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No pensaba dejar su casa, porque él no había hecho nada. Ojalá lo hubiese hecho, porque Isabella Argento era espectacularmente sexy y guapa, pero no había sido el caso y no pensaba salir corriendo simplemente porque Katniss fuera incapaz de dialogar y se pusiera echa un basilisco por cualquier cosa.

Lo más irónico del caso es que Isabella le gustaba porque se parecía a su mujer. En cuanto miró esos ojazos grises y vivos, la tez blanca y el pelo oscuro y ondulado, pensó en Katniss, y por esa misma razón estaba seguro de que compartirían una gran química y harían una pareja estupenda en pantalla. Era muy beneficioso compartir química con tu coprotagonista, no siempre pasaba y resultaba tranquilizador, pero claro, para Katniss, que a pesar de llevar ocho años junto a con un actor no entendía de la misa la media, la cosa era complicada y las fotos de ese reportaje no ayudaban en absoluto. Tampoco lo había comprendido muy bien Françoise Dagostine, el rico marido de Isabella Argento, con el que había tenido que charlar por teléfono, por petición de ella, para templar los ánimos.

Isabella se había ofrecido a su vez a hablar con Katniss pero era imposible, no tenían quince años y su mujer se lo tomaría fatal, estaba seguro. Mejor ni mentar esa posibilidad y habían optado por el desmentido conjunto a través de una nota de prensa y una entrevista dada por la italiana de urgencia y a la carrera, a un medio de su país, negando cualquier relación amorosa con él. Ella era una mujer felizmente casada, madre de dos niños, que solo pretendía hacer bien su trabajo y llevarse bien con sus compañeros, nada más, dijo, y se quedó tan ancha.

En su caso con el desmentido le bastaba y con enfrentar a Katniss antes de que se publicara el dichoso reportaje. Nada más. Le importaba una mierda lo que opinara su familia política, los abogados del gabinete o los cotillas de turno, eso le daba exactamente igual, solo le importaba contener el drama que montaría ella, que llevaba un tiempo más sensible de lo normal, y tratar de minimizar daños. Si conseguía eso, todo bien, sino, no sabía dónde acabarían, pero pensaba averiguarlo antes de coger un avión y regresar a Malta.

—¿Qué haces, capullo? —oyó la voz de Finnick y levantó los ojos del suelo. Se había pasado todo el día solo y después de dormir y comer todo lo que pilló en la nevera, se había instalado en las escaleras del pequeño porche para esperar a Katniss y a su suegra, que tendrían que regresar tarde o temprano a la casa.

—Hola, tío —encendió otro pitillo y no me movió.

—¿No estabas en Malta?

—Lo estoy, solo he venido a ver a Katniss.

—¿Y dónde está?

—No lo sé, se cabreó y se fue hace ocho horas de paseo con su madre.

—¿Qué coño has hecho ahora? —Finnick abrió la reja y entró al jardincito muy interesado.

—Mañana saldrá un reportaje de mierda donde me relacionan con Isabella Argento.

—¿En serio?, ¿te la tiraste?

—¡No!, ¡joder! vaya confianza me tenéis todos.

—No sé, tarde o temprano caerás, está cantado, tenemos una apuesta Annie y yo.

—Menudo cabrón. Muchas gracias, en mi nombre y en el de mi santa esposa.

—¿En serio no pasó nada?

—No, joder, estuvimos preparando el papel en Londres y luego en Malta, seguro que tú eres más cariñoso que yo con las compañeras.

—Ya, pero yo soy un respetable cabeza de familia.

—Y yo.

—¿Tú?, tú estás casado con Katniss y poco más.

—Joder, macho, déjame en paz, ¿quieres un pitillo?

—No, venía a buscar a Katniss y a Pilar, estamos de celebración.

—¿Ah sí?, ¿qué se celebra?

—Ya os lo diremos, vente a tomar un vino, aunque claro, los niños siguen despiertos —se echó a reír y Peeta movió la cabeza. Había cometido el error de reconocer en voz alta, en una entrevista, que prefería los restaurantes donde no se dejaba entrar niños, porque no se entendía con ellos y prefería comer en paz, y todos sus amigos con hijos se la tenían jurada. Para una vez que era sincero y se montaba semejante escándalo—, vamos.

—Voy a esperar a Katniss.

—Pues ahí viene —Finnick, que seguía de pie, miró por encima de los setos y vio aparecer a la joven con su madre, les regaló una gran sonrisa y ella la respondió mirando de reojo, con muy malas pulgas, a su marido—, ¡señoras!

—Hola, Finnick, ¿Qué tal?

—Hola, ¿y vosotras?, venía a buscaros para tomar algo en casa, estamos de celebración.

—Gracias ¿y qué celebramos?

—Vente y os lo cuenta Annie.

—Estupendo, ahora voy. Mamá ¿te vas con Jamie?, yo voy en seguida.

—Claro —respondió Pilar y los dos desaparecieron por la acera. Esperó un segundo, se volvió y lo miró echando chispas por los ojos—, ¿no te pedí que te fueras?

—Sí, pero no tengo porque dejar mi casa, yo no he hecho nada.

—Genial, muchas gracias.

—Si un buen fotógrafo, o dos, hacen tres mil fotografías, seguro que pillan seis o hasta diez, donde se vea a una pareja en actitud cariñosa. Solo te digo eso, además de darte mi palabra, una vez más, de que yo no tengo nada, ni tuve, ni tendré, con Isabella Argento. Me encantaría que en lugar de fotos publicaran el video de esos días y podrías ver perfectamente lo que ocurrió.

—Muy bien, no voy a seguir discutiendo contigo. Esto ya es... —hizo un gesto con la mano y respiró hondo—, aburrido y recurrente, pero sobre todo cansino.

—Para mí también.

—Claro...

—Sería mejor hacer un pacto, Katniss.

—¿Qué pacto?

—Que salga lo que salga, digan lo que digan, lo primero será confiar en mí.

—Lo vengo haciendo desde hace mucho tiempo, lo que pasa es que últimamente resulta muy difícil.

—Creo que si algún día te fuera infiel te lo diría, no te haría pasar por esto. Te doy mi palabra de honor.

—Ok, gracias, lo mismo digo.

—¿Qué? —Se levantó y entornó los ojos con una media sonrisa—, eso ni de coña.

—Muy maduro —giró hacia la calle y decidió ir a ver qué era lo que celebraban sus amigos. Él cerró la puerta y la siguió silbando, admirando su estupendo trasero enfundado en esos vaqueros desteñidos tan guapos.

—¡Chicos! —Annie los salió a recibir al jardín y les dio dos besos, esperó a que estuvieran todos juntos en la salita de la primera planta, repleta de juguetes y trastos varios, y sonrió abrazándose a su marido—, os queríamos contar algo.

—¿Qué?

—Estamos embarazados, otra vez.

—¿En serio? —Katniss movió la cabeza y él pudo ver perfectamente como se le llenaban los ojos de lágrimas—, ¿de cuánto?

—Tres meses, será para septiembre.

—¿Tres meses y no me habías dicho nada? —superó la distancia que los separaba y se abrazó a ella muy fuerte. Annie lo miró por encima de su hombro y no dijo nada, no hizo falta, Katniss lloraba desconsolada y no hizo falta decir nada más—, es maravilloso.

OportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora