Capítulo Sesenta

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"Ella"

Fiorella

Existen momentos en nuestra vida que nunca olvidamos. Se quedan grabados en nuestra mente y jamás se van de ahí. Son esos que se convierten en un eslabón de nuestra historia y nos ayudan a avanzar — o retroceder — en nuestro camino.

Y lo que pasara el día de hoy va a formar parte de esos eslabones. Pero yo estaba a punto de subir.

Me doy una última mirada al espejo del baño para corroborar que mi maquillaje está bien y que estoy lista para salir. El vestido que llevo puesto se ajusta a mi cuerpo con delicadeza. Julio se siente caluroso así que había optado por ponerme un vestido blanco de tirantes finos. La parte del top es lisa, pero cubre correctamente como para no llevar sostén hoy, aunque lo que más amaba de él es la falda que estaba cubierta por una red de mariposas adheridas a ella. Los tacones plateados resuenan sobre el suelo cuando me muevo para guardar mi neceser en el estante junto al espejo.

No puedo evitar detenerme ante mi reflejo, ese que me regresa una sonrisa genuina. Mi cabello largo cae en pequeños rizos por mi espalda y su color luce tan natural que hasta parece hecho por un tinte. Mis párpados están coloreados por colores cálidos, dándome un aspecto algo dulce. No puedo parar de sonreír. Por muchos años llegué a pensar que este día jamás llegaría y que nunca podría sobresalir. Que viviría en oscura decadencia hasta ya no poder más y terminar por rendirme. Que mi padre tendría razón y que todo lo que recibía era porque era el castigo que se me había otorgado. Pero al ver el brillo en mis ojos, la sonrisa abriéndose paso por mis mejillas y las ganas de saltar al vacío sabiendo que podría elevarme sobre él... son las pruebas de que yo soy la única que puede determinar qué es lo que pasará con mi vida y hacia donde quiero dirigirme.

Porque por fin soy libre y hoy estoy rompiendo otra de las cadenas que me ataban.

—Fiorella, ¿Qué tanto haces? Sal de una vez —la voz de Amelie me saca de mis pensamientos. Toca varias veces la puerta mientras vuelve a llamarme —. Apenas pude sacar a Cailin de su habitación antes de que se cambiara, de nuevo, el vestido.

Al abrir la puerta, me encuentro con una Amelie un tanto alterada y con el cabello rojo brillándole como el fuego. Sus ojos verdes, que ahora hacen juego con su precioso vestido del mismo color y detalles de encaje negro, me miran con impaciencia. Cuando estamos frente a frente, sus labios pintados de rojo vino se abren con sorpresa y terminan en una sonrisa genuina.

—Amiga... ¡Te ves preciosa! —da pequeños brinquitos y me toma de las manos con efusividad haciéndome reír junto a ella —Luces radiante. Massimo va a querer regresarte a la habitación en cuanto te vea.

Me obligo a no hacer caso al sonrojo instantáneo que se expande por mi rostro, pero por el semblante burlón en la cara de mi amiga, sé que ella disfruta de verme así.

— ¿Ya todos están listos? —pregunto mientras apago la luz del baño y cierro la puerta detrás de mí.

Caminamos por mi habitación y me dedico a buscar mi bolso. Cuando lo encuentro sobre la cama, me pongo a guardar mi celular, cartera y un labial, solo por si acaso.

Amelie se sienta sobre la esquina de la cama, pero por el movimiento de su tacón negro contra el suelo, sé que quiere irse cuanto antes.

—Están esperando en la sala. Bueno, por lo menos vi a Ethan, Massimo y... Johan, creo que se llama ¿No? Estaban platicando junto a Rosalía, que, por cierto, luce hermosa. Es una señora con mucha clase

No la contradigo. Rosalía tiene ese toque latino efervescente que le quita años de encima. Es un poco más grande que Paulette, pero si quisiera, podría lucir mucho más joven.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora