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Salió a la calle después de que la doctora Moore le diera un té y charlaran un ratito para tranquilizarse. Estaba muy feliz por la noticia, pero muy asustada por la reacción de Peeta, por las complicaciones de su trabajo, por sus planes de vida... seguramente él acabaría acatando la novedad con resignación, y eso era justamente lo que no quería, que él aceptara aquello como un designio inamovible del destino, como una carga, y no como el regalo que el universo le estaba mandando.

Caminó por Russell Square como en una nube, pensando en su bebé, ¡un bebé!, creciendo chiquitín dentro de su cuerpo. Varias veces paró el paso para meditar el asunto y tratar de asimilarlo, pero era muy difícil intentar racionalizar aquello. Ya llegaría con el tiempo, cuando empezara a sentirlo y a ver cómo le crecía la tripa, pero de momento, no era más que una mini judía preciosa, aferrada a su vientre, le dijo la doctora, donde había encontrado todo lo que necesitaba para crecer sano y fuerte. Una metáfora un poco infantil pero muy útil para una madre primeriza y sensible como ella.

Llegó andando a Covent Garden, un buen paseo, decidiendo qué hacer con la noticia, le apetecía llamar a todo el mundo y gritarlo a los cuatro vientos, pero no era una buena idea, lo más sensato era hablarlo primero con Peeta, tranquilizarlo, dejar que lo asimilara, y después empezar a contarlo o tendrían un problema, y no estaba para problemas.

Entró en el mercado de Covent Garden y se sentó en una terracita, pidió una infusión, decidiendo que debía dejar de forma inmediata el té, el café y todo aquello que fuera excitante para el bebé, respiró hondo, sacó el móvil y llamó a Peeta, un par de veces, pero siempre saltó el contestador automático, así que se resignó y pidió un muffin para merendar como era debido.

—Hola, Blanche ¿Qué tal? —contestó al móvil llegando a la calle Strand, donde pretendía encontrar un taxi.

—¿Has hablado con Peeta?

—No, ¿qué pasa?

—Inició una charla un poco tensa con el director y acabaron a gritos, él amenazando con dejar el rodaje, etc...

—¿Y eso por qué?, ¿qué ha pasado?

—Desacuerdos con el guion, lo de siempre. El problema es que tu hombre lleva una temporada muy irascible. Ya sabes que suelo apoyarlo, pero esta vez no tenía razón, parecía una diva insoportable de los años cincuenta, te lo digo en serio, fue muy violento.

—Ok, pero yo...

—Habla con él, por favor, ya sé que no estáis en vuestro mejor momento pero, Katniss, eres la única que puede aplacarlo y hacerlo entrar en razón.

—No sé... —paró un taxi y se subió camino de casa—, lo intentaré, pero lo llamé hace un rato y no cogía el teléfono.

—Sigue intentándolo, porfa, ¿eh?, te lo suplico.

—Vale, haré lo que pueda.

Llegó a casa a las cinco de la tarde y él siguió sin dar señales de vida. Esa era su última manía, pelearse con los directores. Desde el minuto uno, decían, desde su época de estudiante en la escuela de Arte Dramático, cuestionaba todo, discutía y planteaba miles de dudas a sus profesores, compañeros, directores... era ese punto perfeccionista e inseguro el que lo hacía destacar entre todos los demás actores, pero se estaba convirtiendo en una "marca de la casa" nada agradable. Un hándicap si querías seguir en la cresta de la ola y evitar que te colgaran el cartel de difícil o intratable.

Estaba más que probado a lo largo de la historia que los actores, por mucho talento que tuvieran, si eran insoportables o complicaban la vida de sus compañeros, acababan siendo apartados y olvidados, y Peeta Mellark no se podía permitir ese lujo. Lo sabía Katniss, su representante y todo su entorno, era el niño mimado de la industria, sí, pero podía dejar de serlo en cualquier momento.

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