Dio al volumen del iPod y cerró los ojos, Galway Girl sonó alta y clara en la versión The Kilkennys y en seguida se le llenaron los ojos de lágrimas. A Katniss le cantaba esa canción y siempre que la oían en directo en un pub, en Irlanda, se ponía a cantarla a gritos.
Abrió los ojos al sentir que la azafata, le dejaba el vaso de whisky con hielo que había pedido en la mesilla, y la miró de soslayo, ella le guiñó un ojo y él volvió a lo suyo pensando, una vez más, en la cantidad de tías que se le ponían a tiro al día. Muchas, cada vez más, y ahora se suponía que podía tirárselas a todas.
Hacía un mes ya que Katniss lo había abandonado. Lo más curioso del caso es que nunca le había sido infiel, salvo algún tonteo estúpido, él jamás se había acostado con otra mujer en casi nueve años de relación y siete de matrimonio, sin embargo, ella lo había pillado en Las Vegas, en esa suite con Lorelei Fishburne, una de las ayudantes de producción, y se había armado la casa de putas. Así de simple, con más calma y frialdad de lo que era capaz de imaginar en Katniss, pero así había sido y sus abogados le habían mandado la demanda de divorcio tan solo cuatro días después de que lo dejara plantado en el MGM Grand.
Seguro que lo tenía todo preparado, a punto desde hacía años, desde que se casaron, le dio por pensar en medio de la locura que le entró a miles de kilómetros de distancia, incapaz de hablarle y hacerla entrar en razón. Era injusto aprovecharse de su situación de desamparo, sin poder defenderse, lejos de casa, y la odió por ello, por ser tan puñeteramente injusta y fría con él, que no había hecho otra cosa que quererla todo ese tiempo.
Molly, que vivía en California, apareció en Las Vegas por petición de su madre para acompañarlo y ofrecerle consuelo, pero fue imposible. Su hermana quería que tuviera esperanza pero él sabía que ya no había nada que hacer, Katniss era así, aguantaba y aguantaba hasta que un día, sin saber cómo, llegaba al límite y mandaba todo al carajo, todo, incluso a él. Y con esa certeza era difícil tener esperanza o confiar en que le daría otra oportunidad.
En cuanto Molly se largó, harta de sus borracheras y su agobio asfixiante por no poder dejar los Estados Unidos e ir en busca de su mujer, se tiró a Lorelei Fishburne. La chica lo perseguía desde el minuto uno, y el día que Katniss los pilló en la suite no se había acostado con ella, pero sí había dejado que le hiciera una mamada, en medio de un pedo considerable y con un par de porros encima, pero la había dejado y si Katniss llega a aparecer diez minutos antes allí arriba, los hubiera pillado en faena.
Acostarse con Lorelei, que era una resabiada de primera, había resultado incómodo, frío, espantoso. Cualquier tío que oyera algo semejante le pegaría un tiro, pero era la pura verdad. Tanta locura sexual y tanta técnica depurada solo contribuyó a hacerlo sentir un poco más miserable, más culpable, y acabó largándola de inmediato de su cama. Se portó como un cabrón con ella, que estaba hasta las cejas de coca, y no volvió a dirigirle la palabra, exigió a Blanche que la apartaran de su equipo y desapareció como por arte de magia de su vista. No la había vuelto a ver y ahora, de vuelta a casa por unos días, no se acordaba ya ni de su cara.
Terminado el trabajo en Las Vegas, al que llegaba los últimos días arrastrándose como un beodo resacoso, tocaba finiquitar algunas escenas en Los Angeles, pero el director lo animó a viajar a Londres para intentar enterarse de su situación. Solo quedaban dos semanas de rodaje y luego podría descansar unos días antes de volar a Australia. Katniss iba a viajar a Sídney para estar con él, pero de eso no quedaba nada, todo se había convertido en humo: su pasado, su presente y su futuro, y había días en que literalmente se quería morir.
—Tío... —Finnick apareció en la zona de llegadas de Heathrow, se le acercó y le pegó un abrazo—, estás horrible. Hola Blanche.
—Hola —saludó la asistente, caminando hacia la parada de taxis.
—Tengo el coche.
—Yo me voy a casa sola —respondió ella—, gracias.
—¿Qué le pasa?
—Creo que ya no me soporta, pero eso no es una novedad.
—Vamos, tío... —lo siguió al parking en silencio y se subió al coche comprobando que el final de junio en Londres estaba siendo soleado y caluroso—, ¿Qué tal?
