Capítulo I. Familia Real

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Hacía bastante frío, todavía no terminaba noviembre y ya alcanzábamos las bajas temperaturas, normalmente en mi habitación siempre estaba helando, nunca estaba el clima cálido, de hecho, la casa completa en estas fechas el frío era amenazador. La ventana estaba abierta, así que decidí cerrarla o Tobby (mi perro de pelaje blanco) y yo moriríamos congelados.

En las noticias avisaban que se vendría un invierno de los más fríos en los últimos 70 años, por lo que recomendaban abrigarse bien, manejar con cuidado, entre otras medidas de salud y prevención de accidentes, en lo personal no me gustaba nada el frío ni tampoco las fiestas que se celebraban en diciembre.

Mientras empacaba mi ropa y algunas otras cosas personales, comencé a sentir una nostalgia y terrible tristeza, el día de mañana comenzaría la esperadísima boda de mi hermana mayor Catalina, viernes, sábado y domingo (para mí, sería eterno) todo debía salir perfecto como tanto lo añoraban mis padres y sus futuros suegros, la boda sería en la mansión de la familia Hamilton, los extranjeros con los que se emparentaba mi hermana.

Yo no estaba ni un poco emocionada como normalmente lo están las dichosas “damas de honor”, tampoco quería que ocurriera esa boda, ni mi abuelo lo quería y de nosotros dos juntos la que menos quería que esa boda se llevara a cabo era la misma Catalina.

Mi padre es el honorable y respetable señor presidente José Altamirano Rodríguez, mi madre la educada y bella primera dama Mariana Montealegre de Altamirano y nosotras las obedientes, ejemplares y felices hijas.

La familia real, el hogar que debe servir como un gran ejemplo para una sociedad tan ridícula, ignorante y retorcida como en la que según mis padres, estábamos rodeados. Para mí, los retorcidos, ridículos e ignorantes éramos nosotros, aparentando una perfección que simplemente me resultaba enfermiza.

Los Hamilton eran dueños de la mayor empresa de petróleo en el país y estaban podridos en dinero, los señores tenían a dos odiosos hijos, el mayor era Bruce, el que se casaba con mi bella hermana Catalina, él era de piel muy blanca y a la vez rosa, sus ojos eran verdes y pequeños, tenía horribles pecas en toda la cara, los dientes amarillos, grandes y salidos, además de eso, parecía no tener cejas, pues su cabello era tan rubio parecía muy lampiño, daba miedo. El otro se llamaba Richard, pero le decían Ricky de cariño, se parecía a Bruce, solo que este era muy gordo, chaparro y granoso.

La boda de Bruce Hamilton y Catalina Altamirano Montealegre era la más esperada por todos los medios de comunicación, por todas las revistas de chismes y sociales, por todo el espectáculo y farándula en el país y en el extranjero, la boda del año o de la década. Ese matrimonio sería producto del amor a la ambición de dos hombres que pretendían y anhelaban tener mucho poder, de dos hombres sin escrúpulos, egoístas y avariciosos, que no les importaba por qué o por quién debían de pasar para obtener todo lo que ellos querían, dos hombres que tenían por esposas mujeres sumisas y atolondradas, dos hombres que no eran ni un poco honrados, que además eran los mejores modelos de las portadas de revistas, de periódicos, en programas de televisión o reportajes, dos hombres de lo peor, el viejo raboverde de George Hamilton y el señor presidente que era mi padre.

Con esa boda, se unirían las familias más poderosas del país y también se realizarían negocios exitosos, que beneficiarían los escasos ricos y afectarían a los bastantes pobres.

Desde hace mes y medio, Catalina lloraba todas las noches antes de ir a dormir, su habitación estaba a un lado de la mía, y para mí era terrible escucharla y tener pesadillas de eso, ella no quería casarse, no tenía el valor para hacerlo, pero tampoco tenía el derecho de elegir, simplemente, tenía que obedecer órdenes. Desde que fue la fiesta de compromiso, mi madre se la pasó día y noche tratando de convencerla de que era lo mejor, lo más conveniente para ella y su vida, que ellos solo buscaban y querían asegurarle un futuro, lleno de lujos, riquezas, joyas, fiestas, viajes y todo aquello a lo que mi madre denominaba “felicidad”.

Pero todo fue inútil, mientras más pasaban los días, Catalina estaba menos convencida de ese matrimonio arreglado.

Yo dejé de querer a papá desde que ganó las elecciones hace dos años, no quería que se postulara para presidente, ninguna de mis hermanas lo quería, en el colegio todos nos molestaban, decían que papá era un idiota, que era el viejo más corrupto, que iba a acabar de chingar al país, que mis hermanas, mi madre y yo éramos aborígenes, locas, ridículas, huecas y ambiciosas.

No era verdad, yo no me consideraba así, tampoco consideraba así a Catalina, pero Paulina si lo era, ella era igual que mi padre y mi madre de superficial e interesada.

A pesar de que le rogamos e imploramos a papá no postularse a la presidencia, él nos ignoró y lo hizo, por “intereses políticos y una mejor vida para ustedes”.

¿Mejor vida? ¿Una vida de telenovela? ¿A eso se refería?

Desde hace dos años, odiaba mi vida, odiaba despertar todos los días en esa mansión tan enorme, donde no entraba el sol, donde las habitaciones eran silenciosas y frías, odiaba el jardín ridículo de mi madre, odiaba los desayunos, comidas y cenas con los amigos y socios de mi padre, odiaba mi colegio y a toda la bola de idiotas que creían ser mejores simplemente porque sus padres tenían los bolsillos llenos de dinero sucio, odiaba tanta seguridad a mi alrededor, estar rodeada de hombres con caras de piedra que me seguían a todos lados, odiaba no tener amigos, no ver a mi familia, no poder salir a la calle sola, odiaba hacer ejercicio, odiaba comer sano, odiaba bañarme en una bañera con pétalos y agua de manantial, odiaba estudiar una carrera que no quería ni me gustaba en lo más mínimo, odiaba no tener privacidad, odiaba los viajes, odiaba tener que vestir apropiadamente, odiaba estar siempre peinada, odiaba no tener derecho a opinar, ni voz y voto, odiaba salir en las fotos de revistas, odiaba todas las celebraciones, fiestas e inauguraciones a las que teníamos que asistir como “familia real”, odiaba a toda la gente que trabajaba con mi padre, odiaba a los políticos, odiaba a mi madre con sus discursos y amigas cursis, odiaba los lujos, la limpieza y todo lo correcto, odiaba las cámaras, los reflectores y salir en la televisión, odiaba la idea de ser cómplice de mis padres y no hacer nada al respecto para ayudar a mi hermana con la boda que se iba a iniciar desde mañana, odiaba los malos negocios de mi padre, la sumisión de mi madre, odiaba que todos me conocieran como la hija menor del señor presidente y no como Valentina Altamirano Montealegre, odiaba lo aburrido que era vivir así, fingir siempre una sonrisa, fingir la felicidad que realmente no tenía en mi corazón, odiaba todo.

Yo también lloraba por las noches como Catalina, rogando por una vida mejor, una vida lejos de lo aparente, cerca de lo real.

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