por aquella carretera, no sabía qué iba a
acabar peor, su cuerpo o el chásis del vehículo. Tendría que decirle a
Vitaly que no trajera el coche deportivo, o correría el riesgo de dañar la
alineación de las ruedas y, muy probablemente, la carrocería.
Al pasar por la verja con el letrero del Rancho Jenkins, Hannah hizo
sonar el cláxon, y rodeó el granero y las cabañas de invitados que
salpicaban la propiedad. Con cuatro hermanos casados y con sus
propias familias, los padres de Sarah habían esperado que todos se
quedaran en el rancho. Tres de los cinco hijos decidieron permanecer
en la propiedad, y trabajaban juntos para mantener el negocio a flote.
El hermano más joven, que tenía un año más que Sarah, había
ingresado en el ejército. Sarah era la única que había ido a la
universidad y, si no hubiera conocido a Vitaly, lo más seguro era que
también hubiese regresado al rancho.
Tras salir del coche, estiró las piernas y osciló de adelante a atrássobre sus pies. Tuvo que admitir que Vitaly tenía razón, que si hubiese
conducido ella, el viaje habría sido un desastre.
Al oír unas voces, se dio la vuelta y vio a su padre y a su tío saliendo del granero y acercándose para darle la bienvenida. Su padre laenvolvió en un fuerte abrazo.
-Te he echado de menos, corazón. No vives tan lejos, no esperes tantopara visitarnos.
-Lo sé, papá, pero estoy aquí.
-Deja de acaparar a mi sobrina- ordenó su tío Max, y su padre seseparó a regañadientes para que pudiera abrazarla.
-¡Tío Max! ¿Qué le ha pasado a tu pelo?- preguntó, al darse cuenta de
que su cabellera había desaparecido. Alternando la mirada entre los
dos hombres, los miró confundida, y su padre lanzó una risotadamientras su tío se ponía colorado.
Con los brazos cruzados, Max fulminó con la mirada a su hermano, quecontinuaba riéndose. Entre risas y sollozos, Bill Jenkins consiguióhablar.
-Tu tío se quedó dormido y los críos decidieron cortarle el pelo. Aún no
sabemos quiénes fueron, pero para cuando se despertó, ya estaba
hecho un desastre.
Tras quitarse el sombrero, Max se frotó la cabeza. -Hannah pensó que
mejor era afeitarme toda la cabeza, y ahora todos me dicen que meva a salir completamente blanco.
Poniéndose de puntillas, Sarah le frotó la calva con afecto. -Pues a míme gusta. No sabía que había un rostro tan apuesto debajo de todo ese pelo.
-¿Eso crees?
-Por supuesto.
-Eh- les interrumpió su padre. -Somos gemelos.
Enlazando sus brazos con los de ella, Max se dispuso a escoltar aSarah hasta una de las cabañas, y gritó por encima de su hombro: -Sí,pero yo soy más guapo.
ESTÁS LEYENDO
La Familia Del Millonario
RandomY henos aqui en la última parte de esta maravillosa saga...