—¿Tú qué crees?, ¿Qué sabes de mi mujer?
—Está instalada en un piso cerca del despacho, trabajando y poco más. Tienes prohibido acercarte por ahí y si yo fuera tú, respetaría su deseo.
—¿Me echará a la poli encima?
—¿Tú quieres algo a Katniss, Peeta? —Lo miró de reojo con esos enormes ojos y él asintió—, pues si la quieres deberías respetar un poco su decisión, lo ha pasado fatal y ahora no es el momento de agobiarla en su territorio, hazme caso.
—Antes de firmarle los malditos papeles del divorcio quiero hablar con ella.
—¿Pero no habló contigo hace unos días?
—Sí, pero se enroca en lo mismo y...
—Déjalo correr, tío. No lo empeores, al menos intenta mantener una amistad con la que fue tu mujer durante tanto tiempo.
—¡¿Qué coño me estás diciendo?!, ¿qué sea amigo de Katniss?, ¿qué mande todo al carajo y sea su amiguito?, ¿eso me estás diciendo?
—Al carajo ya se fue todo, tío, a ver si te enteras.
Llegar a su casa y entrar en esa mole silenciosa casi le provoca un infarto. Dejó la maleta en el suelo y aparentemente todo estaba en orden, todo limpio y oliendo a limpio, perfectamente arreglado pero vacío. Miró hacia su derecha y vio las estanterías grandes desiertas, se había llevado los libros, seguramente su música, sus trastos, su vida entera, agarró nuevamente la maleta, giró hacia la puerta y salió a la calle camino de un taxi, regresó al aeropuerto y cogió el primer vuelo que salía hacia Galway. No podía estar en Londres así, sin Katniss. No había nada que lo retuviera allí. Mientras estaba lejos de casa las cosas no parecían tan reales, tan crueles, pero una vez allí acabaría muerto si intentaba retomar su vida sin ella.
En cuanto pisó Irlanda la llamó al despacho, por supuesto había cambiado el móvil y ni su hermanita, que estaba hecha una furia, ni su madre, ni sus amigos, quisieron darle el nuevo número, así que optó por la oficina, llamó y esperó a que la secretaria se la pasara con el corazón latiéndole muy fuerte contra los oídos.
—Katniss Everdeen —dijo con su acento español perfecto y él se puso la mano en el pecho.
—Estoy en Galway, coge un avión y aquí lo arreglaremos.
—No... —se hizo un silencio eterno y notó como las lágrimas le mojaban la cara—, no pienso seguir discutiendo sobre esto.
—¿Y qué pasa conmigo?
—Es por el bien de los dos.
—No puedo vivir sin ti.
—Por supuesto que sí, y por favor, no lo hagas más difícil, es absurdo...
—¡¿Absurdo?! ¡¿te parece absurdo lo que siento?!, ¡hostia puta, Katniss!
—Adiós, Peeta.
Colgó y ya no volvió a coger el teléfono, él se fue a casa de sus padres, se metió en la cama y se pasó el resto de sus días libres durmiendo y lloriqueando, como un puto crío de catorce años. No sabía qué haría sin ella, qué futuro esperar, para qué demonios trabajar o levantarse, para qué soñar con nuevos proyectos o planes, ¿para qué?, ¿para quién?, si todo lo hacía por ella, solo por verla feliz, sonriente y preciosa, queriéndolo y esperándolo en casa, apoyándolo y ayudándolo a salir a flote, manteniéndolo cuerdo y con los pies en la tierra. Sin Katniss ya no había nada, no tenía una puta mierda y esa miserable realidad lo hacía sollozar impotente contra la almohada, desesperado y furioso. Sus pobres viejos empezaron a preocuparse de verdad, le mandaron al médico, a su prima psicóloga y cuando amenazaron con hacer entrar al padre Flannagan en su dormitorio, se levantó, agarró los papeles del divorcio que llevaba en la maleta, los firmó y le pidió a su padre que los mandara por mensajería a Londres.
Fin de la historia, le dijo a su madre en la cocina, a la mierda con todo. Ya no había nada que hacer y tampoco pretendía hacerlo.
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Oportunidades
RomanceEl amor propio, confianza, madurez y respeto son las bases para tu vida con tu pareja. ¿Cuántas oportunidades se deben de dar y recibir para vivir y disfrutar tu amor con tu otra mitad?